Marco Evaristti, el artista chileno que exhibió cerdos en Dinamarca: “En Chile no se atreven a exponer mi obra. Las galerías me tienen miedo”

Denmark Exhibition Starving Piglets
Marco Evaristti, el artista chileno que exhibió cerdos en Dinamarca: “En Chile no se atreven a exponer mi obra. Las galerías me tienen miedo”

A 25 años de su polémica instalación Come and push my button, donde invitaba al público a encender licuadoras con peces vivos, el chileno radicado en Dinamarca vuelve al centro del debate con la muestra donde exhibió a tres cerdos privados de comida y agua para denunciar la crueldad de la industria porcina. Desde la capital danesa, Evaristti habla con Culto sobre la cancelación de la exposición, su visión del arte como provocación y su vínculo distante con Chile. “Me han llamado salvaje, egocéntrico, pero los museos siguen comprando mis obras”, dice.


“28.000 cerdos mueren al día en Dinamarca”, leyó el artista Marco Evaristti años atrás en un periódico danés. La nota no ocupaba ni medio cuarto de página, pero la cifra era lo suficientemente escandalosa. De esa indignación, dice, nació And now you care?, muestra que el polémico artista chileno inauguró a comienzos de este mes en Den Grå Kødby, una zona de Copenhague conocida por albergar galerías de arte y espacios culturales, y que fue cancelada a las pocas horas por exhibir a tres cerdos vivos –Lucía, Simón y Benjamín– sin comida ni agua. El titular que dio la vuelta al mundo desde entonces es otro: “Artista quería dejar morir a tres cerditos en nombre del arte”.

“Me han llamado asesino, me han dicho que me mate, pero la verdad es que nadie quiere enfrentar la masacre que ocurre todos los días”, dice Evaristti al teléfono con Culto desde su estudio en la capital danesa, donde vive desde hace más de cuatro décadas.

And now you care? fue pensada como una serie de pinturas con imágenes de cerdos en distintas posiciones, rodeados por la bandera danesa. Luego, complementó sus obras con una serie de lechones muertos y mutilados conservados en formol que él mismo recogió de la basura de carnicerías y restaurantes.

Marco Evaristti

A tres días de la inauguración, Evaristti seguía sintiendo que la muestra no proyectaba la “suficiente crueldad”. Fue entonces cuando encontró en internet un aviso donde ofrecían tres cerdos vivos por poco dinero y los compró. “Mandé a un chofer a recogerlos pensando que venían de una granja familiar, pero eran de una industrial, lo que quiere decir que ya estaban condenados a muerte”, cuenta.

En ese momento decidió incorporarlos a la obra: “Le informé a mi equipo que estaba prohibido alimentarlos o darles agua. Debíamos dejarlos morir”, agrega.

La respuesta fue inmediata y contundente: el día de la inauguración, una multitud se congregó en la entrada de Kødbyen. La policía tuvo que intervenir. “No venían por el arte, venían a lincharme”, recuerda Evaristti.

El artista utilizó sus redes sociales para defenderse de las acusaciones. Criticó la hipocresía de quienes se indignan al ver animales sufriendo en instalaciones artísticas, pero no cuestionan su consumo cotidiano de carne. Su reflexión gatilló un debate sobre la coherencia entre las prácticas alimentarias y la sensibilidad por los animales.

“Esta es una respuesta al nacionalismo y a la industria cárnica de este país, donde la principal exportación se sostiene en un sistema brutal”, explica ahora Evaristti. “Dinamarca tiene más cerdos que habitantes. La carne de cerdo es cuatro veces más barata que cualquier otra, y aun así nadie cuestiona la violencia que hay detrás de esta millonaria industria. ¿Por qué, entonces, se indignan al ver a tres cerdos muriendo de hambre cuando 28 mil mueren cada día?”, cuestiona.

Marco Evaristti

La controversia llegó a su punto más alto solo horas después, cuando los cerdos desaparecieron del lugar de la exhibición. Durante la madrugada, un grupo de activistas animalistas los sacó con la ayuda de uno de los asistentes del artista. A la mañana siguiente, y aún sin tener claridad sobre los hechos, Evaristti denunció el robo de su obra. “Luego entendí que con la liberación de los cerdos la obra se había completado”, comenta ahora el artista.

-En su réplica ante las críticas habló de la “hipocresía” en torno al consumo de carne. ¿Usted es vegano?

No, no soy vegano. Yo como solamente comida tailandesa, mariscos y pescado, pero no compro carne. No tengo un problema con la gente que come carne, el problema es con la hipocresía de quienes se escandalizan cuando ven a un animal sufriendo en una galería, pero no cuando lo tienen en el plato. Comer carne es una decisión personal, pero ser indiferente al dolor que hay detrás de eso es otra cosa. Si me invitas a una cena y sirves carne, yo voy a preguntar de dónde viene. Si es de un animal que tuvo una vida digna, la comeré.

-¿No ve en eso una contradicción?

Yo mismo soy parte de esa doble moral y por esa razón no pretendo apuntar con el dedo a nadie. Hay una gran diferencia entre señalar y hacer pensar. Yo quiero abrir los ojos de la gente, que le den importancia a lo que comen y entiendan de dónde vienen los productos que consumen, que no sea una acción automática e indiferente. En la Biblia –y también en el budismo, que practiqué durante años– está escrito que si matas a un animal, tiene que ser por una razón, tiene que ser para sobrevivir. Aquí, en cambio, se mata por negocio, por maximizar ganancias, y nadie dice nada.

Un historial de provocaciones

Evaristti no es ajeno a la controversia. Ha hecho de la provocación su firma y un sello retorcido en su obra, con obras que desafían los límites del arte y la moral. En el año 2000, presentó en el Museo de Arte Trapholt de Dinamarca una instalación titulada Helena, compuesta por varias licuadoras encendidas con peces dorados vivos en su interior. Cualquier visitante podía presionar el botón y triturarlos. Uno lo hizo. La escena fue brutal: el pez se desintegró en un remolino de sangre y burbujas.

Su obra desató un escándalo inmediato y se convirtió en uno de los episodios más polémicos del arte contemporáneo de las últimas décadas. Grupos animalistas le cayeron encima, lo acusaron de sadismo, la prensa lo demonizó y la dirección del museo enfrentó un juicio por crueldad animal.

Marco Evaristti

Un año después, Evaristti trajo la misma obra a Chile, al Museo de Arte Contemporáneo (MAC) del Parque Forestal, rebautizada Come on baby push my button. Como en Dinamarca, la muestra dividió al público y generó protestas que culminaron con activistas cortando los cables de las jugueras.

Con el tiempo, su nombre se consagró como uno de los más notorios exponentes del shock art, el arte de la provocación y lo explícito. Siguiendo esa misma línea, en 2004 el artista presentó The Ice Cube Project, parte de su serie Pink State, en la que pintó de rojo un iceberg en el fiordo de Ilulissat, Groenlandia. Su intención era denunciar el cambio climático y la intervención humana en el medioambiente. Ese mismo año, vertió pigmento rojo en el géiser Strokkur de Islandia y fue detenido y multado por vulnerar el patrimonio natural.

Una de sus acciones más radicales fue Polpette al Grasso di Marco (2007), en la que preparó albóndigas con su propia grasa corporal extraída en una liposucción, y las sirvió a críticos y coleccionistas de arte. Para algunos, una crítica feroz al consumismo y la vanidad; para otros, una aberración.

-Su obra ha sido acusada de crueldad y efectismo en múltiples ocasiones. ¿Cómo responde a esas críticas?

La crítica no me afecta. Han dicho que no soy artista, me han llamado salvaje, egocéntrico, pero los museos siguen comprando mis obras. Si no soy artista, ¿por qué mi trabajo sigue en sus colecciones? ¿Por qué comprarían un pez en una licuadora? Duchamp puso un urinario en un museo en 1917 y con eso cambió para siempre lo que se considera arte. Desde entonces, el arte dejó de ser solo algo decorativo para convertirse en una declaración. Yo no hago cuadros bonitos para colgar en una pared. Mi arte no pretende adornar el ego de nadie, sino hacer pensar.

“Mi arte es un espejo de la crueldad humana, y lo que muchos no soportan es no poder mirar hacia otro lado cuando se enfrentan a mis obras. Mi trabajo no es solo la imagen o el objeto, sino la reacción del espectador, la incomodidad que provoca. Cuando la gente se indigna con mis obras, en realidad se están indignando con el reflejo de la sociedad en la que viven”.

Marco Evaristti

-¿Qué reflexión hace hoy de su obra de los peces en la juguera, 25 años después?

Lo primero es que no fui yo quien apretó el botón, fue un espectador anónimo. Y fue un acto idiota. Ese botón representaba la misma fuerza irracional con la que el ser humano puede desintegrar la vida en segundos. Piensa en los líderes mundiales que tienen el poder de apretar un botón y borrar ciudades enteras del mapa. Mi obra no trata sobre un pez en una juguera, trata sobre el impulso de destruir sin pensar.

“Los peces, como los cerdos, son solo símbolos de algo más grande: de la indiferencia colectiva. La gente no quiere ver la brutalidad que ocurre todos los días. Se escandalizan cuando la crueldad sucede en un museo, pero no cuando está en su plato. Dicen que mi arte es inhumano, pero yo me pregunto: ¿y lo que pasa fuera del museo, en la industria cárnica, en los mataderos, en la pesca industrial? Esa violencia es real, y ocurre a diario”.

De Renca a Dinamarca

Ha perdido casi todo rastro de su acento chileno. Incluso, hay palabras que ya no recuerda. En los últimos años, sin embargo, Marco Evaristti ha estado revisitando su pasado: lleva tiempo escribiendo sus memorias y trabajando en un documental sobre su vida. “Es una historia muy larga, tan larga que no sé cómo contarla. Recién estoy terminando el libro”, cuenta.

Evaristti nació en 1963 en Santiago de Chile y creció en la población Illanes de Renca. Su infancia estuvo marcada por la precariedad y un descubrimiento que cambió su vida: a los 14 años, una vecina le reveló que quienes lo habían criado no eran sus padres biológicos.

Decidido a conocer sus orígenes, emprendió una búsqueda para encontrar a su madre. “Juntaba dinero recogiendo periódicos y latas, los vendía y ahorraba para comprar un billete de autobús”, recuerda. Así logró viajar hasta Arica, donde finalmente dio con ella. El contraste con su vida anterior fue impactante.

“Golpeé la puerta de la casa y para mí era una mansión: tenía piscina, una mujer que limpiaba, otra que cocinaba, otra que cuidaba a los niños. Pero la alegría del reencuentro fue breve. Su esposo no sabía de mi existencia y no permitió que me quedara”, relata.

Sin un lugar al que pertenecer, Evaristti regresó a Santiago y buscó refugio en un grupo sionista, “una organización que educaba jóvenes con la intención de que emigraran a Israel”. Allí aprendió hebreo y estudió marxismo y socialismo. Dos años después, con solo 16 años y un pasaporte falso, logró conseguir un pasaje y viajó a Israel, donde ingresó a un kibutz. Fue en ese lugar donde conoció a una danesa de la que se enamoró, y cuando ella regresó a Dinamarca, Evaristti decidió seguirla.

Su travesía fue larga: cruzó Europa desde Israel hasta la ex Yugoslavia, y de ahí a Copenhague. Se reencontró con su pareja y juntos se mudaron a Noruega, donde trabajaron recogiendo frutas hasta juntar dinero para viajar a Londres. Allí pasaron casi un año, durante el cual se casaron. Hoy tienen dos hijos.

Ya instalado, Evaristti tuvo que aprender danés desde cero. Se inscribió en la universidad en un curso intensivo y, posteriormente, ingresó a la Escuela de Construcción Civil, donde estudió por un año y medio. Luego, decidió postular a la Real Academia Danesa de Bellas Artes para estudiar Arquitectura, donde fue alumno de Peter Eisenman, reconocido arquitecto y teórico del constructivismo, cuya visión influyó profundamente en su formación. Al graduarse, este último le ofreció trabajar en su oficina. “Él sabía que yo iba a dejar la arquitectura muy pronto. ‘No puedes trabajar como arquitecto. Tú tienes que ser independiente’, decía”.

Marco Evaristti

La predicción se cumplió a medias: aunque Evaristti mantuvo su vínculo con la arquitectura y asegura tener oficinas en Bangkok y Dinamarca, donde diseña muebles y hoteles, su verdadero territorio es el arte. “Mis trabajos siempre fueron demasiado abstractos y conceptuales. Mis casas no eran habitables, eran arquitectura de arte”, recuerda.

Esa misma mirada es la que ahora da forma a su documental biográfico, donde reconstruirá su camino entre la arquitectura y el arte. “Todo el material está listo, pero estoy organizándolo por capítulos. La intención es terminarlo en seis meses y enviarlo a festivales de cine en todo el mundo. Espero que algún día Chile lo compre para la televisión”, comenta.

“Chile siempre va a ser mi tierra, pero florecí en el extranjero”

Evaristti volvió a Chile por primera vez en 1989, cuando el entonces director del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), Francisco Brugnoli, lo invitó a exponer en el edificio ubicado en pleno Parque Forestal. “Nos comunicábamos por fax o por mail, ya no me acuerdo, pero me invitó a exhibir en Chile”, relata el artista.

Su llegada coincidió con un momento clave en la historia del país: el retorno a la democracia tras 17 años de dictadura cívico-militar. Su estadía en Santiago calzó también con la primera visita a Chile de Yoko Ono, quien participó en una muestra que celebraba la transición.

Evaristti, en cambio, presentó una serie de pinturas realizadas en Tailandia, donde utilizó sangre recolectada en hospitales como material pictórico. “Recogía sangre y pintaba con ella sobre las telas”, recuerda. Su propuesta causó de inmediato opiniones divididas en Chile y marcó el inicio de una relación distante con el país.

Marco Evaristti

Tras su bullada exposición de los peces en la juguera en 2001, Galería Animal trajo nuevamente su obra a Chile en 2007. Allí presentó las albóndigas hechas con su propia grasa. “Tomás Andreu, su director, decía que yo era un loco exiliado que hacía cosas un poquito diferentes”, recuerda con humor.

Su última muestra en Chile fue entre fines de 2021 e inicios de 2022, nuevamente en el MAC del Parque Forestal. La Violadora, curada por Morgana Rodríguez, abordaba los testimonios de 15 personas abusadas sexualmente por sacerdotes católicos. Pese a la contundencia de la obra y lo contingente del tema, la presencia de Evaristti en el país pasó prácticamente inadvertida. “Nunca entendí por qué la prensa nunca llegó a cubrirla. Di entrevistas que nunca se publicaron”, alega.

El artista cree que su ausencia en la escena chilena responde a algo más profundo que el desinterés en su obra. “En Europa me reconocen, en Nueva York me reconocen, en Dinamarca soy el más conocido de todos. ¿Cómo es posible que en Chile, mi país, no me acojan? La censura ha sido silenciosa, pero efectiva. El Opus Dei y los grupos conservadores siguen siendo muy poderosos en Chile”, asegura.

–¿Lo han vuelto a invitar a exponer en Chile?

Nadie me invita desde Chile. Desde que murió Francisco Brugnoli (1935–2023), nadie me ha contactado. Allá no se atreven a exponer mis obras. Las galerías me tienen miedo. Pienso que solo un museo podría interesarse. Entonces, no es que yo me haya alejado, es que el circuito artístico chileno me dejó afuera.

-¿Cómo define hoy su vínculo con el país?

El vínculo se ha ido cortando y cada vez es más distante, pero Chile siempre será mi tierra. Cada vez que me preguntan de dónde soy, digo que soy un artista chileno que vive en Dinamarca. Allá están mis raíces, pero yo florecí en el extranjero.

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