Mario Vargas Llosa: una mirada literaria al escritor más clásico del boom
Fallecido hace una semana, el Premio Nobel de Literatura 2010 firmó una obra con pretensión totalizante, con influencia de la literatura francesa. De la mano de una pléyade del mundo del libro revisamos las claves de su obra, cuál era su lugar en el boom latinoamericano, su relación con José Donoso y cómo impactó en los autores y autoras nacionales.
I
Lo primero que le llamó la atención fue la lapicera. Una elegante y llamativa lapicera Montblanc que traía prendada en su chaqueta. “Era preciosa, se la pedí para verla, era increíble”, recuerda a Culto el librero Sergio Parra. Era el 2006, Mario Vargas Llosa visitaba Chile y como suelen hacer los escritores internacionales pasó a Metales Pesados, acaso la librería ineludible del mundo literario.
En esa visita, Vargas Llosa se desplegó como el amante de los libros y la literatura que era. “Era muy cordial, muy atento. Un caballero, muy elegante. Preguntó qué estaba pasando en la literatura chilena, si llegaban autores peruanos a Chile, qué se estaba leyendo de Perú. También era un gran lector de poesía; y por supuesto, leía sobre política: en esa ocasión se llevó todos los libros de Raymond Aron que encontró en la librería. Pasa que tenía dos bibliotecas: una en Madrid, y otra en Lima, entonces estaba llevando libros a Perú y quería tener a la mano los libros de Aron”.
Quizás sea la mejor forma de comenzar a perfilar a Mario Vargas Llosa. Fallecido el pasado 13 de abril a los 89 años, fue un entusiasta de la literatura que desde muy joven supo que quería ser un escritor. Esa vocación a fuego despertó el temor de su padre -a quien solo conoció a los 10 años-, quien por ello lo hizo entrar en el Colegio Militar Leoncio Prado. “Él tenía la idea de que todos los escritores y poetas eran borrachos o maricones: le producía verdadero horror”, comentó en charla con El País en 2023. El resto es sabido: en esas añosas paredes se forjó un escritor antes que un oficial. De esa experiencia nació su primera novela, La ciudad y los perros (1963), la que recibió el Premio Biblioteca Breve, de Seix Barral.
Con ello, Mario Vargas Llosa se entregó por entero a su vocación. “Mi gran placer es la lectura y mi propio trabajo. Quizá eso ha hecho que mi vida no se haya gastado como ocurre en el caso de muchas otras personas -dijo a BBC en 2019-. Yo trabajo de una manera bastante metódica, soy muy ordenado para mi trabajo, no para el resto. Trabajo siete días por semana, 12 meses al año. Y no tengo la sensación de que es un trabajo. Realmente escribir es para mí un placer, aunque me cueste y tenga períodos muy difíciles”.
II
Esa disciplina lo llevó a crear un importante corpus literario que marcó una época. ¿Cómo podemos caracterizar su escritura? responde a Culto la crítica literaria y académica de la UC, Patricia Espinosa: “Su obra es grandiosa, carece de puntos bajos. Es un lujo en el manejo del idioma español latinoamericano y uno de los mejores expositores de una estética realista donde la tragedia es matizada con la ironía de manera exquisita”.
Eso sí, Espinosa agrega un punto a considerar: “No puedo dejar de mencionar que su escritura da cuenta de una mirada patriarcal, claramente hay un sesgo displicente en la configuración de disidencias y mujeres; éstas últimas, por lo general, romantizadas con sorna en su función materna, amorosa o como trabajadora sexual. Sí sé que esto es contradictorio, pero así no más es”.
“Su obra es novelesca, en el sentido francés de la tradición -opina el escritor nacional Antonio Díaz Oliva-. De hecho, algo que nunca me gustó de la obra de Vargas Llosa es que nunca se atrevió (de nuevo) con el cuento. Solo con Los jefes y Los cachorros. Era un novelista. Gran novelista. Y un novelista, la mayor parte del tiempo, al estilo francés. Vargas Llosa no creía en las formas breves; solo en las narrativas totalizadoras".
“Otro elemento de la obra de MVLL es que es completamente limeña -agrega Díaz Oliva-. Yo amo Lima. Y leerlo es visitar un poco Lima. Y el Perú. Y me encanta que haya muerto en Perú. ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’ se pregunta en Conversación en La Catedral, y un titular adecuado para su muerte sería: Se lo jodió el Perú“.
El escritor nacional Alberto Fuguet es un reconocido admirador del Nobel peruano: “Fue un autor enorme. Freak, intenso, raro, dañado, obsesivo y clave. Junto con Puig, al que nunca entendió, pilares claves míos y de la literatura latinoamericana. Más pop de lo que él creía. Pop por su legado, por fundar Lima o remixearla, por acuñar frases (‘En qué momento se jodió el Perú‘) y personajes alucinantes: Pichula Cuellar, Pedro Camacho, Zavalita. Prefiero más su obra pre elecciones a presidente. Y me parece que la obra que surgió de esa pérdida es inmensa: El pez en el agua, sus memorias de adolescencia y primera juventud mezclada con la locura joven de presentarse a candidato y casi ganar".
“Faltó que escribiera más de su vida -agrega Fuguet-. Sus mejores libros fueron aquellos ligados a su vida: La tía Julia y el escribidor, su novela más pop, camp, y Puig (al que nunca fue capaz, lastimosamente, de entender); Conversación en La Catedral; La ciudad y los perros. Me parece que Historia de Mayta es impresionante, tal como La Guerra del fin del mundo, dos novelas sobre la ficción".
III
El espacio literario donde se desenvolvió Vargas Llosa fue ese club de amigotes llamado el boom latinoamericano. Ese grupo cuyos miembros se mandaban cartas y se visitaban; y también la etiqueta con la que la hábil Carmen Barcells los vendió al mundo. Antes que cualquier cosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y José Donoso narraban Latinoamérica, el pueblucho al sur de Estados Unidos. Vale la pena entonces preguntarse qué asiento ocupaba el peruano en ese comedor.
“Vargas Llosa es sinónimo del boom, pero me parece interesante pensarlo de manera en que su obra excede al boom -señala el escritor y director de la Escuela de Literatura Creativa de la UDP, Álvaro Bisama-. Son novelas que se sostienen solas, estoy pensando en Conversación en La Catedral, que me parece que excede los lugares comunes y se puede leer como una novela total. Yo creo que es un escritor muy decimonónico, es el más clásico del boom “.
Patricia Espinosa opina al respecto: “Desde mi visión aquello que caracteriza la obra de Vargas Llosa dentro del boom, es su propuesta estética en torno a la identidad latinoamericana y, en particular, peruana. Por lo mismo, sus personajes, en su mayoría, suelen ser sujetos menores, ya sea clasemedieros o aspirantes a pijes, cazurros, diestros en buscar modos de sobrevivencia que vayan más allá de lo ‘lícito’ sin ser delincuentes. Otro de sus aspectos distintivos, es la presencia de una estructura literaria soterrada, poco invasiva. Esto implica que su lectura sea cercana, lejana a una producción simbólica de elite”.
“El boom es Gabo y Vargas Llosa -sentencia Díaz Oliva-. Gabo es Marvel y Vargas Llosa es DC Comics. No hay boom sin Vargas Llosa. Su muerte no marca tanto el fin de un gran y problemático escritor (tal como lo fue Gabo), sino el fin de un episodio de la literatura latinoamericana y, asimismo, de las letras mundiales. Fue gracias al boom que el mundo se interesó de las letras latinoamericanas. Es tanto que los gringos y los europeos no se han podido sacar de encima esa imagen: ese bricolage que los autores del boom armaron con sus obras y, a veces más importante, con sus intervenciones políticas”.
“Creo que MVLL siempre supo que, a diferencia de Carlos Fuentes (quien se mimetizaba según el autor del boom que estuviera de moda), se dio cuenta de que para hacerse notar dentro del boom lo mejor era mutar con los tiempos. Lo cual no siempre le jugó a su favor. Es más. El escritor que más se parece a Mario Vargas Llosa no era un autor latinoamericano, sino gringo: Saul Bellow. Ambos, además, eran amigos”, agrega Díaz Oliva.
El escritor Arturo Fontaine fue un cercano a Vargas Llosa: “El boom comienza con Vargas Llosa. Rompió el hielo. Su extraordinario éxito como escritor precede al de Gabriel García Márquez. Pese a ser el más joven del boom, lo inaugura. A diferencia de los demás, sus ficciones tienden a ser realistas”.
IV
“En lo que se refiere a Vargas, tengo una curiosa sensación de que ‘no lo respeto como ser humano’. No me gusta. Su pretendido ‘oficialismo’, embajador del ’boom’ ante el ’boom‘, su falta total de imaginación, su total falta de libertad, su no entregarse a nada emocionalmente, su no descubrirse, la perfección de sus posiciones”. Quien escribió eso en su diario, el 21 de mayo de 1973 en Calaceite, España, fue José Donoso. Si hubo un vínculo llamativo en el boom fue justamente el de Vargas Llosa con el autor de Coronación.
Pese a lo dura que es la anotación -recogida en sus Diarios centrales (Ediciones UDP, 2023)-, en general la relación entre ambos fue bastante buena, siendo individuos muy diferentes. La académica de la UDP, Cecilia García-Huidobro estuvo detrás del monumental trabajo de compilar los diarios del autor y es una estudiosa de su obra. Convocada por Culto, nos comenta los pormenores de esta amistad.
“Parafraseando la Biblia, en el principio fue la lectura. José Donoso muchos años antes de conocerlo personalmente, leyó a ese joven novelista peruano que había irrumpido en la escena editorial al ganar el premio Seix Barral en 1962 con La ciudad y los perros. En Historia personal del boom relata como un amigo le trajo un ejemplar de la novela cuando en Chile era imposible encontrarlo en las librerías”.
A partir de ahí comenzó un intercambio de cartas y de lecturas. De hecho, Donoso jugó un rol clave en que se conociera La ciudad y los perros en nuestro país. “Se ufanaba de haber sido uno de los primeros, acaso EL primero que habló de ese libro en Chile -dice García-Huidobro-. Publicó en la revista Ercilla un extenso reportaje en 1964 donde lo presenta como un socialista en tanto celebra la libertad narrativa de la novela, con la que construye una historia de ‘foco agudo, a veces cruel, compasiva siempre, imperturbablemente bien dibujada’”.
Solo se conocerían personalmente cuando ambos estaban viviendo en España, en la bisagra de los 60 y los 70. Ahí formaron una pequeña cofradía que implicaba celebrar juntos navidades, cumpleaños y veraneos. Además, de hablar de libros y leerse mutuamente. Pero eso comenzó a espaciarse con Donoso de vuelta en Chile. “En los ochenta, uno a uno, estos especies de ‘primos’ como los describe María Pilar, fueron perdiendo cercanía al dispersarse por el mundo. Pero el aprecio se mantuvo”, señala García-Huidobro. Incluso, Vargas Llosa pudo ver al autor de El obsceno pájaro de la noche cuando este se encontraba en sus días finales, en 1996.
“Caracteres opuestos construyeron una total complicidad, como se aprecia en la anécdota que relata Vargas Llosa de la última vez que se vieron en Santiago cuando el chileno está muy enfermo, ‘en cama y casi sin aliento’. Recuerda que le dijo ‘Henry James es una mierda, Pepe’. ‘El me apretó la mano para obligarme a bajar la cabeza hasta ponerla a la altura de su oído: ‘Flaubert más”. Hasta el final el duelo de dos escritores con personalidades tan distintas, que se leyeron detenidamente, se admiraron y se quisieron sin abandonar la confrontación”.
V
La huella de Vargas Llosa en los escritores chilenos se dio en el ámbito de la lectura más que en la escritura. “En general, creo que los buenos o buenas escritores/as no dejan discipulados estéticos -comenta Patricia Espinosa-. Suelen ser un fracaso los/as autores/as que escriben ‘al modo de’. Un estilo de escritura valioso, como el de Vargas Llosa, asesina a sus imitadores o atrevidos reemplazantes. Esta pérdida es compensada en cualquier caso, por la cantidad de lectores/s, que crece, sobre todo, tras la muerte del autor/a”.
No solo José Donoso fue sorprendido por la lectura de Vargas Llosa, Alberto Fuguet también fue sacudido por la pluma del peruano. “Fue el primer autor latinoamericano con que tuve una conexión real. De inmediato se produjo algo. Te abría puertas, te legitimaba tu país y tu idioma y te experiencia (Lima, playas, colegios, vecinos, salas de redacción). He notado como afectó sobre todo a lectores masculinos. Ese quizás era su tema, lo que mejor hizo. Eran sus héroes, tal como lo era todo lo que tenía que ver con lo militar, el poder y el abuso de él”.
“Vargas Llosa me dio vuelta. No lo podía creer. Quedé fascinado —por la cercanía, por la manera como pude identificarme— con Los cachorros, Los jefes, La ciudad y los perros y, sobre todo, La tía Julia y el escribidor. Yo deseaba ser como Varguitas y trabajar en una radio o, no sé, en la crónica policial. Tinta roja viene de VLL. Me alegro haberlo leído a la edad que lo leí: me hizo tener ganas de imitarlo. Eso no es poco. Generalmente sucede al revés".
La escritora nacional Carla Guelfenbein también tuvo en el peruano una lectura esencial: “Tenía 14 años cuando leí por primera vez Conversación en La Catedral. El deslumbramiento y el asombro fue inmediato. La literatura podía mirar el mundo a través de mil dimensiones simultáneas y seguir siendo coherente. La literatura era mágica. Y yo quería esa magia. Debía desentrañar el misterio que hacía esto posible y por eso seguí leyendo. Por eso los libros se volvieron el mundo donde quise habitar. Mario Vargas Llosa fue la puerta".
Álvaro Bisama agrega: “Me influenció como lector. Libros como Historia de Mayta o Conversación son importantes y abordan las preguntas ¿qué es una novela?, ¿hacia dónde se dirige la ficción? Es un escritor que tiene la ambición de ser novelista total, que ya no existe, era un animal en extinción que venía del siglo XX".
“Yo me leí sus primeras novelas en una etapa formativa y me lo pasé bien -señala Díaz Oliva-. Me daba rabia y ansiedad al saber que MVLL escribió todas esas antes de tener 33 años. Luego de eso lo dejé de leer por un buen tiempo, hasta que descubrí el MVLL de mediados de los 80, ese previo a intentar ser presidente, ese que publicó El hablador e Historia de Mayta, solo por nombrarte dos".
“Sus novelas son manuales de escritura, cosas como el uso de planos temporales dentro de un mismo libro, las formas en que el pasado vive con nosotros en el presente, y cómo eso afecta ese futuro que ya se volvió presente. Cuando estaba escribiendo mi novela Campus (que aparece a fin de año en España, y el próximo en Chile), volví a algunos de sus ensayos sobre se explaya sobre cómo distintas temporalidades pueden convivir en la novela. Esa es la magia de la ficción: podemos habitar el pasado, presente y futuro al mismo tiempo. Y MVLL tanto lo llevó a la práctica en sus novelas, como lo dejó escrito a modo de manual para lectores curiosos y escritores en ciernes".
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