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“Tenía la idea de que todos los escritores eran borrachos o maricones”: la difícil relación de Mario Vargas Llosa con su padre

El autor recién supo de la existencia de Ernesto Vargas Maldonado a los diez años. Más tarde, cuando el vínculo se estableció, su progenitor lo inscribió en un colegio militar. En vez de reprimir su interés por las letras, su vivencia bajo la disciplina castrense terminó consolidando su vocación literaria. “Siempre hubo una enorme tensión”, declaró.

“Tenía la idea de que todos los escritores eran borrachos o maricones”: la difícil relación de Mario Vargas Llosa con su padre

Mario Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú. Llegó al mundo en un momento en que sus padres, Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, ya no estaban juntos. La pareja no tuvo más hijos en común y se separaron de mutuo acuerdo tras las infidelidades de él.

Luego de vivir durante un año en Perú, el futuro Nobel de Literatura se mudó con su madre y abuelos maternos a Cochabamba, Bolivia. Posteriormente volvieron a su tierra natal y se establecieron en Piura, en la costa norte del país, donde la historia dice que, con ocho años, escribió Carta al Niño Dios.

En Bolivia y Perú Vargas Llosa creció con una mentira: que nunca había conocido a su padre porque había fallecido cuando era pequeño. Recién a los diez años Dora Llosa le contó que su progenitor sí existía. La revelación surgió a raíz de que había retomado la relación con su exesposo.

“El comienzo con mi padre no fue fue bueno: descubro que no está muerto. No hubo nunca un entendimiento, siempre hubo una enorme tensión. Digamos que era falta mía, sí. Él me había quitado a mi mamá, pero además era un hombre muy rígido, muy duro. Mi vocación literaria fue la manera de resistir su autoridad”, indicó en una entrevista que concedió a El País en 2023. Allí también dejó otra declaración contundente: “Él tenía la idea de que todos los escritores y poetas eran borrachos o maricones: le producía verdadero horror”.

Ernesto Vargas reprobaba tajantemente la afición de su hijo por la literatura. De hecho, en su intento por alejarlo de ese mundo, a los 14 años lo matriculó en el colegio militar Leoncio Prado, una escuela dirigida por oficiales que acogía a jóvenes de diversas clases sociales. Esperaba que allí se olvidara de los libros y adoptara una férrea disciplina.

Al revés de las expectativas de su padre, durante los dos años que estudió en esa institución se consolidó su amor por las letras. En sus tiempos libres leía clásicos universales que se transformarían en una inspiración para construir una obra propia. Además, se transformó en el mejor socio de sus compañeros, quienes recibían cartas de sus novias y no sabían cómo responderlas. En ese contexto, donde era el más aventajado de la institución, Vargas Llosa redactaba cartas de amor y escribía pequeñas novelas eróticas que servían para responder a las solicitudes de sus pares.

Como es bien sabido, su etapa como estudiante en el Leoncio Prado sirvió como la base de La ciudad y los perros (1963), su elogiada primera novela. Mediante un relato no lineal, el libro sigue a personajes como El Poeta, el Esclavo y el Jaguar mientras deben regirse bajo la implacable disciplina de un colegio militar.

El libro desató la irritación del mundo castrense. Vargas Llosa llegó a contar que se quemaron ejemplares de su novela en el patio del colegio en el que estudió entre 1950 y 1951. Esas asperezas recién se limaron en 2011, cuando el Leoncio Prado y el Ejército le rindieron un homenaje. “Estoy emocionado de ver cómo le tienden los brazos a este antiguo cadete”, expresó el Nobel durante la ceremonia.

De joven y mayor, el autor de La fiesta del Chivo siempre habló de la literatura como un refugio que lo protegió de la relación –”muy difícil, muy mala”– que tenía con su pap´á. “Me salvó la literatura, la lectura, entrar en un mundo muy distinto, un mundo de aventuras, de fascinación, de existencias absolutamente fuera de lo común. Además, es un mundo que a mí me hacía viajar, me sacaba de la pequeña ‘cárcel’ de Lima y me hacía viajar por el mundo, por el tiempo, hacia el pasado, hacia el futuro. La literatura fue mi salvación en esos años de adolescencia muy difíciles que pasé con mi padre”, señaló al periódico ABC en 2019.

Por el contrario, forjó un vínculo estrecho con sus tres hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana. Fueron ellos los que firmaron un comunicado este domingo, donde se confirmó el deceso del escritor a los 89 años, en Lima. “Gozó de una vida larga, múltiple y fructífera y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, comentaron.

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