Tool en el Movistar Arena: vida inteligente en el metal

La banda estadounidense ofreció un demoledor concierto en el único show en solitario en esta visita a Sudamérica. El presidente de la república Gabriel Boric finalmente no asistió.
Las grandes bandas grabadas en la memoria como la huella de un hierro candente desatando fanatismo, provocan siempre lo mismo cuando se les experimenta por primera vez: un flechazo y cierto desconcierto -¿qué es esto? ¿a qué se parece?-, seguido de adrenalina y obsesión. Es probable que la mayoría de los asistentes de esta noche en el Movistar Arena en el único concierto en solitario de Tool en América del sur, una audiencia mayoritariamente masculina cuando se trata del cóctel entre metal y progresivo que en Chile cala hondo, haya experimentado esos y otros sentimientos parecidos -perturbación por cierto-, cuando los californianos se cruzaron inicialmente en sus vidas. La cuenta pendiente de ver en directo a una de las alineaciones definitivas del rock de todos los tiempos, quedó completamente saldada. Nadie va a olvidar lo vivido esta noche.
Con el Movistar Arena repleto hasta la última fila con cada asistente instalado en asiento numerado, y con la orden explícita de no utilizar las cámaras de celulares -mensaje impreso en miles de papeles pegados en los respaldos-, el espectáculo comenzó a las 21:03 con densos latidos por los altoparlantes.
En este caso, el concepto de espectáculo es aplicable y justo en su totalidad. La experiencia de Tool en vivo es una provocación sensorial completa. Las imágenes enraizadas en la ciencia ficción y las luces constantes, cobran un relieve fenomenal. Hubo varios pasajes en que el público giró sus cabezas hacia el sentido opuesto de la gigantesca sala, pendiente del remate de infinidad de rayos multicolores acribillando el fondo de la edificación en líneas sinuosas.

También hubo momentos en que el público coreaba los riffs, que en el caso de la banda californiana funcionan sin los órdenes tradicionales. Muchas veces es el bajo de Justin Chancellor el que lleva la línea destacada, mientras la guitarra de Adam Jones sostiene frases matemáticas de naturaleza gutural y quejumbrosa, más cerca de un sentido percutado que la melodía que se espera del instrumento. En Tool hay una profunda y bienvenida alteración de factores.
Por lo mismo, si hay una figura central en este andamiaje donde cada miembro del cuarteto es vital y singular, este rol recae en el baterista Danny Carey, el heredero perfecto entre la polirritmia y la experimentación sonora del maestro Bill Bruford (Carey ocupa su puesto en la alineación de Beat, la banda que repasa al King Crimson de los 80), y la precisión muscular de Neil Peart.
Es casi imposible despegar la vista de su estación de trabajo,cómo opera y ejecuta una gigantesca batería de disposición poco ortodoxa, donde diversos pads electrónicos prodigan variados sonidos con predominancia de réplicas de tabla indias y rototoms -parte del manual de Bruford-, y el constante cambio de cifras, fills demoledores y acentos de compleja métrica en el hi hat, el link con el fallecido baterista de Rush.

“Santiago”, repitió tres veces el vocalista Maynard James Keenan, como si aleonara huestes dispuestas a una confrontación definitiva. El público estaba extasiado. Si las imágenes y las luces eran espectaculares, la contundencia y la definición del sonido estaba en el mismo nivel.
A los 60 años la voz de Keenan, si bien acomoda algunas líneas en tonos más bajos, no ha perdido un ápice de la emotividad por la cual a pesar de la dureza y oscuridad de las las canciones, el material de Tool provoca melancolía, desazón y soledad.
El público vitoreó los quiebres y clímax como si se tratara de goles, como brindó un aplauso de apoyo inmediato cuando a medio camino de Schism, esta banda aparentemente inmaculada en técnica que se demora lustros en sacar discos por su perfeccionismo y construcciones musicales con rastros de ingeniería, se equivocó y retomó el tema como si se tratara de un ensayo en sala. Bastó que Carey y Chancellor se miraran para echar a andar de nuevo esa bola de sonido impresionante.
Esta dimensión propia de Tool también tiene un talón de Aquiles. El patrón de compases irregulares, bajo recargado de ambición melódica, y guitarra de frases percutidas, con sazones de pausas y estallidos, se torna repetitiva.
Tal como en Lollapalooza, el clásico Stinkfist de Ænema (1996) exhibió algunos decorados distintos en la guitarra de Adam Jones que comprende los solos como exploración y ambientes antes que lucimiento, mientras el corte homónimo tuvo una interpretación algo más rápida que la original.
El presidente Gabriel Boric finalmente no asistió, perdiendo el concierto del año en lo que va de 2025. Tampoco lo va a poder ver en Youtube.

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