El presidente y su mujer sudan frío: en su delirio, creen oler la traición. Horas antes, durante un acto oficial con que se pretendía rendir homenaje a los soldados del ejército, las fuerzas anarquistas lograron burlar los sistemas de seguridad para camuflarse entre los arbustos y abrir el fuego. Las balas por poco revientan el pecho del mandatario, y sin embargo impactan a un coronel y al perro de la primera dama, quienes caen ensangrentados y entre gritos al suelo. La criada, un masajista y el resto de la servidumbre intentan calmarlos, pero de nada sirve: afuera ya corre el rumor de que el principal sospechoso del atentado es el mismísimo hijo de la pareja.
En 1975, el novelista, dramaturgo y poeta austriaco Thomas Bernhard (1931-1989), de entonces 44 años, se embarcó en la escritura de una pentalogía de novelas autobiográficas que vio la luz con El origen, publicada ese mismo año. Rodeado de su violín y un centenear de zapatos italianos, además de las ideas suicidas que lo acompañaron hasta la muerte, el autoproclamado "gran denigrador" y férreo opositor del autoritarismo además, comenzó a imaginar qué ocurriría si la paranoia acorralaba al más poderoso entre los poderosos. Así apareció su quinta obra, El presidente, que meses más tarde debutó en la Akademietheater de Viena, bajo la dirección de Ernst Wendt.
Tras el paso de Tala, a cargo del polaco Krystian Lupa y para el último festival Santiago a Mil, Bernhard regresará a escenarios locales con la primera versión en Chile de El presidente, que este viernes se estrena en el Teatro Nacional. En la dirección está Omar Morán (Los padres terribles), y la protagonizan Catalina Saavedra, Guilherme Sepúlveda y Víctor Montero.
"En 2010 monté El reformulador del mundo, también de Bernhard, y me impacta que este autor, que podría parecer lejano y olvidado, se vuelva a la vez tan actual, cercano y provocador", dice el actor y director nacido en 1980. "Bernhard fue un autoexiliado de su patria en términos ideológicos, un apátrida, y algo que siempre puso desde su lugar como escritor y con odio fue la política y el poder. En este caso, nunca sabemos de qué país se trata realmente, pero queda claro que es uno con mucha intervención militar, entonces siempre pareciera que la obra hablara desde aquí, desde esta región. Incluso, uno llegaría a pensar que la historia transcurre en Chile".
Oídos sordos
Adaptado por Morán, el texto se sostiene en dos largos e intensos monólogos, y la primera en aparecer en escena es la mujer del presidente. Entre los fríos pilares de mármol del palacio de gobierno, el personaje interpretado por Catalina Saavedra (1958) se prepara para el entierro de la última víctima de los terroristas, y al mismo tiempo le confiesa su soledad y temor a una de las criadas.
"A ella solo le importa la muerte de su perro, y eso me parece absurdo pero también un gesto notable y de desconexión total con el país que gobierna su marido, al que además odia", comenta la actriz de La nana, quien también vuelve al teatro tras protagonizar Diatriba, el desaparecido de Juan Radrigán, a comienzos de año. "Yo no conocía a Bernhard -confiesa-, pero al menos en este texto no solo roza la realidad chilena sino la política mundial, y 'con el poder, con la ambición y con el odio', como la misma obra repite varias veces. Creo que solo en países muy singulares y ejemplares, como Finlandia, que tiene una sociedad justa y desmilitarizada, son los únicos que se salvan. Pero si miramos otros casos actuales, partiendo por el nuestro, con un presidente millonario, además de Trump, Putin y otros, es muy interesante que una obra escrita hace tantos años haya podido prever tanto", agrega.
En la segunda parte, cuando el presidente (Sepúlveda) sale al escenario, vemos el reverso de la moneda. Engreído, patético y autoconvencido de tener múltiples vidas, cual gato, su personaje pone oído a los consejos de su mujer: tras el atentado y el inminente avance de los rebeldes, el presidente deberá refugiarse en el extranjero e ir al encuentro de su amante, una actriz de teatro que ha venido desde el sur.
"El aparece en la embajada de un país lejano, confiado de que estará a salvo, pero le tienen una sorpresa", advierte el director del montaje, cuyo elenco completan Carolina Jullian, Daniela Castillo, Gabriela Basauri y tres jóvenes egresados de la Escuela de Teatro de la U. de Chile: Octavio Navarrete, Astrid Roldán y Juan José Acuña. "Está la idea de que los poderosos ejercen lo suyo tras la puerta y de espaldas al pueblo, sordos, y aquí Bernhard pone en crisis esos mismos conceptos pero sin el pueblo. Incluso, durante la aparición de la primera dama invertí su personaje con el de la criada en un juego estilo Genet, generando una reflexión en torno a la relación del poder y la servidumbre", añade.
Sentada a su lado en un camarín del teatro Antonio Varas, Saavedra concluye: "En el sentido más personal, yo me burlo como actriz de todo esto que estamos viviendo y con toda propiedad a través de este personaje. Lo que me encanta del teatro es que te da las armas para decir lo que opinas en la voz de otros, en este caso, de una mujer insoportable, cómica y patética. Además del desafío actoral, tener la licencia de ridiculizar al poder desde este personaje es notable y extremo".