En el año 1981, en el crepúsculo del gobierno del camarada Leonid Brezhnev, la ciudad de Leningrado era, en términos musicales, la Manchester de la Unión Soviética. Mientras en la urbe industrial del norte de Inglaterra explotaba más o menos en la misma época toda la escena new wave y post punk dominada por New Order, The Smiths o The Stone Roses, en la más occidental de las metrópolis rusas el rock tenía permiso para ser tocado. Sí, exactamente como se oye: para contrarrestar cualquier "mala influencia" del oeste, Brezhnev decidió jugar con las cartas del enemigo y mandó a fundar un Club de Rock oficial. En ese centro dirigido por comisarios y secretarios generales, algunos cuantos lograron ir más allá de las reglas establecidas e hicieron bailar a la juventud al ritmo del "enemigo"

Dos de aquellos rockeros fueron Viktor Tsoi (1962-1990) y Mike Naumenko (1955-1991), líderes de las bandas Kino y Zoopark, respectivamente. Ambos son los protagonistas de Verano (Leto, en su idioma original) del cineasta ruso Kirill Serebrennikov (1969), una de las dos películas en Cannes cuyos realizadores se encuentran con arresto y, por lo tanto, sin la posibilidad de salir de su país. El otro largometraje es Three faces, película del iraní Jafar Panahi (1960), que debutará mañana en el encuentro de la Costa Azul, tres días después de Verano, que se exhibió este miércoles y jueves.

La apuesta del Festival de Cannes y de su delegado general Thierry Frémaux por traer obras de autores que son la voz de la disidencia en sus naciones no es nueva. En el Festival de Berlín, que ha sido históricamente un festival aún más politizado que Cannes, se le dio el Oso de Oro en 2015 a Taxi, también de Panahi, que obviamente no pudo ir a la muestra. Sin embargo, la maniobra 2018 de Cannes es evidentemente a mayor escala. Se trata justamente de dos filmes de los dos cineastas que más atención mediática han recibido por oponerse a los regímenes de Vladimir Putin, en el caso de Serebrennikov, y de Mahmoud Ahmadinejad y luego Hassan Rouhani, en lo que respecta a Jafar Panahi.

La ironía, como Thierry Frémaux recordaba este lunes, es que se trata de películas que no son políticas. O, al menos, que no son directamente proselitistas. Eso, a la larga, habla de directores con ingenio y creatividad, capaces de disparar a la autoridad bajo el manto de una instantánea idealizada de los años 80, en el caso de Serrebrennikov, y de una fábula contemporánea, si hablamos de Jafar Panahi.

Rockeros y actrices

Qué mejor manera de oponerse a la autoridad que contando historias de rock y teatro. O en un sentido general, de artistas. Nunca comulgarán en la misa diaria ni del partido ni de la religión. Ni en la Unión Soviética pre-perestroika ni en el Irán fundamentalista de hoy.

Kirill Serebrennikov, uno de los nombres más ilustres del teatro (además del cine) de Rusia, venía de realizar antes la muy elogiada El estudiante (2016), que compitió en Una Cierta Mirada de Cannes y que graficaba la intolerancia en la Rusia de Vladimir Putin a través de un personaje de temer: un muchacho de fanáticas creencias religiosas pone en peligro a su propio colegio. En Verano, en cambio, hay otro tono y ahora los jóvenes son los héroes. Viktor Tsoi, un ruso de padre coreano, se transforma en la nueva gran esperanza del club de rock de la calle Rubinstein. Pero Tsoi no está solo: antes que él viene Mike Naumenko, quien tiene más experiencia, más años, y una chica hermosa (Irina Starshenbaum) a la que Viktor deseará.

Leningrado puede darse el lujo y las ganas de ser más liberal que la capital Moscú, donde están las estrellas oficiales del régimen, más orientadas hacia la música pop y a la balada. En Leningrado, entonces, Viktor y Mike forman una curiosa alianza que logra pasar por encima de las censuras y darle voz a la juventud antes de la llegada de Gorbachov al poder.

Filmada a mediados de 2017, Verano fue casi enteramente rodada por su realizador. Casi, porque en agosto fue detenido por las autoridades por un supuesto fraude al fisco y relegado a prisión domiciliaria. Las pocas escenas que quedaban por hacer de la película, debieron ser filmadas por sus asistentes.

Si lo de Serebrennikov parece un esfuerzo notable, el caso del iraní Jafar Panahi es casi un milagro. Abierto opositor al régimen teocrático que gobierna su país desde la Revolución de 1979, Panahi ha hecho en rigor cuatro películas desde que en 2010 fuera arrestado: dirigió dos junto a un ayudante y una, Taxi, ganadora en Berlín, totalmente solo. Las ha dirigido ilegalmente, pues su condena le prohibe filmar, así como dejar Irán.

Muchas veces comparado con Abbas Kiarostami por su apego al neorrealismo, Panahi se diferencia de él precisamente por tener una agenda más explícita contra autoridades y reglas de su país.

Una de sus producciones anteriores (y con la que empezaron sus problemas) era Offside (2016), acerca de un grupo de muchachas que desafiaban la prohibición de que las mujeres asistan al estadio en Irán.

En Three faces, Panahi es uno de los protagonistas junto a la actriz Behnaz Jafari (también interpretándose a sí misma). Juntos acuden a un pueblo del noroeste de Irán, en medio de las montañas, para conocer el caso de una muchacha que ha enviado un inquietante video a Behnaz. En él le dice que su conservadora familia le impide dedicarse a lo que más desea, es decir ser actriz. Las historias de Behnaz y la muchacha serán además complementadas por una tercera mujer: se trata de una actriz de antes de la Revolución islámica, actualmente con prohibición de dedicarse a su profesión.

La película recurre a aquella clásica mezcla de realidad y ficción que era tan habitual en el cine de Kiarostami y que también ahora es uno de los sellos de Jafar Panahi, su antiguo asistente de dirección. Como pasó con Serebrennikov, lo más probable es que Panahi no obtenga el permiso final para asistir a Cannes. Hace dos días, su compatriota Asghar Farhadi (también en competencia con Todos lo saben) expresó su apoyo público al autor de El círculo y resumió su ausencia de la manera más explícita posible: "No se trata de tomar un vuelo. Se trata de ver cuál es la reacción del público ante las películas. No es lo mismo leer el periódico que experimentarlo en persona".