Isabel Allende, escritora: "Me voy a morir antes de ver el fin del patriarcado (...). Mis bisnietas tal vez alcancen a verlo"
Consagrada internacionalmente y con 70 millones de libros vendidos, la influencia de la novelista nacida en Lima en 1942 supera ampliamente los límites de la ficción literaria. Premio Nacional de Literatura en Chile y Medalla de la Libertad de EE.UU., la autora de Paula dirige además una fundación de apoyo a mujeres y niños vulnerables. Acá habla de sus antiguas y nuevas luchas.
Fue una activista prematura. Cuando el feminismo aún no asomaba en el Chile de mediados del siglo XX, Isabel Allende ya se empinaba para reclamar sus derechos. "Yo nací en tiempos antiguos, en el fin del mundo, dentro de una familia patriarcal, católica y conservadora", dijo en una charla TED en el año 2007. "No es ninguna sorpresa que ya a los 5 años fuera una feminista furiosa aunque el término no había llegado todavía a Chile, así que nadie sabía cuál era mi problema", agregaba la escritora nacida en Lima en 1942.
Narradora por naturaleza y figura intelectual de vocación pública, Isabel Allende es autora de 23 libros que la han transformado en referencia internacional. En ellos suele escribir de conflictos sociales y de mujeres valientes y apasionadas. Con 70 millones de ejemplares vendidos en 35 idiomas, "la República de Los Lectores de Isabel Allende es más grande que cualquiera de los países de habla hispana", como dijo la autora mexicana Sabina Bergman.
En México, en 2012, la novelista dio un discurso que llamaba a la unidad de las mujeres del mundo: "Ya es hora de que las mujeres participemos, en iguales condiciones, en la gerencia del mundo. Somos grandes administradoras y nos han dejado de lado por siglos", dijo la autora de La casa de los espíritus y creadora de una fundación que apoya a mujeres y niños en riesgo.
Premio Nacional de Literatura en Chile y Medalla de la Libertad de EE.UU., país donde vive hace 30 años, la influencia de Isabel Allende ha cruzado ampliamente los límites de la ficción literaria. Aun así, su elección como una de las mujeres más influyentes del país la toma de sorpresa, dice vía mail desde su casa en San Francisco: "Es inesperado, porque normalmente las personas influyentes están en la política, los medios de comunicación, la farándula y otras ocupaciones públicas de mucho alcance, no son escritores (el mío es un oficio muy privado)".
Ud. es una voz de referencia para miles de mujeres. ¿Cómo asume esa responsabilidad?
Hago mi trabajo con la máxima honestidad y trato de ser coherente en mi vida, es decir, que mis libros, mi conducta, mis palabras y mi fundación respondan a los mismos principios. La persona que soy se puede ver claramente en lo que escribo, a pesar de que nunca trato de dar un mensaje. Creo que basta con contar una historia y el lector o la lectora sacará sus propias conclusiones. En ese sentido, la responsabilidad que me cabe es tratar vivir con el máximo de decencia, dignidad y compasión.
Su literatura está habitada por mujeres fuertes y generosas, y ellas son inspiración para sus lectores. ¿Qué mujeres la han inspirado a Ud.?
He conocido mujeres extraordinarias, mi abuela, mi madre, algunas amigas. Las mujeres que más me inspiran son aquellas que llego a conocer a través de mi fundación. Son mujeres que han sobrevivido a terribles traumas y en vez de caer derrotadas, se elevan sobre sus circunstancias y se convierten en líderes. Lo hacen sin perder la alegría y la bondad. Esas son mis protagonistas. Así quisiera ser yo.
¿Qué dificultades le tocó enfrentar en tanto escritora mujer? ¿Cómo es el machismo en el medio literario?
El machismo se nota en todos los aspectos de la sociedad. En la cultura no es diferente. A las mujeres las han silenciado por siglos y es sólo ahora, con los logros del feminismo y los cambios inevitables en la sociedad, que empiezan a recibir alguna consideración. A una mujer le cuesta el triple que a un hombre para obtener la mitad de reconocimiento. En mi caso, esto ha sido evidente, especialmente en Chile. Nadie es profeta en su tierra, peor si eres mujer.
Ud. creó una fundación de ayuda a mujeres y niños. ¿Cuáles son sus líneas de trabajo centrales?
La misión de mi fundación es ayudar a mujeres y niños en áreas de educación, protección y salud. En los últimos tiempos trabajamos con inmigrantes y refugiados y nos enfocamos con derechos reproductivos (porque si una mujer no controla su fertilidad no puede controlar nada más en su vida). En mi página web - isabelallende.org- se pueden ver las organizaciones con las que trabajamos.
El movimiento #MeToo ha logrado repercusión en todo el mundo. ¿Cómo valora este fenómeno?
Es importante. Esto ha sido posible gracias a los medios de comunicación, que hoy nos conectan instantáneamente con el mundo. Por primera vez en la historia los hombres se sienten desafiados en una conducta que fue normal en ellos y tolerada por las mujeres, porque no podían defenderse. Si #MeToo va a sobrevivir, puede ser el principio de cambios radicales en las relaciones de género, pero existe el peligro de que el movimiento se diluya o llegue a ser tan extremista que provoque una reacción contraria a la deseada.
En Chile las estudiantes han protagonizado grandes movilizaciones contra los abusos, principalmente en las universidades. ¿Qué piensa de este movimiento?
Sí, conozco la movilización, especialmente de muchachas estudiantes, que se atreven a todo, desafían con humor y con inteligencia. Celebro lo que hacen. Cada una de estas acciones es un eslabón más en una larga cadena. Todo sirve. Paso a paso vamos alcanzando algunos de los objetivos que se plantearon la primeras feministas. ¡Por Dios, cómo nos ha costado!
La incorporación de la mujer en las esferas de poder aún es incipiente; con todos estos movimientos, ¿aprecia algún cambio?
He vivido 75 años. Nací en un ambiente gazmoño, católico, conservador, clasista y supermachista. Es decir, en la esencia del patriarcado. Todo eso ha sido cuestionado en los años de mi vida y se ha avanzado, pero a un paso mucho más lento del que imaginé, cuando me incorporé al feminismo. Me voy a morir antes de ver el fin del patriarcado, que me parecía inminente cuando yo tenía 20 años, pero para allá vamos. Mis bisnietas tal vez alcancen a verlo.
En este contexto, ¿cómo observa a los hombres?
He dicho a veces que los machos viejos no tienen remedio, hay que esperar que se vayan muriendo de a poco. Es una exageración, claro. Hay algunos viejos iluminados y otros con el corazón abierto que pueden cambiar. La esperanza son los jóvenes, educados por madres conscientes y progresistas y emparejados con mujeres que no les aguantan tonterías. Ellos están definiendo la nueva masculinidad. Por desgracia, todavía hay demasiadas chiquillas sumisas con pololos mandones. Esas chicas serán mañana esposas furiosas de maridos insoportables. En este asunto, como en tantos otros, cuentan mucho la educación y los medios de comunicación. En los grupos sociales donde hay menos educación, los hombres se aferran al machismo; les asusta el poder femenino, porque se ven desafiados en el papel que tradicionalmente han tenido. Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en exponer los estereotipos y ayudar a crear esa nueva masculinidad de la cual estamos hablando.
¿Cuáles son las luchas que le interesa dar hoy?
Sigo lidiando por las causas feministas de mi juventud y ahora me interesa mucho la suerte de los refugiados. El mundo vive una dolorosa crisis de refugiados por razones de violencia y pobreza. Dentro de poco tendremos además millones de refugiados de los cambios climáticos, cuando el agua sea escasa y el hambre obligue a la gente a emigrar. ¿Cómo van a enfrentar los países ricos eso? No habrá murallas que puedan detener a las masas de gente desesperada. Hay que resolver las causas del problema, mejorar las condiciones de vida en los lugares de origen. Nadie quiere abandonar su casa, su tierra, su familia; si pudieran quedarse en su lugar, lo harían. Los refugiados están escapando de la muerte.
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