Francesca acaba de morir y, sin quererlo tanto, sus hijos encuentran más de lo que esperaban hallar entre sus pertenencias. Es 1985 en Iowa, EEUU, y Caroline y Peter Johnson escarban en las cartas y cuadernos que su madre atesoró en secreto hasta sus últimos días. Solo así ambos se percatan de la oculta existencia de Robert Kincaid en su vida, un famoso fotógrafo de la National Geographic que exactamente 20 años antes llegó hasta el mismo condado de Madison para retratar sus puentes cubiertos. En medio de su curiosa lectura, los recuerdos afloran y se recrean cronológicamente, como en una cinta de video.
En ambos planos, simultáneos y distanciados por un largo trazo de dos décadas de silencio, se sostiene la historia central de Los puentes de Madison, la célebre novela publicada en 1992 por el autor estadounidense Robert James Waller (1939-2017). Tres años después de la aparición del libro, a esas alturas convertido en un fenómeno de ventas en EEUU y otros países, Clint Eastwood tomó la cámara para filmar su propia versión de la historia y llevarla al cine, protagonizada por él mismo, en el rol de Kincaid, y con Meryl Streep en la piel de la dueña de casa de origen italiano. Su actuación fue distinguida con una nominación al Oscar y, aunque en dicha ocasión la actriz no ganó la estatuilla de la Academia, la película rápidamente escaló hasta la cumbre de los clásicos contemporáneos.
Ahora, la misma historia de amor oculto y fugaz llega este martes desde Argentina al Teatro Nescafé de las Artes, a cargo de la productora Swing Management (Escenas de la vida conyugal, Nuestras mujeres) y en la versión de Federico González del Pino y Fernando Masllorens. Dirigida por Luis Indio Romero y protagonizada por Facundo Arana y Araceli González, tendrá solo cuatro funciones en Santiago.
"Todo el mundo tiene aún en mente la película y, cómo no, si tenía a dos grandes actores en pantalla. Además es una historia aparentemente sencilla, pero muy bien hecha, e intentar borrar parte de esa memoria cinematográfica era inútil y el reto más difícil cuando decidí hacerme cargo de la dirección", cuenta Romero (1957) al teléfono desde Buenos Aires, donde el montaje debutó a mediados de abril del año pasado en la Sala Picasso del Paseo La Plaza, donde aún se mantiene en cartelera y a tablero vuelto.
Un retablo muy gringo y en medio del escenario acoge ambas acciones: la de 1965, cuando Francesca y Robert se conocen y enamoran y, más abajo, la que transcurre 20 años después, cuando los hijos descubren el secreto de su madre. "Puse el acento en ellos como una estrategia narrativa que ayudara a repensar esta historia y a contrastar presente y pasado. De alguna forma los hijos son el puente entre esta última y el público, con sus prejuicios y miradas respecto de lo que están viendo ahí arriba", dice Romero. "En una primera lectura, esta es a todas luces una bella historia de amor, pero al mismo tiempo es una de infidelidad y silencio", agrega el director, quien además acaba de estrenar en Barcelona el musical Casi normales.
Romero nunca ha visitado Chile, cuenta, pero en 2011 le tocó asumir la puesta en escena de La celebración, de Thomas Vinterberg, en la que dirigió a Benjamín Vicuña y Gonzalo Valenzuela. "Más allá del gancho cinematográfico que tienen Los puentes de Madison, desconozco cómo será recibida allá", dice el director. "Este es un tema universal, y sobre todo hoy: las mujeres sienten que tienen una aliada en Francesca, y Robert es un buen tipo. No se puede juzgar lo que ellos viven solo por la parte sexual, pensando en que ella, una mujer casada, lleva a otro hombre a la cama matrimonial. Esa no es más que la prolongación del acto de amor entre ambos, y es ahí donde se cruzan las opiniones personales", concluye.