Lo vio pasar desde la ventana del Hotel Crillón. Dejó su copa de cointreau sobre la mesa, tomó su cartera y salió a la calle. Corrió detrás de él por Agustinas hacia Bandera. "Eulogio", lo llamó, pero él no escuchó sus gritos. Entonces abrió su cartera y sacó el revólver. Eran casi las cinco de la tarde. El carabinero que estaba en la esquina de Bandera oyó los tres balazos. "Vi que un señor estaba en el suelo, al mismo tiempo que una señorita corría hacia Ahumada". A los pocos metros la detuvo. "Yo fui, yo lo maté", gritó María Luisa Bombal antes de desmayarse.
Era el verano de 1941. Semanas atrás, ella estaba en el lago Llanquihue, en casa de un primo. Allí encontró la paz que necesitaba para avanzar en su nueva novela. Disfrutaba de la naturaleza, bebía poco y escribía más. Pero enfermó de difteria. Volvió a la casa materna y se enteró de la noticia por el diario: el ingeniero y piloto Eulogio Sánchez regresaba a Chile desde EEUU, feliz junto a su esposa.
Los recuerdos se dispararon en su cabeza como imágenes de una película: la primera vez que lo vio, 10 años antes, desde el barco que la traía de París, donde estudió Literatura; las tardes de amor clandestino; las cartas y su dolorosa ruptura. Eulogio Sánchez era casado y tomó distancia de María Luisa. Apasionada y herida, ella se dio un balazo en un hombro. El trató de desaparecer. Ella lo buscó hasta encontrarlo, pero ya no tenía sentido.
Eulogio Sánchez la convenció de viajar a Buenos Aires, donde se había instalado Pablo Neruda. El poeta le tenía cariño y la llamaba "mangosta". En Buenos Aires se hizo escritora. Frecuentó a Victoria Ocampo, hizo amistad con Jorge Luis Borges y publicó dos novelas. Allí también se casó, se divorció y tuvo un romance difícil con un médico mayor que ella. Regresó a fines de 1940 y supo que el médico se casaba con otra.
Cuando vio a Eulogio Sánchez en el diario, no lo soportó. Creyó ver al responsable de su desdicha. Y decidió matarlo. Pero Sánchez sólo quedó herido. Y aunque no presentó cargos, la escritora fue detenida por intento de homicidio. Salió libre tres meses después.
María Luisa Bombal partió entonces a EEUU. Allá se casó, vendió un guión a Hollywood y tuvo una hija. Pero el fantasma de Sánchez persiguió toda la vida a la escritora nacida hace 100 años, el 8 de junio de 1910. Volvió a Chile en los 70. En su maleta traía viejos recuerdos y nuevos fantasmas: la distancia con Brigitte, su única hija, y los manuscritos que no podía terminar.
El mal de la melancolía
En el departamento de Isabel Velasco, en calle Merced, hay una celebración. La festejada es María Luisa Bombal. Su novela La historia de María Griselda, lanzada por primera vez en Chile, gana el Premio Academia de la Lengua. "Ella estaba encantada", recuerda Lucía Guerra. "Reía como una niña, tenía un gran sentido del humor. Y a la vez había una tristeza tan grande en ella. Le gustaba el vino blanco y en esa reunión me pareció un náufrago aferrado a una copa".
Lucía Guerra fue la editora de sus Obras completas y será la encargada de inaugurar un simposio en homenaje a María Luisa Bombal con motivo de su centenario. El encuentro está agendado para noviembre en Viña del Mar y es organizado por el municipio y la Facultad de Letras de la UC.
La escritora había llegado a Chile poco después del golpe del 73. En esa época la conoció el escritor Manuel Peña Muñoz, entonces estudiante de literatura. "Ella estaba totalmente fuera del primer plano. No la frecuentaba nadie", recuerda. Peña se hizo inseparable de la escritora.
"Me decía que le costaba mucho escribir. No tenía tanta edad, pero se veía como de vuelta de todo. Había sufrido mucho. En EEUU murió su marido, el conde Raphael de Saint-Phalle; su hija no la tomaba en cuenta, y se acordaba siempre de Eulogio Sánchez", dice. Al mismo tiempo estaba ese otro lado que menciona Lucía Guerra: "Era muy divertida, contaba anécdotas con mucha gracia, pero estaba siempre atacada por la me-lancolía". Y bebía en exceso.
Una de sus grandes amigas era Sara Vial. En su casa la conoció Ro-berto Silva, director del diario El Observador de Quillota. "Qué mara-villoso que tengas una imprenta", le dijo ella. "Yo estoy desesperada por publicar, pero no me toman en cuenta". "Yo te voy a editar", le dijo él. Así, en los talleres del diario, Silva preparó la primera edición chilena de La historia de María Griselda, publicada en Argentina en 1946. María Luisa volvió al primer plano y apareció como favorita al Premio Nacional del 76, que se llevó Arturo Aldunate Phillips.
Jorge Luis Borges viajó especialmente a presentar la segunda edición. Pero ni eso convenció al jurado del año 78. "Teníamos la champaña lista", cuenta su amiga Isabel Velasco. "Pero se lo dieron a Rodolfo Oroz. Fue un escándalo".
Los secretos
Amargada por su exclusión del Nacional, tenía penas más profundas. Criada con institutrices y lejos de su madre, su hija Brigitte nunca estableció una relación cariñosa con ella. Estudió matemáticas y es una destacada investigadora en EEUU. "María Luisa hablaba todo el día de Brigitte", cuenta Isabel Velasco, quien alojó a la escritora en su departamento. "Le escribía siempre, pero ella casi no respondía".
No publicó nada nuevo desde los 40, pero María Luisa tenía o decía tener proyectos: la traducción de House of mist, novela que publicó en EEUU, basada en La última niebla, cuyos derechos vendió a la Paramount y que está inédita en español; la obra de teatro El canciller, también escrita en EEUU; una novela sobre Caín y otra sobre Diego de Almagro. "Siempre estaba tomando notas, pero lo guardaba todo en su baúl", dice Velasco.
Afectada por el alcoholismo, murió en el Hospital del Salvador el 6 mayo de 1980. "No pudimos ubicar a su hija. Llamó cuando María Luisa estaba incinerada", cuenta Velasco. Brigitte prometió venir por el baúl de su mamá. Aún no viaja. De todos modos, "ella es consciente del valor de su madre y ha sido muy generosa en la difusión de su obra", dice Lucía Guerra. El baúl quedó en poder de su sobrino Carlos Bombal. Allí están los últimos secretos de sus 100 años de pasión.
Lo vio pasar desde la ventana del Hotel Crillón. Dejó su copa de cointreau sobre la mesa, tomó su cartera y salió a la calle. Corrió detrás de él por Agustinas hacia Bandera. "Eulogio", lo llamó, pero él no escuchó sus gritos. Entonces abrió su cartera y sacó el revólver. Eran casi las cinco de la tarde. El carabinero que estaba en la esquina de Bandera oyó los tres balazos. "Vi que un señor estaba en el suelo, al mismo tiempo que una señorita corría hacia Ahumada". A los pocos metros la detuvo. "Yo fui, yo lo maté", gritó María Luisa Bombal antes de desmayarse.
Era el verano de 1941. Semanas atrás, ella estaba en el lago Llanquihue, en casa de un primo. Allí encontró la paz que necesitaba para avanzar en su nueva novela. Disfrutaba de la naturaleza, bebía poco y escribía más. Pero enfermó de difteria. Volvió a la casa materna y se enteró de la noticia por el diario: el ingeniero y piloto Eulogio Sánchez regresaba a Chile desde EEUU, feliz junto a su esposa.
Los recuerdos se dispararon en su cabeza como imágenes de una película: la primera vez que lo vio, 10 años antes, desde el barco que la traía de París, donde estudió Literatura; las tardes de amor clandestino; las cartas y su dolorosa ruptura. Eulogio Sánchez era casado y tomó distancia de María Luisa. Apasionada y herida, ella se dio un balazo en un hombro. El trató de desaparecer. Ella lo buscó hasta encontrarlo, pero ya no tenía sentido.
Eulogio Sánchez la convenció de viajar a Buenos Aires, donde se había instalado Pablo Neruda. El poeta le tenía cariño y la llamaba "mangosta". En Buenos Aires se hizo escritora. Frecuentó a Victoria Ocampo, hizo amistad con Jorge Luis Borges y publicó dos novelas. Allí también se casó, se divorció y tuvo un romance difícil con un médico mayor que ella. Regresó a fines de 1940 y supo que el médico se casaba con otra.
Cuando vio a Eulogio Sánchez en el diario, no lo soportó. Creyó ver al responsable de su desdicha. Y decidió matarlo. Pero Sánchez sólo quedó herido. Y aunque no presentó cargos, la escritora fue detenida por intento de homicidio. Salió libre tres meses después.
María Luisa Bombal partió entonces a EEUU. Allá se casó, vendió un guión a Hollywood y tuvo una hija. Pero el fantasma de Sánchez persiguió toda la vida a la escritora nacida hace 100 años, el 8 de junio de 1910. Volvió a Chile en los 70. En su maleta traía viejos recuerdos y nuevos fantasmas: la distancia con Brigitte, su única hija, y los manuscritos que no podía terminar.
El mal de la melancolía
En el departamento de Isabel Velasco, en calle Merced, hay una celebración. La festejada es María Luisa Bombal. Su novela La historia de María Griselda, lanzada por primera vez en Chile, gana el Premio Academia de la Lengua. "Ella estaba encantada", recuerda Lucía Guerra. "Reía como una niña, tenía un gran sentido del humor. Y a la vez había una tristeza tan grande en ella. Le gustaba el vino blanco y en esa reunión me pareció un náufrago aferrado a una copa".
Lucía Guerra fue la editora de sus Obras completas y será la encargada de inaugurar un simposio en homenaje a María Luisa Bombal con motivo de su centenario. El encuentro está agendado para noviembre en Viña del Mar y es organizado por el municipio y la Facultad de Letras de la UC.
La escritora había llegado a Chile poco después del golpe del 73. En esa época la conoció el escritor Manuel Peña Muñoz, entonces estudiante de literatura. "Ella estaba totalmente fuera del primer plano. No la frecuentaba nadie", recuerda. Peña se hizo inseparable de la escritora.
"Me decía que le costaba mucho escribir. No tenía tanta edad, pero se veía como de vuelta de todo. Había sufrido mucho. En EEUU murió su marido, el conde Raphael de Saint-Phalle; su hija no la tomaba en cuenta, y se acordaba siempre de Eulogio Sánchez", dice. Al mismo tiempo estaba ese otro lado que menciona Lucía Guerra: "Era muy divertida, contaba anécdotas con mucha gracia, pero estaba siempre atacada por la me-lancolía". Y bebía en exceso.
Una de sus grandes amigas era Sara Vial. En su casa la conoció Ro-berto Silva, director del diario El Observador de Quillota. "Qué mara-villoso que tengas una imprenta", le dijo ella. "Yo estoy desesperada por publicar, pero no me toman en cuenta". "Yo te voy a editar", le dijo él. Así, en los talleres del diario, Silva preparó la primera edición chilena de La historia de María Griselda, publicada en Argentina en 1946. María Luisa volvió al primer plano y apareció como favorita al Premio Nacional del 76, que se llevó Arturo Aldunate Phillips.
Jorge Luis Borges viajó especialmente a presentar la segunda edición. Pero ni eso convenció al jurado del año 78. "Teníamos la champaña lista", cuenta su amiga Isabel Velasco. "Pero se lo dieron a Rodolfo Oroz. Fue un escándalo".
Los secretos
Amargada por su exclusión del Nacional, tenía penas más profundas. Criada con institutrices y lejos de su madre, su hija Brigitte nunca estableció una relación cariñosa con ella. Estudió matemáticas y es una destacada investigadora en EEUU. "María Luisa hablaba todo el día de Brigitte", cuenta Isabel Velasco, quien alojó a la escritora en su departamento. "Le escribía siempre, pero ella casi no respondía".
No publicó nada nuevo desde los 40, pero María Luisa tenía o decía tener proyectos: la traducción de House of mist, novela que publicó en EEUU, basada en La última niebla, cuyos derechos vendió a la Paramount y que está inédita en español; la obra de teatro El canciller, también escrita en EEUU; una novela sobre Caín y otra sobre Diego de Almagro. "Siempre estaba tomando notas, pero lo guardaba todo en su baúl", dice Velasco.
Afectada por el alcoholismo, murió en el Hospital del Salvador el 6 mayo de 1980. "No pudimos ubicar a su hija. Llamó cuando María Luisa estaba incinerada", cuenta Velasco. Brigitte prometió venir por el baúl de su mamá. Aún no viaja. De todos modos, "ella es consciente del valor de su madre y ha sido muy generosa en la difusión de su obra", dice Lucía Guerra. El baúl quedó en poder de su sobrino Carlos Bombal. Allí están los últimos secretos de sus 100 años de pasión.