ada los doblega. No lo hizo la cocaína, las peleas y separaciones, tampoco el paso del tiempo. Aerosmith es una institución del rock fundada en 1970 y a veces se olvida su grandeza. Crearon el subgénero de la power ballad y una alianza pionera de riffs y rap; desaparecieron y volvieron arrasando a fines de los 80 cuando ya parecían algo desfasados en los días del metal escarmenado, para luego hacer historia con videos que en medio del pesimismo grunge recordaban que el rock es diversión y cachondeo. Domingo, Movistar Arena repleto hasta la última fila, y la gente representa edades muy distintas, desde jóvenes hasta abuelos. Para una banda que no anota un éxito desde hace 15 años -Jaded fue lo último-, el público sólo reitera la categoría de clásicos. En escena, el quinteto de Boston hace todo lo que está a su alcance para honrar ese sitio.

En vivo Aerosmith es una máquina de grandes éxitos con algunos covers que resaltan su origen plenamente identificado con los 70. A excepción de la pantalla gigante, el resto del montaje sugiere vieja escuela, con murallas de amplificadores, incluyendo uno del guitarrista Joe Perry que comenzó a "incendiarse" al final del concierto, más disparos de confeti y furiosos chorros de humo. Por sobre los trucos está la banda aún sólida como una roca, con el discreto aporte de un tecladista algo escondido, responsable de todas las segundas voces.

En Aerosmith no hay virtuosos a excepción del cantante y líder Steven Tyler. Con 68 años es sencillamente extraordinaria su condición vocal y física. Desde el arranque con Back in the saddle y con una indumentaria que solo él puede llevar -sigue fiel a esos pañuelos como el personaje de la "Vicky" de Gloria Münchmeyer-, su voz levantó unos agudos impresionantes sorprendiendo al público, que celebró cada aullido. Tyler se mueve como siempre, inclinado sobre el micrófono arropado, la cabeza torcida sacudiendo su melena, luego próximo al público tocando sus manos, acercándose lo más posible hacia los costados, cogiendo el pedestal para caminar decidido sin dejar de cantar o tocando armónica de vez en cuando, para luego beber un sorbo de cerveza, escupir y hacer gestos inequívocos, por ejemplo, sobre el contenido carnal de Love in an elevator.

En el bis para Dream on y Sweet emotion cambió su indumentaria y lució el torso desnudo con desparpajo juvenil. Atrás habían quedado hits como Cryin', Livin' on the edge, Dude (looks like a lady), y Rag doll. En la memoria, una noche para recordar y atesorar cómo son los verdaderos clásicos, cómo se hace rock a la antigua, en partes iguales de sonido y espectáculo.