Difícil encontrar otro historiador como él en el paisaje actual. Embarcado en una completa relectura de la historia de Chile, Alfredo Jocelyn-Holt también es un columnista de la contingencia de insobornable independencia. En 1998 suspendió su investigación del pasado para diseccionar el estado de los chilenos al regreso de la democracia en El Chile perplejo. Acá, dice que la labor del intelectual está en los márgenes del "mainstream".

A su juicio, ¿qué papel cumplen los intelectuales en el Chile de hoy, ad portas de lo que parecen ser cambios institucionales significativos?

Los intelectuales, entendidos como voces individuales críticas, disidentes, distantes y desconfiadas del oficialismo imperante y de los lugares comunes de la(s) tribu(s), hace rato que tienen poca cabida. La última vez que hablaron y llamaron la atención en Chile fue a fines de los años 90. Muy luego se les castigó.

Más de alguno piensa que el debate público ha sido tomado por técnicos y que los intelectuales están en retirada. ¿Cómo evalúa la situación?

Concuerdo que los técnicos, o mejor dicho los tecnócratas, y también los publicistas -ambos relativamente anónimos y dependientes de clientes poderosos- son quienes pautean si es que no manejan la agenda pública actual. Por lo mismo que renuncian a tener voz propia se les estima confiables. A los intelectuales, en cambio, se les hace más difícil. Puede que hablen, pero otra cosa es que se les escuche. Cualquier cosa que digan es, hoy día, fácil de acallar o sofocar sin que incluso medie fuerza evidente. Hay mucho griterío ambiente. Opina quien quiera, cajas de resonancia sobran, y no se exige tener conocimientos para decir lo primero que a alguien se le viene a la cabeza.

Fue parte de un grupo de escritores, historiadores y sociólogos que en la década del 90 analizaron la situación del país en libros de destacada popularidad. ¿Qué condiciones hubo en esos días para que se posibilitara una discusión de ese tipo?

Veníamos de una larga dictadura, la transición era muy controlada, los periódicos seguían autocensurándose, había pues una demanda pública de que se le contara la firme, o al menos algo no tan conformista o consensuado como lo que aparecía en la prensa diaria. Por eso nos expresamos mediante libros con tiradas que para estándares de hoy día resultan gigantes. Yo me di plena cuenta de lo que pasaba cuando el fenómeno se terminó; así de sorprendente fue.

En la historia del país, ¿hubo algún período en que los intelectuales fueran relevantes para el debate público?

Nunca ha habido una "época dorada" para intelectuales en este país. Siempre Chile ha sido muy autoritario en este sentido. Pero nunca han faltado voces individuales críticas. Desde Francisco Bilbao a mediados del siglo XIX hasta Jorge Millas en los años 70 y 80, también Mario Góngora en los 80, pasando por figuras como Edwards Bello, Huidobro y otros más, intelectuales del tipo que he estado tipificando siempre ha habido, aunque muy pocos.

¿Qué pueden aportar los intelectuales en un momento de cambios sociales como hoy?

Hablar en voz alta, con voz propia e individual, crítica y al margen del "mainstream" políticamente correcto. Quien, conforme a esta predisposición independiente, diga y logre hacerse escuchar, probablemente hará un aporte valioso. No necesariamente de inmediato. Por eso los libros son tan fundamentales; se siguen leyendo después de que se escribieron y publicaron.