LAS CIFRAS dadas a conocer por este medio respecto a la evolución de la pobreza en América Latina dan cuenta de importantes lecciones para la región y nuestro país respecto a las políticas públicas que deben ser promovidas para avanzar en el desafío de superar este problema. Si bien en la última década todos los países vieron disminuir el porcentaje de la población que vivía con menos de US$ 4 diarios, algunas proyecciones muestran que, tras la caída en el precio de los commodities, el menor ritmo de crecimiento económico se traducirá en un incremento de la pobreza por primera vez en trece años.
El principal factor que permitió la caída de la pobreza en la región fue el acelerado crecimiento económico. De acuerdo a cifras del Banco Mundial, este explica tres cuartas partes de la disminución de la pobreza que cayó desde un 40% a menos de un cuarto de la población en la década comprendida entre 2004 y 2014. En dicho periodo, la región promedió una expansión del producto de alrededor de 4% anual, incluso después de los efectos de la crisis que se inició el año 2008. Además de la caída en el número de pobres, se produjo una mejora en la distribución de los ingresos según se observa en el coeficiente de Gini.
Un segundo factor relevante en la lucha contra la pobreza fue el aumento del gasto estatal. Este creció 11% en la región, bastante por sobre el promedio a nivel mundial. Sin embargo, una vez que los precios de las materias primas se desplomaron, la base para sostener subsidios y programas gubernamentales se debilitó fuertemente. Este tipo de políticas, promovidas fundamentalmente por gobiernos de corte populista, fueron efectivas en disminuir la pobreza en el corto plazo, pero no en generar incrementos de productividad que entregaran herramientas para que, una vez retirados dichos estímulos fiscales, las personas pudieran sostener niveles de ingreso suficientes para mantenerse por sobre la línea de la pobreza. Casos como el de Venezuela y el de Argentina, que han visto incrementado el número de familias que viven en la pobreza en los últimos años, son claros ejemplos de este fenómeno. Por el contrario, países como Perú y Uruguay, aun con gobiernos de distinto signo político durante el mencionado periodo, lograron incrementos significativos en su productividad, permitiendo un crecimiento más estable y han sido más exitosos en mantener controladas sus tasas de pobreza.
Estas cifras vuelven a mostrar la importancia del crecimiento como mecanismo para superar la pobreza y disminuir la desigualdad. En Chile, el gobierno no ha puesto el suficiente énfasis en este punto más allá de sus declaraciones públicas, y los resultados de la última Casen, aun cuando muestran logros, también revelan que ante el menor crecimiento la velocidad a la que se reduce la pobreza se ha ralentizado. Dado los niveles de desarrollo que exhibe el país, continuar bajando las tasas de pobreza significará un desafío más complejo que requerirá de políticas sociales sofisticadas y en ello el gobierno también se ha mostrado desprolijo. Cabe esperar que la discusión del presupuesto 2017 sea un punto de inflexión en ambos aspectos. La tramitación de este es una oportunidad para volver al diseño políticas públicas basadas en la evidencia más que en la ideología y para reforzar el papel esencial que tiene el crecimiento para aumentar el bienestar de toda la población.