El domingo pasado, Michael Haneke recibió el Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera para Amour, que remataba una secuencia casi perfecta que había arrancado en mayo de 2012 con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. El premio de la Academia no sólo vengó la derrota que hace tres años padeció su anterior largo, La cinta blanca. También supuso un rito de acogida para un cineasta con chapa de sádico y epatador.
El primer coqueteo de Haneke con Hollywood se dio en 2007, cuando hizo un remake de su propia cinta Funny games (Austria, 1997). En ambas, una dupla de adolescentes sicóticos secuestra una familia acomodada. Y en ambas, cuando parece que los invasores han sido derrotados, uno de ellos coge un control remoto y retrocede las imágenes para poner las cosas donde estaban. Y descolocar a los espectadores. Ahora, en lo que a la industria respecta, el cuento tuvo "final feliz".
Consultado por el impacto de su primera Funny games, Haneke dijo que era normal: "Cuando le dan una bofetada, Ud. reacciona". A cachetadas con la audiencia, consolidaba su cartel de frío auscultador de los terrores contemporáneos, retratista de la descomposición de la familia. Y siguió ampliando sus horizontes, hasta que, con La cinta blanca, se aventuró con la génesis del nazismo. Nada menos. El paso siguiente fue Amour.
Cineuropa, la agencia de prensa europea, informaba en 2010 que el proyecto "se centra en dos octogenarios cultos, Georges y Anne, profesores de música jubilados". Cierto día, "Anne sufre un microinfarto. Cuando deja el hospital y vuelve a casa, tiene un lado del cuerpo paralizado. El amor que une a la pareja será puesto a prueba".
De eso trata la película rodada en París entre febrero y abril de 2011. Esta agregó, eso sí, pasajes imaginados y soñados, algo de violencia doméstica y la presencia de dos leyendas de la pantalla: Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Dijo el director en su minuto que se inspiró en un filme canadiense que no identificó, así como en un caso familiar. Más tarde diría que se refirió a una tía que le pidió ayuda para suicidarse.
Como si de Haneke no se tratara, su cinta conmovió ("quien no derrame una lágrima al ver Amour puede razonablemente ser tratado de huevón", anotó el diario francés Libération). Y generó un pronto interés internacional. Repartida por las salas del orbe, la aprobación ha sido arrolladora.
Y acaso tanta aclamación ha oscurecido la disidencia. La de observadores locales -como Alberto Fuguet, que la considera "repelente por temas morales"- y la de extranjeros, como los Cahiers du Cinéma: "Cuando Haneke el misántropo le da una mano [al espectador], usa la otra para abofetearlo".
Como sea, ha despertado un interés inusitado. Pese a ello, a Chile llegaron sólo seis copias. Según CDI Films, se debió a un problema en Cinecolor de Argentina, donde las fabrican. La distribuidora estima que si la cinta tiene éxito de público, podrían aumetarse las copias a ocho.