El aviso del diario sólo rezaba "Se buscan hombres para viaje peligroso. Bajos sueldos, frío intenso, largas horas de oscuridad. Honor en caso de éxito". Ernest Shackleton pretendía así reclutar tripulantes para su Expedición Imperial Transantártica, con la que buscaba ser el primer hombre en cruzar la Antártica.
El marino inglés reunió a 27 hombres, con los que zarpó el 8 de agosto de 1914 en el Endurance (resistencia). Pero todo salió mal, tan mal, que pasaron casi dos años perdidos en el continente blanco, varados en la isla Elefante antes de que Shackleton emprendiera un viaje de 17 días y 1.300 kilómetros en un bote en busca de rescate para el resto de su tripulación.
Con motivo del próximo centenario de la expedición, Tim Jarvis, un aventurero australiano, recreará fidedignamente la travesía, reconstruyendo todos los elementos que usó Shackleton: el bote, la vestimenta y hasta la comida. "Reconstruimos el bote con los mismos materiales y medidas que el original. No hay diferencias entre nuestro barco (bautizado Alexandra Shackleton, nieta del aventurero) y el original. Usamos hasta la misma madera", dice Jarvis a La Tercera sobre su viaje, que será documentado por National Geographic.
Atrapado en el hielo
Shackleton inició su travesía el 5 de diciembre de 1914 desde las islas Georgias del Sur, pero su barco quedó atrapado en los hielos, por lo que debió pasar el invierno a la espera de los deshielos primaverales. Pero el barco jamás logró liberarse. El 21 de noviembre de 1915 se hundió. Shackleton quedó atrapado en un mar congelado. En ese punto la meta sólo era sobrevivir. Imposibilitados de avanzar entre aguas congeladas, los expedicionarios montaron un campamento en el que permanecieron por tres meses, alimentándose de focas y de los perros sacrificados.
El 8 de abril de 1916, los hielos se derritieron, debiendo subirse a los tres botes rescatados del Endurance con los que llegaron a la isla Elefante.
Jarvis partirá su aventura, bautizada Shackleton Epicel, el 5 de enero de 2013 en Punta Arenas, desde donde viajará en barco a la isla Elefante, el mismo lugar deshabitado en el que Shackleton entendió que nadie lo rescataría. Por eso decidió embarcarse en uno de los botes salvavidas, el James Caird, rumbo a las islas Georgias del Sur, para pedir auxilio y volver a rescatar a los 23 marinos que permanecían en la isla. El pequeño bote fue reforzado con una cubierta de cuero de foca, el que sellaron con mechas de lámparas, sangre de foca y óleos del pintor de la expedición.
Pero remozar el bote fue sólo uno de los problemas. El siguiente era dar con las Georgias del Sur sin ningún instrumento de precisión, desafío resuelto con la pericia de Frank Worsley, capitán del Endurance, que se orientó con la línea del horizonte y los minutos en que salía el sol. Además, enfrentaron olas de 18 metros, trabajando por turnos. Mientras uno sacaba agua, otro manejaba la vela y otro vigilaba en la proa. Los tres restantes descansaban en un pequeño espacio. "Lo peor será luchar con el mar más bravo del mundo en un bote que no está diseñado para eso. Podríamos morir ahogados o congelados", dice Jarvis.
El mar no fue el único peligro que enfrentó Shackleton. Al llegar a las islas, debió desembarcar entre peligrosos roqueríos. Jarvis recreará el mismo arribo.
Faltará entonces revivir la última desventura: cruzar la isla a pie, pues la colonia ballenera en la que pidió auxilio estaba al otro lado, travesía que duró dos días (finalmente todos los marinos fueron rescatados tres meses después por el barco chileno Yelcho). "Espero no caerme en una grieta", ruega Jarvis. "¿Por qué lo hago? Se lo prometí a su nieta, para recordar el valor de su abuelo".