¿Está pensando en una playa de arena blanca y mar tibio? Si es así, no siga leyendo. Mejor investigue sobre el Caribe. Tanto en la Costa Azul como en la Costa Amalfitana, la mayoría de las playas son de piedra y las aguas apenas templadas. Pero si quiere combinar descanso con cultura local, sí, está en sintonía. Si busca una belleza escénica impactante y una cocina igualmente espectacular, también. Ahora, para decidir entre la ribera sur de Francia o la costa del sur de Italia, lo siguiente es saber si quiere un destino más chic o uno más pintoresco. 

El mar Mediterráneo es la cuna del turismo moderno. Durante siglos, los europeos se las han arreglado para llegar a sus aguas cristalinas de vívidos azules y verdes. Allí se unen mares turcos, libaneses y griegos, entre otros, lo que resulta en una increíble combinación de culturas. La música, la gastronomía, la arquitectura, la historia, en fin, todo es una fusión de elementos que hace todo diverso e intenso.

Quizás en busca de esta magia, o simplemente para escapar del cruel invierno británico, los ingleses se aventuraron a colonizar (pacíficamente) la zona. A fines de siglo XX, la reina Victoria impuso la moda de irse de vacaciones a Niza, y tras ella fue llegando el resto de la aristocracia. Así, poco a poco, el sur de Francia se fue desarrollando en torno al turismo. Se abrieron hoteles y restaurantes y se construyó la Promenade des Anglais, un paseo peatonal por todo el borde de la playa.

Esto, el hecho de que se haya construido para los visitantes, es lo que en parte define hoy el carácter del lugar. Porque las cosas funcionan como un turista espera: amables recepcionistas y meseros, atracciones correctamente señalizadas y playas limpias. Transportarse es fácil y cómodo. Existe una línea de tren que une toda la costa y permite ir de Niza a Mónaco en 20 minutos. 

Pero antes de los ingleses, estuvieron los italianos, ya que parte de la Costa Azul perteneció al reino de Cerdeña. Este legado puede apreciarse en algunos pueblos más desordenados visualmente hablando, de casas altas, irregulares y de colores terrosos. Las calles estrechas y la simpleza arquitectónica de Antibes contrastan con la elegancia francesa de ciudades aledañas como Cannes, y con la estampa medieval de Juan les Pins. Esta diversidad de estilos es, sin embargo, una de las características más atractivas de la zona. 

Vale la pena conocer las distintas caras de la Costa Azul. Empezando por el extremo oriente, Montecarlo es la primera parada. Palacios, yates y Ferraris son tres elementos que no sólo ofrecen un atisbo a la vida de la familia real y su corte, también son parte de la identidad de este pequeño principado. Para los amantes del casino, este es el lugar. Y para los que prefieren disfrutar del entorno, conviene subir la colina hasta el casco antiguo, donde se puede pasear por jardines perfectos con vistas al mar.

Desde Montecarlo hacia el este es posible acceder a un camino peatonal por la costa, donde se van sucediendo roqueríos de aguas verdes dominados por grandes mansiones. La Mala es una playa a la que sólo se puede llegar por este sendero, lo que la resguarda y mantiene como una joya secreta.

Niza es la capital de la Costa Azul. Cabe mencionar que, por sus dimensiones, no todo es lindo y fotogénico como uno quisiera. Pero el centro de la ciudad compensa todo lo demás. Decenas de plazoletas de piedra se rodean de restoranes, música en vivo y vendedores de artesanías, creando un ambiente inigualable. La gelateria Fenocchio, en la plaza Rossetti, es famosa por sus 94 sabores de helados artesanales, motivo suficiente para querer volver todos los días.

Desde Niza hacia el interior se puede visitar a Juan les Pins, un pueblito medieval sobre una colina. Asombrosamente bien conservado, mantiene sus límites tras la muralla de piedra. Durante el verano se celebra allí un importante festival de jazz.

Otros puntos de interés son Cannes y St. Tropez, dos ciudades frecuentadas por el jet set internacional y por ávidos compradores de marcas de lujo. Antibes y Eze son todo lo contrario, dos pueblitos pintorescos de aspecto sencillo, pero impecables.

Bella y tortuosa

Al sur oeste de Italia, la Costa Amalfitana es también un importante destino turístico, tal vez uno de los primeros de la historia. La isla de Capri fue refugio de emperadores y nobles romanos, y en Pompeya se llevaban a cabo fiestas secretas de tal desenfreno que, se dijo, desataron el terremoto y la posterior erupción volcánica que arrasaron con la ciudad.

Hoy, gran parte de su atractivo es su dramática belleza: montañas tapizadas en plantaciones de olivos, limones y vides, que se encuentran abruptamente con un mar de aguas cristalinas. Entre monte y monte aparecen pequeños pueblecitos que casi se caen sobre los acantilados y bahías. De día son un enjambre de locales ruidosos que huelen a toda hora a pasta y a limoncello, de noche en cambio, la oscuridad trae el silencio y el silencio trae una calma que se disfruta paseando por sus callejones de iluminación tenue.

Estos poblados se han mantenido intactos durante siglos, preservando sus dimensiones, sus casas de fachadas simples y colores claros, que contrastan con el elaborado trabajo de mosaicos que adornan sus iglesias. Las calles son estrechas, casi todas peatonales y llenas de coloridas buganvilias. Aun se percibe una vida de barrio típicamente italiana, con su trattoria vecina donde turistas comparten mesa con residentes.

Si bien los pueblos están separados por pocos kilómetros, el transporte es sin duda la mayor dificultad que tiene que sortear el visitante. La carretera que los une va prácticamente colgando sobre el mar, lo que la hace muy bonita, pero tortuosa y desagradable para los que se marean, sobre todo los niños. Esto, sumado a aquella forma de conducir de los locales -arriesgada y llena de insultos-, hacen del traslado toda una odisea. Además, nada asegura que el bus vaya a pasar a la hora programada. Por eso, lo mejor es moverse de día en un taxi-bote o claro, si el presupuesto lo permite, en un yate privado.

Positano es tal vez el pueblo más fotogénico, aunque también el más caro. Amontonado sobre una bahía, todas sus calles -de las cuales la mayoría son escaleras-, dan a un paseo peatonal cubierto de enredaderas, que de día protegen del sol y de noche se llenan de guirnaldas de luces. El paseo termina en la playa, donde la actividad principal es sentarse a disfrutar de un cóctel mientras se observa el panorama, fiel al espíritu vacacional del lugar.

A pocos kilómetros se encuentra Amalfi, alguna vez la ciudad más grande y poderosa de la zona, como lo demuestra su catedral del siglo X, de elaborado estilo árabe- normando. Pero tras el terremoto de 1343, la mitad de ella se hundió en el mar. Hoy es un punto pequeño, pero auténtico e imperdible.

En las montañas sobre Amalfi se sitúa Ravello, aún más minúsculo y coqueto, y con unas vistas sobre el mar que dan para horas de contemplación. Desde aquí se puede acceder a una escalera de piedra cercada por árboles frutales y enredaderas floridas, que desciende hasta la costa, pasando por los poblados de Scala y Pontone, donde siempre habrá un buen restorán disponible para almorzar y disfrutar de la panorámica.

Casi enfrente, la isla de Capri, a la que se accede fácilmente en ferry desde el continente, es como un resumen del Mediterráneo. Ruinas romanas conviven con cafecitos cool, restoranes familiares y playas secretas, todo junto en un pedacito de tierra rodeado de aguas transparentes donde descansan botes de madera junto a lujosos yates.

Por último, el periplo por la Costa Amalfitana no estaría completo sin una visita a las famosas ruinas de Pompeya, situadas a 20 minutos en tren desde el aeropuerto de Nápoles. Su fama no se debe solamente a las víctimas petrificadas por la lava del Vesubio; también es una ciudad romana completa, que se puede caminar y apreciar de cerca.

Todos estos puntos pueden resumirse con pocos adjetivos. Si busca un lugar pintoresco, con ambiente relajado y noches descansadas, elija Italia. Si busca una experiencia un poco más sofisticada, con las facilidades propias de ciudades organizadas, mayor variedad de ofertas y vida nocturna, elija Francia. Sea sincero consigo mismo y no se verá defraudado.