Fue hace siete, quizás ocho años atrás. Marcelo Mellado (1955) se topó con un proyecto cultural elaborado por la junta de vecinos de Placilla, con ayuda de un profesor de historia del pueblo: querían un museo para recordar la batalla de Placilla que terminó con la Guerra Civil de 1891. Mellado, ya obsesionado con las lógicas burocráticas de provincia, vio en ese proyecto un gesto de inesperados alcances político-históricos: "En el patio trasero de Valparaíso, luchaba para ser tomada en cuenta la comunidad donde un acto de carnicería -porque no fue una batalla- definió el destino fundamental de Chile: la continuidad perversa y perpetua del peso de la noche portaliana", relata.
Mellado vio eso y también una potencial novela que hoy, tal como el Museo de Placilla, existe: se llama La batalla de Placilla (Hueders) y mucho más que narrar el hecho histórico, sigue la investigación sobre la batalla del agrio Cancino, un hombre que sobrevive en la academia porteña, un náufrago de la generación de los sombríos y excitantes 70 que "odia Chile, odia la historia de Chile y sus instituciones".
Una novela de verdad
Mellado reconoce que Cancino es una "suerte de alter ego". Ambos con máquinas de resentimiento y odio. Y algo más: como Cancino, él también vivió la bohemia porteña de fines de los 70, se maravilló con Juan Luis Martínez y, "en honor a la verdad", quiso ser poeta. Tuvieron distintos destinos: del fracaso que hunde a Cancino, Mellado ha dado forma a una de las personales voces de la narrativa chilena.
En una escapada de San Antonio, donde se gana la vida como profesor, Mellado afirma en Santiago que en La batalla de Placilla "hay concesiones" a su implacable estilo paródico que llegó a su cumbre en Informe Tapia. Nunca antes Mellado había sido un escritor tan tradicional. Nunca antes había retratado con tanta decisión la intimidad de sus personajes. Hasta con cariño. Pero Mellado no se ha ido: acá también está su retrato de la mafia de poetas porteños y los laberintos de la burocracia pública.
Al retrato de Cancino y su ayudante en la maqueta del enfrentamiento, un pasmado René, en el eje histórico de La batalla de Placilla Mellado hace un inspirado relato de la aún misteriosa visita del pintor Juan Francisco González a Placilla, horas después de la masacre. Tal como Cancino, el pintor también está en crisis: a fines del siglo XIX tiene que decidir la ruta que seguirá su pintura.
"Es medio ñoña. Es bolerística. Hay tango", dice Mellado, y agrega: "Parece que es una novela de verdad. Al menos, desde el canon editorial". Minutos después pone un condicional y dice que La batalla de Placilla también fue su forma de "ir a contrapelo del mandato oficial". Se explica elevando la voz: "Se ha instalado desde la crítica un canon ideológico que ha manipulado la literatura chilena: hay que escribir la novela del 73. Es un mandato. Se pide esa novela. Y debe haber cientos de escritores haciéndola. Eso es basura. No hay que hacerlo. No, yo hago la del 91".
Hay algo más que rebeldía. A Mellado la Guerra Civil de 1891 le interesa como origen: "Hay un gesto fundacional del país. Se instalan los viejos de mierda frente, tal vez, a la arrogancia del proyecto balmacedista, que trae todos esos siúticos. Hay un sablazo, un machetazo brutal que define el peso de la noche en que hemos vivido hasta el día de hoy", dice.