Me siento responsable de haber asesinado a mi abuela Natalia. Ella tenía diabetes, yo tenía como nueve años y llega a Santa Cruz el primer refrigerador y lo compra mi padre. Mi abuela me dice: "Carlitos, tú sabes que me gustan mucho los helados de canela. Mira, tú vas a ir a tu casa, vas a hacer heladitos de canela con harta azúcar, pero no le vas a contar nada a tu mamá". Yo pensaba que ser compinche de tu abuela te eleva a un estatus máximo. Y le hice los helados.

Estudié seis años en la escuela pública de Santa Cruz. Los choferes de taxi de Santa Cruz son mis compañeros de curso, íntimos amigos de aquellos años, tenemos un grupo de boy scouts que hasta hoy nos juntamos.

Después entré al Barros Arana, porque todos mis tíos habían estudiado allá. La única opción que teníamos los provincianos para estudiar allá era internos. Partí solo a los 11 años, solo, interno. Me acostaba llorando todos los días.

Había dos corrientes: los huasos de provincia y los incorregibles de Santiago, que los metían ahí de castigo. Teníamos un "régimen carcelario", nos cambiábamos favores. Mi mamá me mandaba encomiendas con cosas ricas del campo y yo las compartía con compadres que me debían favores. Como yo era muy chico me pegaban, pero al matón del curso le daba kuchen. Fue una muy buena experiencia, pero dura. Ahí aprendí que frente a la adversidad hay que arrancar, pero para adelante.

Cuando salí del internado no sabía qué quería estudiar. Le cuento a mi padre, quien era mi mejor amigo, y me dijo que estuviera un año de obrero en la Fundación Libertad. Empezábamos a las 7 de la mañana. Los consejos de mi padre eran perfectos. Durante ese año conocí el mundo laboral esencial, en un tema hipersofisticado, laboratorios de metalurgia traídos de Alemania. Terminé de trabajar ahí y quise estudiar Ingeniería Metalúrgica.

No me gusta Santiago. La vida allá no tiene sentido ni hay posibilidad de que lo tenga por el estrés, por el apremio de los individuos por vivir tan hacinados.

En varios rincones de mi casa tengo escrito "disfrutemos este día como si fuera el último". Tengo esa obligación moral, que para mí es carpe diem.

Todos los veranos hago con mis nietos una tallarinata, participan sólo los nietos y yo. Hacemos fetuchinis desde la harina. Hacemos cinco kilos.

Cometí el error, siendo oficial de reserva de las FF.AA., de llevar a un amigo mío para que se entregara, José Ortigosa. Lo asesinaron, siete balazos por la espalda, a mí me sacaron la cresta a culatazos. Ahí me di cuenta cómo venía la mano. Siempre me mantuve distante del régimen militar en lo operativo.

Cuando Chile tuvo un cuasi conflicto con los vecinos, los militares llamaron a varios empresarios para ver qué podían hacer, porque según la enmienda de Kennedy, Chile no podía comprar armamento. Yo puse todo mi ingenio y fabriqué en tiempo récord, porque yo fabricaba explosivos, armamento para las FF.AA. y eso me generó una relación… Con las FF.AA. fue dulce y agrio.

Fui piloto porque mi hermano me metió en el cuento, él ya estaba volando y me dijo que nos compráramos un avión. Nos compramos un Air Cup, lo más básico, como una citroneta que vuela. El otro día me encontré con un argentino en Puerto Montt que tenía el mismo Air Cup, mismo color celeste, le di mi tarjeta para que me la vendiera.

Llevo 45 años de piloto. Ahora tengo un helicóptero Bell 206L4, para siete personas. Voy a todos lados con él, lo mismo que tú haces con el auto. Voy a la viña, a mis museos, a mi casa, trabajo en los talleres. Lo rico que tiene la aviación, en general, es que multiplica tu tiempo.

Me gusta cocinar, mucho. Cocinar es como vivir, es hacer con lo que tienes el mejor plato. Es hacer un momento feliz. Abrir el refrigerador, ver mi huerta, ver que tengo unos tomates maduros, significa que puedo hacer un gazpacho maravilloso.

Comencé a cocinar con mi compadre Coco Pacheco hace unos 15 años. Ahora, yo le cocino cuando viajamos en mi yate. Me gusta cocinar pescados y lo que más me ha costado son las salsas. Recién estoy entrando en los postres.

Me casé la primera vez a los 23 años, duré como 10. La segunda vez me casé a los 35. Tengo siete hijos y 17 nietos. Vivir en pareja es más bien necesario. Conocí a Pilar Jorquera en Santa Cruz. Ella es de un pueblito que se llama Peralillo. Cuando la conocí, yo ya estaba medio cebollón, como dicen las viejas de campo. Debo haber tenido unos 50 años.

Mis proyectos los tildaron de locuras, yo soy un loco confeso. La gente preguntaba dónde había un hotel en Santa Cruz. Le dije a mi papá que haría uno con 40 habitaciones. Y me dijo que quién iba a venir a Santa Cruz a un hotel de primera clase, me dijo que lo hiciera de 10. Ahora vamos en ciento y tantas y vamos a construir otro con 100 más, y todavía estamos chicos.

Soy agnóstico. No descarto la existencia de Dios, sino que no ha sido demostrada. Mis abuelitas eran muy religiosas, ellas me ayudaron a ser agnóstico. No le rezo a nadie, hablo con los muertos, con mi papá, por ejemplo.

Cuando supe lo del cáncer dije: "De esta hueá yo no me muero". Esa fue mi posición. Me sacaron la mitad del colon y me irradiaron el hígado, porque tenía una metástasis. En otra operación gigantesca me sacaron otra parte del hígado. Tengo la guata como charango de gato, lleno de cicatrices. Fue hace siete años.

El último viaje que realicé fuera de Chile fue con la Pilar a Jamaica, hace unos 20 años. Pero estoy feliz en mi país.

A mis siete hijos les hice hacer el servicio militar, es una forma de rigor, de llevarlos a la condición de obedecer. Yo aprecio mucho eso, que alguien tenga conciencia de lo que son las necesidades básicas y que puedan ser felices con ellas.