Un disco de colaboraciones era una iniciativa lógica en la larga carrera de Chavela Vargas. Han sido tantos y tan transversales los elogios hacia su figura en los últimos años, que era sólo cosa de tiempo que un productor intentase insertar su canto en un esquema de duetos. Por mi culpa no es exactamente un disco entre estrellas (como lo han sido Duets de Frank Sinatra o Papito de Miguel Bosé), sino un permiso para el encuentro entre Vargas y figuras afines a su universo, como Joaquín Sabina, Lila Downs, la orquesta estadounidense Pink Martini y la intérprete del folclore salteño Negra Chagra. "Lo hice como me dio la gana, con quien me dio la gana, porque me dio la gana", es toda la explicación que ha dado Vargas sobre la selección. Para qué más.
Si alguna vez Pedro Almodóvar le hizo a Chavela el favor de difundir su canto en Europa (en bandas sonoras, como la de La flor de mi secreto), hoy es ella quien le concede a ocho músicos compartir un espacio de estudio que pueda ponerlos en los oídos del mundo. Lo hace con convicción, aunque no necesariamente con gentileza. Los videos del lanzamiento de Por mi culpa muestran a la mujer de Macorina desplegando todo el desdén y excentricidad que han fomentado su culto de figura maldita: ante un salón lleno, vestida de negro, con sus eternos anteojos de sol y tendida sobre un gran sillón en el que apenas puede moverse y desde el que jamás sonríe.
Desde hace un tiempo, la cantante de 91 años se ha visto obligada a vivir sobre una silla de ruedas, condición agravada por una reciente operación al estómago. Aunque hace cuatro años anunció su retiro de los escenarios, la voz que se escucha en su nuevo disco está lejos de ser la de una mujer limitada. Por encima de los impecables arreglos de guitarra y piano y de su probado repertorio (con nuevas versiones para Piensa en mí, Luz de luna y el bolero Nosotros -a dúo con Sabina-; y la composición inédita ¿A dónde vas, Paloma?) es el canto de Chavela Vargas el que convierte este disco en algo a la altura del portento de su leyenda. La fuerza, el sentimiento y la rabia están aquí tal como hace 40 años o más en esas fantásticas grabaciones junto al cuarteto Lara Foster.
Mexicana por gracia
Suele asumirse que Chavela Vargas es nativa de México, pero a ese país llegó recién a los 17 años desde su natal Costa Rica. "Nada me ha dado ese país. No me quieren y yo tampoco a ellos", ha dicho sobre su tierra originaria. Fue México el país que la convenció de hacerse cantante, el que le presentó a amigos clave, como José Alfredo Jiménez o Frida Kahlo, y el que le regaló un repertorio de rancheras y boleros que ella supo convertir en algo personal. El año pasado, su cumpleaños 90 fue celebrado como un hito de la cultura popular mexicana, con entusiastas saludos, desde Julieta Venegas a Carlos Monsiváis. Para el cronista, recién fallecido, "Chavela supo vivir como le dio la gana, en una época en la que a nadie sabía darle la gana". Se refería con ello a su conocida desfachatez, valiente para permitirle, por ejemplo, reconocer en público su lesbianismo y saltarse todos los requerimientos formales del canto femenino, pero también atribulada en su mezcla con un alcoholismo que la hizo vivir, en sus palabras, "15 años de infierno".
Chavela Vargas merece ser parte de un panteón del gran canto mexicano, al que no entró por cuna sino por gracia. A su vida intensa le corresponde con justicia la fama de mito viviente y de anciana sin paciencia para el paternalismo: "Por eso no me gusta que me digan Isabel, porque no aporta nada a mi personalidad. Isabelita, ¿no te parece espantoso?".
El medio musical asume que Por mi culpa será el título que cierre la larga discografía de la cantante. Sin pudores, Chavela habla hoy en entrevistas de cómo espera la muerte y planea un funeral "sin velorios ni lágrimas". El nuevo libro de entrevistas Las verdades de Chavela, de la periodista María Cortina, puede verse, en tal sentido, como un testamento. Uno aún más revelador que su biografía Y si quieres saber de mi pasado (2002, Aguilar), donde ya se atisbaba el singular carácter de ésa que no confunde desgarro con cursilería.