El corazón se acelera, el sudor comienza a caer desde la frente y un escalofrío recorre la espalda. Señales que revelan la influencia de una sensación oscura, pero a la vez fascinante: el miedo. Muchos expertos se han dedicado a estudiar por qué las personas nos sentimos atraídas por esta sensación y, en muchas ocasiones, nos exponemos voluntariamente a ella.
Por placer. Vivir situaciones que nos producen miedo como, por ejemplo, ver una película de terror o subir a una montaña rusa no sólo activa nuestro instinto de superviviencia, si no que también hace que nuestro organismo experimente una sensación placentera. Todo parte en la corteza visual, un área en la parte posterior del cerebro. Esta estructura es la encargada de procesar lo que vemos y ponerlo en el contexto de nuestra experiencia personal y los códigos culturales. "Cuando se percibe una amenaza, la corteza cerebral produce neurotransmisores energizantes, como glutamato, dopamina y serotonina para alertar al organismo y hacer que se mantenga fuera de peligro", dice Andreas Keil, profesor de Sicología de la U. de Florida en Estados Unidos.
Los latidos aumentan para bombear más sangre a los músculos y el cerebro. La respiración se acelera para proporcionar más oxígeno al cuerpo. Las pupilas se agrandan para poder ver mejor. Es decir, el cuerpo se prepara para huir de la amenaza o bien para enfrentarla.
Sin embargo, también ocurre un proceso paralelo: el cerebro ordena a la glándula adrenal producir adrenalina, hormona que, a su vez, estimula la liberación de opioides y endorfinas, sustancias que producen una sensación placentera.
Cuando el cerebro advierte que la amenaza no es tal -por ejemplo, cuando se está viendo una película de terror- libera ácido gamma aminobutírico, un neurotransmisor que inhibe la respuesta al miedo. Sin embargo, el placer causado por la situación persiste. "Se puede ser adicto a esa sensación y a la liberación de adrenalina y endorfina que se produce", dice a La Tercera Ki Ann Goosens, experta en neurociencia y biología del miedo, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Esta aparente contradicción de temor y placer tiene su origen en etapas más tempranas del ser humano. "Hace 100 mil años, cuando el hombre era perseguido por depredadores, tuvo que correr y hacer cosas que hoy normalmente no hacemos y que pueden dañar el cuerpo", explica Gossens. La huida podía incluir correr por entre arbustos con espinas o sufrir algún tipo de herida. "Todas esas cosas son dolorosas y por eso es útil que el cuerpo libere químicos como la endorfina para combatir ese dolor", agrega la especialista.
Hoy no hay depredadores del ser humano ni tampoco es necesario salir huyendo del sofá mientras se ve una película de terror. Sin embargo, el organismo sigue produciendo esas sustancias que hacen que para algunos las situaciones de riesgo les produzcan susto, pero a la vez gusto.
¿Por qué no en todos sucede igual? Goosens explica que aquellas personas que no disfrutan de actividades como ver películas de terror pueden tener una respuesta más débil en su glándula adrenal, lo cual reduce todo el proceso de liberación de opioides y endorfinas. Así, la experiencia les provee menor placer y no les permite anular las sensaciones negativas.