La revista Foreign Policy lo ha denominado como "la muerte de la nación más generosa del planeta". Durante muchos años, Suecia ha representado el ejemplo a seguir por otros países debido a las condiciones que ofrecía a los refugiados: salud, protección, vivienda, alimentación y apoyo económico. Por ello, llegó a convertirse en uno de los destinos más populares entre los refugiados que buscan asilo en la Unión Europea (UE). Sin embargo, en los dos últimos años, la mayor crisis de refugiados registrada desde la Segunda Guerra Mundial ha puesto a prueba toda esta tradicional política de puertas abiertas y acogida.
El país de Ikea, Volvo, H&M y Abba tiene una larga tradición de aceptar refugiados, perseguidos y extranjeros. Durante la Segunda Guerra Mundial, Suecia acogió a los judíos que escapaban de la invasión nazi a Dinamarca, salvando a una gran parte de la población. Más tarde dio asilo a los iraníes que huían del Sha Reza Pahlevi y a los chilenos que hacían lo mismo del régimen de Pinochet. También abrió las puertas a los eritreos que huían de la conscripción militar para pelear contra Etiopía.
Pero la actual ola de refugiados parece representar una exigencia mayor. Solamente durante el año pasado, 163.000 personas llegaron hasta Suecia en busca de asilo , el doble que en 2014 y la cifra per cápita más alta en toda la UE. Con 9,6 millones de habitantes, la cifra de refugiados registrada en 2015 equivale al 1,63% de la población total del país nórdico.
Además, representa el doble per cápita que Alemania, que en teoría había tomado la delantera en absorber la gran ola de gente escapando de la guerra en Siria, Irak y otros lugares. Una avalancha humana que en octubre pasado, durante el peak de la crisis, significó el ingreso a Suecia de hasta 10.000 personas por semana. Este nuevo escenario obligó al gobierno en minoría de socialdemócratas y ecologistas a poner fin a su tradicional y generosa política de asilo. En mayo, el Ejecutivo implementó un sistema de retornos voluntarios que consiste en entregar 8.000 euros a cada refugiado, y su familia, que decida volver a su país, y una vez que hayan abandonado territorio europeo.
Apenas dos semanas después, a comienzos de junio, el gobierno anunció que prolongaría seis meses los controles fronterizos en varias zonas del país para frenar la llegada de refugiados. La medida había sido introducida en noviembre pasado y se produjo después de que las autoridades de la UE accedieran a la petición de Suecia y otros países de aplicar una excepción al tratado de Schengen por la amenaza de la seguridad interna.
"Me duele que Suecia no sea capaz de recibir solicitantes de asilo al alto nivel actual. Simplemente, no podemos hacer más", confesó entonces, al explicar este cambio en la política de asilo, el primer ministro socialdemócrata Stefan Löfven, mientras a su lado la ministra y líder de los Verdes, Asa Romson, intentaba contener las lágrimas.
Y es que la adopción de estas medidas ha remecido a la sociedad sueca. "Una explicación de por qué el debate de la inmigración es tan sensible en Suecia es probablemente por la autoimagen sueca de ser una superpotencia moral (...) Si usted es crítico, por ejemplo, de la inmigración en Suecia puede ser fácilmente visto como moralmente anormal", explicó a The Wall Street Journal Gunnar Gilberg, sociólogo de la Universidad de Gotemburgo. Sin embargo, Pär Frohnert, historiador de la Universidad de Estocolmo, dijo a La Tercera que el debate está instalado. "Hay un nuevo clima en la discusión, y la cobertura en los medios se ve diferente", comentó.
Ello, en parte, al enorme esfuerzo que ha tenido que hacer el robusto sistema de acogida e integración de Suecia. El FMI estima que este año el país dedicará un 1% de su PIB a los refugiados , mucho más que el 0,35% que destinará Alemania.
Y las encuestas ya comienzan a mostrar el cambio en la opinión pública. Un reciente sondeo del diario Svenska Dagbladet reveló que el 41% de los suecos pensaba que se debía conceder menos permisos de residencia a los refugiados, un alza respecto al 29% registrado en septiembre. Y el fenómeno también impacta a la política. El partido nacionalista Demócratas Suecos, que en la elección de 2014 alcanzó un 12,9% de los votos, ya marcaba un 17,3% de apoyo en un sondeo de mayo.