"ES un cirujano muy hábil y talentoso, pero su fuerte son los diagnósticos. No sólo de las enfermedades, sino de la ocupación y personalidad de los pacientes". La cita no es de algún médico del Hospital Universitario Princeton-Plainsboro, donde trabaja Gregory House en la serie con su nombre. Es de Arthur Conan Doyle sobre el personaje que, sin saberlo, inspiraría al doctor más admirado y repudiado de las series médicas de los últimos 20 años.
Comparar al doctor House con Sherlock Holmes, el personaje más conocido de la obra de Conan Doyle, se ha hecho bastante. Pero hay dos médicos, uno inglés y la otra estadounidense, que son la más fuerte inspiración del personaje que le ha valido a Hugh Laurie ocho estatuillas -incluyendo dos Globos de Oro- a lo largo de las ocho temporadas que duró la serie.
Sherlock Holmes: ¿el origen?
Por dónde empezar: House y Holmes -nombres algo hogareños- usan bastón, sus departamentos tienen la misma numeración -221B- y ambos consumen tanta droga como casos resuelven. House, además, entiende las intenciones de Conan Doyle, creador del detective inglés: tanto las enfermedades que él diagnostica como los crímenes que Sherlock Holmes resuelve son productos de la conducta social, no de un puzzle intelectual. Los diagnósticos de House, específicamente, son un reflejo de las enfermedades sociales. El pasajero asiático que no habla inglés no tiene una enfermedad contagiosa, sino que es una "mula" con una ingesta excesiva de paquetes de droga, uno de los cuales se le reventó en el estómago en pleno vuelo. Y una joven violada a la que House se negaba a atender resulta no ser la verdadera paciente en el minuto en que él le reconoce a ella que su padre lo maltrataba. Quién iba a imaginar que el doctor tenía sentimientos.
Pero ninguno de estos paralelos sería posible si no fuera por ese doctor que, en 1877, le ofreció a un joven Conan Doyle una ayudantía para que tomara nota de sus ideas, escribiera todo lo que a él se le ocurriera y luego redactara mejor que él sus propias conclusiones. En el edificio que hoy es el Departamento de Geografía de la U. de Edimburgo, Conan Doyle se transformó en la sombra del doctor Bell, connotado cirujano de la época. Lo siguió por los pasillos del entonces hospital de la casa de estudios y tomó apuntes de todo lo que Bell hacía y decía.
Por eso, años más tarde, el escritor le da el crédito que merece respecto a la creación de su personaje más recordado. En su autobiografía, Conan Doyle lo reconoce como su máxima inspiración: "El personaje más notable que conocí fue Joseph Bell, cirujano del hospital de la Universidad de Edimburgo. Era un hombre excepcional en cuerpo y alma. Un cirujano muy hábil y talentoso, pero su fuerte eran los diagnósticos -no sólo de las enfermedades, sino de la ocupación y personalidad de los pacientes. (…) No es ninguna sorpresa que después de conocer a un personaje así, usé y amplifiqué sus métodos cuando traté de construir el personaje de un detective científico que resolvía los casos sobre la base de sus propios méritos, y no a los errores de los criminales".
Bell, entonces, podría considerarse el "proto-House": fue la inspiración de la inspiración de los creadores del personaje. Lo poco que se sabe de él termina vinculándose con el médico de ficción creado 13 décadas más tarde. Los datos de rigor son que conoció a Conan Doyle a los 39 años, que murió a los 73, que su linaje rebosaba médicos -la parálisis de Bell tiene ese nombre en honor a un pariente suyo-, que gustoso prologó un libro de Sherlock Holmes y que, en sus ratos libres, se dedicaba a la poesía y a la observación de aves.
Pero lo más importante -o por lo que ahora más se recuerda- es que verlo en ejercicio era como asistir a la grabación de un capítulo de House M.D. Así como House es capaz de realizar diagnósticos sin siquiera conocer aún a sus pacientes, Bell recitaba características de los enfermos -desde su profesión hasta sus manías, pasando por algún problema emocional y la mano con que escribe- sin que éstos le dieran pista alguna. Pura deducción lógica.
Sus habilidades lo llevaron a colaborar con Scotland Yard -el mito dice que dio con la identidad de Jack el destripador, pero que la policía extravió su informe- y a ser un pionero de la ciencia forense. No en vano, existe desde 2001 el Joseph Bell Center for Forensic Statistics and Legal Reasoning (Centro Para Estadísticas Forenses y Razonamiento Jurídico Joseph Bell) que, si se piensa bien, podría ser La Meca para los asesores técnicos de programas como CSI, Cold Case e incluso Law & Order, todos con la misma exigencia que tiene House M.D.: hacer diagnósticos reales que sean parte de las historias humanas.
Gracias, New York Times
Pero Joseph Bell no llegó a la televisión del siglo XXI por arte de magia. Antes, tuvieron que juntarse los dos creadores de la serie, David Shore y Paul Atanassio, negociar con la cadena Fox y asesorarse con expertos en la terminología médica que ninguno de los dos conocía. Y así conocieron a Lisa Sanders, la inspiración moderna de Gregory House.
Atanassio y Shore le estaban dando vueltas a la idea de hacer una serie del estilo "de procedimiento" de medicina, tal como se hace con shows de abogados y policías: un seguimiento del aspecto técnico. Pero en un comienzo, los protagonistas eran los gérmenes. Y eso a Shore no lo convencía: "De inmediato me di cuenta de que necesitábamos un personaje. Me refiero a que los gérmenes no tienen motivos", escribió en la página oficial de la serie.
Entonces, Atanassio recordó una columna que leía sagrada y mensualmente en el New York Times: "Diagnosis" ("Diagnóstico"). La doctora y académica de Yale, Lisa Sanders, escribía en el periódico sobre su particular visión del diagnóstico de sus pacientes, que difería del modus operandi que le enseñaron en la universidad. "Antes, pensaba que se trataba de tener una pregunta, encontrar la respuesta que se había memorizado de antemano y escribirla -explica Sanders en una entrevista en el mismo medio que la publica-. Tenía la idea de que siempre habría una respuesta previamente conocida".
Sin embargo, una práctica en el tercer año de su carrera la hizo cambiar de opinión: todas las mañanas visitaba a uno o dos pacientes junto a compañeros inexpertos y guías internistas, y entre todos tenían que ir descubriendo los síntomas e hilar una lógica que les permitiera llegar al diagnóstico final. "Se trata de recolectar datos que debieran estar en las respuestas ya conocidas. Y en la escuela de medicina no nos preparan para verlo así", dice la doctora.
Los siguientes pasos fueron predecibles: Atanassio la contactó, le dijo que la serie se trataba "de un doctor arrogante e irritable que odia a los pacientes y ama los diagnósticos", ella pensó que no le interesaría al público, le mandaron el piloto con la actuación de Hugh Laurie y creyó que era genial. Luego, se integró al equipo de asesores técnicos de los guionistas.
Desde ese momento hasta el último capítulo de la octava temporada -ya emitido en Estados Unidos y pronto a estrenarse en Chile-, la dinámica fue la misma: "Partimos con la enfermedad y desarrollamos la trama de cada capítulo en torno a ella -explica Shore en el sitio oficial de la serie-. Buscamos maneras de esconder lo que realmente es. Puedes tener la enfermedad más rara del mundo, pero si sometes al paciente a una resonancia magnética y haces el diagnóstico de inmediato, no tienes un episodio".