La institución más influyente de Chile en los últimos años no es ningún think tank ni un partido político ni un gremio ni una organización académica, sino el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. Nada ha incidido tanto en las decisiones del núcleo estratégico de la Presidenta Michelle Bachelet como los informes sobre Desarrollo Humano producidos por los investigadores locales del PNUD.
El Programa inició estos informes a escala mundial en 1990, con el propósito explícito de presentar un punto de vista sobre el desarrollo que escapara de los meros indicadores de crecimiento económico. Fue, para decirlo de otro modo, un modelo para salir de la lógica capitalista. Replicando esa línea de pensamiento, los informes sobre Chile se iniciaron en 1996 y ya integran una colección de 10 volúmenes. Cada uno ha tenido un eje temático principal y ha recogido en torno a él un conjunto de datos duros, encuestas, opiniones y, lo que es más importante, interpretaciones acerca del estado social.
El hito con que se inicia la influencia conceptual del PNUD local es el informe de 1998, Las paradojas de la modernización, cuya estructuración se atribuye a Norbert Lechner, uno de los más notables cientistas políticos que hayan tenido Chile y la izquierda socialdemócrata. Aquel texto detectaba, en un momento muy temprano, la tensión entre el acelerado crecimiento económico y la aparición de un sentimiento de inseguridad que se extendía entre los chilenos. Sus conclusiones se expresaron -por si alguien no lo había notado- en el programa de la red de protección social que estuvo en el centro del primer gobierno de Bachelet.
La fe en aquel diagnóstico se vio complementada ahora con el informe del 2012, Bienestar subjetivo: el desafío de repensar el desarrollo, centrado en el problema de la felicidad, una de cuyas conclusiones -entre muchas otras- advertía sobre el riesgo de "desperdiciar el potencial transformador del malestar". El diagnóstico ponía en este caso el énfasis en la capacidad creativa del malestar (un símil invertido de la noción de "destrucción creativa" que Joseph Schumpeter identificaba en el capitalismo): de allí a incorporar el malestar -la protesta, los enojados- a la gestión de gobierno parece haber un solo paso. Ese paso ha sido llamado Nueva Mayoría.
Los trabajos del PNUD informan las tres principales reformas del segundo gobierno de Bachelet y hasta es una paradoja que el informe del 2012 haya sido alentado por el Presidente Sebastián Piñera, a pesar de que la derecha se ha obstinado en desdeñar la importancia de tales estudios.
La indiferencia de la Alianza es un reflejo de su deteriorada inquietud conceptual. Pero, por otro lado, es verdad que un diagnóstico es sólo eso: una hipótesis sobre el estado de salud (social) que, igual como ocurre con la medicina, puede ser equivocado o imperfecto. No parece que el PNUD, que después de todo es un centro intelectual y no el oráculo de Delfos, pretenda que sus trabajos sean algo distinto de eso. Tratar un diagnóstico como una verdad revelada es tan peligroso como no prestarle ninguna atención, y se requiere gran destreza intelectual para combinar la aceptación con la visión crítica.
Y todavía hay un segundo paso: suponiendo que el diagnóstico parece confirmado por los hechos, queda por ver la adecuación de los remedios. Todo gobierno está obligado a trabajar sobre convicciones, pero no está forzado a enamorarse de ellas. Esto es lo que ha puesto de manifiesto la espesa discusión sobre la forma en que la reforma tributaria podría afectar a las clases medias, una duda metódica que explica -mucho más que la campaña opositora- el deterioro en la popularidad de esas medidas. Más claro aún es el caso del debate sobre el Instituto Nacional y el fin de la selección de alumnos, donde la dogmática de la reforma educacional se enfrenta, no sólo al establecimiento que a un mismo tiempo es el más selectivo y el más grande del país, sino a las esperanzas de miles de familias vulnerables que ven en ese colegio una salida del túnel de la pobreza.
¿Y la reforma constitucional? Ayer, el PNUD lanzó su informe Auditoría a la democracia: más y mejor democracia para un Chile inclusivo, que examina el funcionamiento y el prestigio de las instituciones políticas chilenas, y se puede apostar que, aunque no es parte de los informes sobre Desarrollo Humano, será leído por el gobierno con devoción, aunque sólo sea por esa delicada y seductora sustitución del lenguaje de la política por el de la sociología.
El del PNUD es un caso extraordinario de influencia intelectual en el ejercicio del poder político y quizás la figura del fallecido Lechner, su principal animador, sea comparada algún día con la del sacerdote y sociólogo Roger Vekemans en el Chile de los 60. Pero esa es otra historia.