Exigía su propio camarín y no alojaba en los mismos hoteles que los demás actores en giras. Cuando la invadía el hambre en pleno ensayo, un hombre que cocinaba solo para ella aparecía con su merienda sobre una bandeja. Casi siempre comía sola, a puerta cerrada. Por eso, cuando Ana González se autoexilió del mundo en su últimos diez años de vida, previo a su muerte el 21 de febrero de 2008, no tomó a nadie por sorpresa. Cuentan amigos suyos que en su lujoso departamento en calle Miraflores, frente al Parque Forestal, y al cuidado de su pareja, María Luz Sotomayor, la Premio Nacional de Arte de 1969 lamentó nunca haber parido un hijo. Que, ya mayor, la soledad había empezado a aterrarle.
Nació el 4 de mayo de 1915, en Santiago. Hija de Ana Olea, una modesta y estricta costurera de quien heredó su carácter y fe, y de Manuel González Ossa, un burgués que, sin ser su padre biológico le dio su apellido, Ana María Luisa Delicias Villela Francisca de Asís González Olea -su nombre completo- creció en calle San Diego, cruzada por sus orígenes. "La marcó el abandono del padre a sus 7 años. La Desideria, decía, era su gran éxito, pero además todo un conflicto para ella, pues tenía mucho que ver con su historia personal. Ana no sabía bien a qué clase social pertenecía, y eso siempre la atormentó", dice la actriz Carmen Barros.
Quienes la conocieron tan de cerca como para contarle un secreto o soplarle una línea -como cuando en 1995 protagonizó Viejas, y olvidó su texto en medio de una función, justo antes de su retiro-, dirán que la Gonza, como le llamaban, nunca fue la Anita. Que la actriz que el lunes pasado habría cumplido un siglo entre homenajes, el bautizo de una sala en el Teatro UC y una beca universitaria para hijos de empleadas domésticas con su nombre, y hasta una exposición en el GAM con su legado, más bien hacía sido siempre doña Ana: una mujer inteligentísima, aunque insegura de sí misma, sibarita y algo excéntrica, amante de las pieles, los viajes y el cine, y dueña de un humor oscuro que intimidaba.
La voz de La Desideria, una empleada doméstica que reclamaba a sus jefes que le pusieran al día la libreta exigida por ley vistiendo sombreros con frutas y plumas, faldones y zapatos de tacón grueso, apareció primero en Radio Pacífico, en La familia chilena. Luego llegó a Radio Cooperativa con Radiotanda, en 1949, y hasta la televisión, acompañando a Raúl Matas y Don Francisco. La misma reapareció esta semana como otro homenaje por su centenario en Radiotanda, encarnada por Ximena Rivas, en el GAM. "La Desideria representaba muy bien quién era Ana", dice Héctor Noguera. "Esa lucha interna de clases que puede parecer medio torpe, era muy propio en ella. Vestía bien y tenía buena vida, pero leía tan, pero tan poco, a pesar de su biblioteca, que si le preguntabas por Esquilo, te decía que era un político o un país desconocido", agrega. Para la actriz Bélgica Castro, la carrera de González fue secuestrada por el popular personaje: "era una gran comediante, pero en los dramas no brillaba de la misma forma. Suele ocurrir eso con los actores que patentan un personaje: muchos terminan por limitarte", dice.
Tras el éxito de La Desideria, varios la tildaron de diva: de los roles secundarios en el Teatro Nacional, saltó al Teatro Ensayo de la Universidad Católica, donde actuó en más de 20 obras junto a Noguera, Silvia Piñeiro, Alejandro Jodorowsky y Delfina Guzmán y otros. Protagonizó ¡Esta señorita Trini! (1958), el primer musical chileno de Luis Alberto Heiremans, y estuvo en La pérgola de las flores, de Isidora Aguirre, en 1960. En cine, tanto, debutó en Pal otro lado, de José Bohr en 1942, y luego apareció en Historia de un roble solo, de Silvio Caiozzi, en 1982. El director de televisión Gonzalo Bertrán no tardó en poner sus ojos en ella, y así aterrizó en Canal 13, el único canal que la tuvo en pantalla.
Pero sus planes eran otros: en 1971, junto a cinco socios -entre ellos Alejandro Sieveking, Bélgica Castro y la arquitecta Lute Sotomayor- compró una sala de cine en la antigua galería El Angel, en el centro de Santiago. "Ana era muy insegura de sí misma, pero sabía bien lo que quería. Tenía un gran carisma, y según dicen, un carácter muy fuerte", recuerda la actriz Nelly Meruane. El Angel se dividió tras el Golpe de Estado. Ana González estaba en Alemania, en el Festival de las Juventudes Socialistas. Sieveking recuerda que estaban a punto de estrenar La virgen de la manito cerrada, que iba a ser dirigida por Víctor Jara. "Tardó en volver y le dijimos que la reemplazaría María Cánepa. Se molestó muchísimo. Cuando ocurría, se ponía a gritar", cuenta el dramaturgo. Además, "políticamente era ambigüa", dice Noguera, "nunca se supo si militaba o no en el Partido Comunista, a pesar de que tenía buenos amigos allí".
Su vida privada también fue un enigma. En 1946, con 31 años, contrajo matrimonio con el periodista José "Pepe" Estefanía. "Tenían gran vida social. Siempre que recuerdo las juntas en su casa en Pedro de Valdivia, creo que fueron sus años más felices", dice Meruane. Tras la muerte de Estefanía, en 1961, la actriz decía que no volvería a enamorarse, pero en una gira a Punta Arenas con Radiotanda, conoció a la actriz Silvia Suárez.
"Fue su primera pareja lésbica y no lo pasó nada bien", cuenta Barros. Más tarde apareció Sotomayor, con quien compartió sus últimos días. "Nunca tuvo problema en decir que se le había dado vuelta la chaqueta, aunque jamás dijo que era lesbiana, por temor a perder su trabajo. Eran otros tiempos", dice Noguera, "y ella no le daba explicaciones a nadie".