"Le ganamos a la Feria del Disco", le anunciaba el jueves con algo de risa un vendedor de la disquería Lugar sin límites, ubicada a pasos del Liguria de Manuel Montt, a un cliente que pasaba por la calle. El negocio de la venta de discos, películas y videojuegos no está fácil y sobrevivir ya es bastante. La cadena de tiendas de música, libros y películas conocida históricamente como Feria del Disco lo intentó y en 2007 diversificó su oferta desde la música a libros o videojuegos para luchar contra las bajas producto de la piratería y las descargas de internet, pero eso no bastó. Este martes, la empresa conocida en los últimos años como Feria Mix se declaró en quiebra, bajó sus sitios web y comenzó a cerrar los nueve locales que tenía en Santiago y los 12 de regiones. Antes que ellos, en octubre del año pasado los dueños de Blockbuster, la cadena de arriendo de películas, decidieron cerrar sus tiendas. Hoy sólo queda una en La Dehesa.

Frente a la caída de las grandes cadenas, hay algunas tiendas pequeñas que consiguen mantenerse a flote y con éxito, apuntando a nichos específicos como los coleccionistas, los nostálgicos o los que están recién descubriendo el pasado. Muchos de estos lugares, más propios de los 80 o 90, siguen existiendo por el empeño de sus dueños, a los que les gusta lo que hacen y conocen bien a sus clientes.

A la disquería ubicada en el segundo piso de la Galería San Diego entra un joven con pinta de estudiante de cuarto medio. Piensa harto antes de hablar y finalmente pregunta: "¿Tiene algo de Los Beatles?". A Simón Aliste, dueño de Discos Beats, se le escapa una sonrisa: "Me emociono porque no es música de ellos, y aunque no vivieron eso, es una generación que se está apropiando igual del pasado y son tan fanáticos como los viejos". Aliste inauguró su tienda en 1984 y aunque cuenta resignado que "los nuevos formatos fueron tirando abajo el rubro", él ha logrado resistir. No se hace millonario, pero puede vivir y no tiene planes de cerrar. "No tengo nada más que hacer, esta es mi vida", dice.

"Prefiera las producciones chilenas" reza un pequeño letrero verde fluorescente escrito a mano, ubicado tras el mostrador de Discomanía. La frase resume la labor que ha mantenido este centro desde su creación en 1956. Eliana Andaur y José Miguel Flores, propietarios desde 1990, bautizaron así a la tienda en honor al programa radial que tenía el fundador de la disquería, Ricardo García. En Discomanía sólo venden música chilena y latinoamericana y en la vitrina sus dueños exhiben orgullosos el catálogo completo de la Nueva Canción Chilena. También les preocupa abrirle espacio a la nueva generación de músicos nacionales independientes. "Ellos vienen para acá a ofrecernos su trabajo", cuenta José Miguel mientras muestra álbumes de Chico Trujillo, Manuel García y Alex & Daniel.

Pero no sólo discos es lo que ofrece esta acogedora tienda ubicada en la Galería 21 de Mayo, a pasos de la Plaza de Armas. Con los años han ido agregando a su inventario películas clásicas, primero en formato VHS y ahora en DVD. Todavía traspasan long plays a discos compactos o videos caseros a formato de DVD, además de ofrecer casetes a precios que rondan los tres mil pesos. Su última estrategia comercial es la venta de entradas a conciertos, servicio que ha servido para abrirse paso en el mercado juvenil.

En 2005, Blockbuster la cadena de videoclubs más exitosa a nivel mundial, tenía cerca de 80 sucursales en el país y crecía alrededor de un 10% anual. Los 30 locales de la Región Metropolitana eran "grito y plata" y aunque la estrategia de mercado apuntaba a la expansión, no pudo en la lucha contra la televisión satelital y por cable, la piratería, las descargas ilegales y la transmisión vía streaming en internet.

El golpe final se los dio Netflix, que llegó a Chile en 2011, luego de un arrollador éxito mundial. Esta empresa ofrece un variado catálogo de filmes y series para ver directamente desde internet y no sólo en televisores con conexión a internet, sino también que en smartphones, computadores y tabletas por una suscripción de $3.790.

¿Cómo lo hacen entonces los videoclubs que van quedando escondidos bajo la rutina diaria santiaguina? Más que luchar, parecieran disfrutar con su negocio y apuntar a una clientela chica pero fiel.

Patricio Araya, dueño del Videoclub Video Lar que funciona desde 1986, dice que la época dorada de los arriendos de películas fue a finales de los 90, cuando producto de la sequía el gobierno restringió el consumo eléctrico y determinó que la transmisión de televisión abierta se acabara a las 11 de la noche. "Se arrendaban hasta Los Huasos Quincheros", dice riéndose.

En un principio estaba instalado en el centro de Santiago, en la Galería Alessandri, y ahí, además de arrendar películas, revelaban fotos, sacaban fotocopias y vendían casetes. Para 2005 tenía cinco locales repartidos en la zona oriente. Hoy, en cambio, mantiene un local a pasos del Parque Bustamante que se ha convertido en un lugar de culto y sigue vivo, según Patricio, principalmente gracias a la gran colección de cine arte que ofrece a los socios del club con ofertas como "los martes a $790".

Juan y Sebastián Navia son las caras visibles de Magnolia. Padre e hijo atienden el negocio que comenzó como un videoclub de barrio, ubicado en el paradero 17 de Gran Avenida. Luego se mudaron al local I de la Galería Huelén, ubicada en Huérfanos 779, donde llevan cinco años. Partieron de cero. "Nos salió esto y nos salió bien", señala Sebastián entre estantes azules repletos de DVD. "Antes contábamos con los dedos de las manos los VHS que teníamos", y su estrategia era poner cada caja muy distanciada de la otra en los mostradores. Ahora la cosa es distinta: tienen una clientela fiel que puede ir hasta cuatro veces a la semana a arrendar películas. ¿Qué buscan? Su gran colección de cintas clásicas de los géneros western o bélicas.

Los centros de juegos y los clásicos flippers también han sido castigados por la entrada y masificación de las consolas y los juegos para equipos móviles. Pero aunque cada vez son menos, a pasos de la Plaza de Armas se encuentra la galería del mismo nombre por calle Merced. Ahí la atención se la llevan los sonidos electrónicos extravagantes que vienen del subterráneo. Bajando las escaleras el ruido aumenta y se mezcla con golpes de fichas, bólidos de autos y notas titilantes que anuncian un ganador. Son los Entretenimientos Diana.

Ignacio Moraga, gerente general de Entretenimientos Diana, lleva 40 años trabajando en la empresa, por lo que conoce bien la historia. Cuenta que el primer local fue inaugurado en 1934 en la Alameda, justo al lado de la iglesia San Francisco, y desde su inicio congregó a mucha gente porque eran una tremenda novedad para esa época: "Había muy pocos lugares de entretención, entonces el panorama de la gente era estar en las calles y hacer vida social fuera de sus casas".

La época dorada de los Diana fue entre las décadas de 1950 y 1980. En ese período funcionaban desde las 10 de la mañana hasta las dos de la madrugada. "Llegamos a tener casi 500 máquinas de juegos en nuestros distintos locales. Hoy tenemos 120", afirma Moraga. A mediados de los 90, con la masificación de máquinas como la Super Nintendo y la PlayStation, "las consolas empezaron a alcanzar a los arcade en calidad gráfica, dándole a toda una generación la opción de jugar desde su casa", dice el coordinador de la carrera técnica de Animación Digital y Diseño de Video Juegos de la Universidad del Pacífico, Gonzalo Lara.

Pese a este progresivo avance de las consolas caseras, el local de Entretenimientos Diana todavía tiene un público bastante considerable. Un lunes de enero, por ejemplo, al mediodía el lugar está lleno de niños de vacaciones y de profesionales jóvenes de camisa y corbata, que aprovechan su hora de almuerzo para jugar en las máquinas de videojuegos. De hecho, los administradores hablan de alrededor de 700 personas diarias durante 2013, algo así como 200 mil visitas en el año, y anuncian que debido a que en septiembre de este año los Diana de Merced cumplen 80 años se realizará una celebración en grande y hasta van a sortear alguno de sus pinballs de la década de los 70 y 80.