La madrugada del 13 de diciembre de 2002 algo salió mal en el Módulo Alfa de la cárcel Colina II. Un momentáneo corte de luz arrojó de la oscuridad a Roberto Martínez Vásquez, el mediático "Tila", muerto. El cuerpo del sicópata de La Dehesa yacía junto a su celda sólo vestido con ropa interior. Personal del Samu intentaba reanimarlo con masajes cardíacos, luego de que los gendarmes lo hallaran colgando en la ventana de la celda. Aún en su cuello se podían notar las marcas del cable de la máquina de escribir que usó para suicidarse. Faltaba un par de semanas para que conociera su condena.

Los medios no dejaban de hablar de él y aumentaba el temor a caminar de noche por las calles. Martínez estaba detenido desde junio de 2002. Había cometido una serie de asaltos en el sector oriente de Santiago, en varios de los cuales había violado a las mujeres frente a sus parejas.

La noche de su muerte fue poco usual para diciembre. Lluvia y truenos se habían hecho presentes en Colina. En el lugar, los abogados vinculados al caso, Héctor Musso y Carlos Quezada; el juez Carlos Carrillo y otras personas cercanas al caso trataban de entender lo ocurrido.

El juez Carrillo revisó minuciosamente la celda en busca de una carta de Martínez. Algo que explicara el porqué del suicidio. Nada de eso encontró. En su lugar sólo halló un montón de recortes de prensa que hablaban sobre el sicópata de La Dehesa y los crímenes. También había canciones, escritos y cartas redactadas a mano y en la máquina de escribir eléctrica, la misma de donde sacó el cable.

Ocho años después de la muerte de "El Tila", periodistas de la Universidad Diego Portales tuvieron acceso a esos textos y recortes, en una investigación periodística de más de seis años. El resultado: El Tila, un sicópata al acecho.

El trabajo no sólo habla de los últimos días de la vida de Martínez Vásquez en Colina II, sino que hace un recorrido por su vida, escarbando en detalles desconocidos del delincuente. Los abandonos que sufrió durante la infancia, sus parejas y los infructuosos pasos por distintos hogares del Sename y cárceles. Una verdadera radiografía del sistema penitenciario para menores.

"Escribir sobre uno mismo puede llegar a ser apasionante y divertido para un ser humano que tenga un amor propio muy elevado. Pero lamentablemente ese no es mi caso. No puede hablar de amor propio alguien que está en mis condiciones, salvo que esté más cagado de la cabeza que yo. Por mi parte, trato de ser algo centrado, aunque me cuesta me esfuerzo", escribió a máquina en su celda cuando se encontraba a la espera de su condena.

Martínez quería relatar su biografía. Motivado por el sacerdote Rafael Ramírez, quien lo visitaba regularmente en su celda, hizo varios intentos por contar su historia. En eso lo ayudaron el juez Carrillo y Gendarmería, al permitirle tener una máquina de escribir perteneciente al Poder Judicial. "Comencé a escribir en el colegio, sin darle mucha importancia. Sin saber que a la postre la escritura sería y será por mucho tiempo mi compañera en la lucha contra el aburrimiento", narró.

"Tengo una máquina Olympia AEG Compact 5DM, necesito un cartridge de tinta", redactó en una carta. Y es que en los seis meses que Martínez vivió encerrado en la celda de Colina II, los escritos se acumularon en el recinto de 2x2. Estaba obsesionado con Evelyn García, la mujer que se encontraba junto a él al momento de su detención. Se conocían hacía pocos meses, sin embargo, Martínez se aferraba a ella. Abundan cartas destinadas a Evelyn y las letras de canciones románticas. "Aunque te hayan causado prejuicios en mi contra, estoy seguro que recordarás, como dice una canción de Chayanne, 'Siempre te di lo que pude dar'. O que al menos 'un poquito, yo me hice querer' ¿Cierto? Respóndeme ¿ya?...", escribió a Evelyn.

Además, la transcripción de canciones de diferentes músicos completaba el arsenal amoroso de "El Tila", desde Marco Antonio Solís, pasando por Los Iracundos, hasta Chayanne.

No saber de Evelyn García lo tenía complicado y triste, sin embargo, eso no era lo único. Hacía listas de las cosas que lo atormentaban: "Llevo 48 horas despierto, o un poco más. Si tuviera reloj podría precisarlo. Ni siquiera sé la hora, sólo sé que la noche se hace larga y que mi meta son 96 horas, o sea, que me faltan dos días. Ojalá lo logre, ya me empezaron a pesar los párpados. Maldita costumbre la de dormir, te trae sueños, fantasías, anhelos que no te dejan satisfecho...", escribió con letra imprenta, clara y ordenada.

"El Tila" no podía dormir, y no porque lo afligiera la culpa por sus delitos, entre ellos el asesinato y descuartizamiento de Maciel Zúñiga, quien fuera su pareja. Desde que ingresó al cubículo del Módulo Alfa en la cárcel Colina II -la más segura de esos años en el país-, lo único que Martínez podía consumir eran cigarrillos y fármacos recetados por el siquiatra del penal. Esto hacía que las crisis de abstinencia por la pasta base se le hicieran cada vez más intolerables y, entre otras cosas, le impedían conciliar el sueño. Pateaba la puerta y se quejaba por los fuertes dolores de estómago que le provocaba el no consumir la droga.

Aparte del síndrome de privación, parecía agobiarlo el asedio de los medios de comunicación. El impacto en la sociedad que provocó el nivel de violencia de sus crímenes no podía producir otro efecto. "Espero que entiendas que la mitad de las cosas que se dijeron sobre mí en la prensa es verdad y no todas esas recreaciones de los hechos que hicieron para magnificar las cagadas que en sí mismas ya eran grandes", escribe Martínez en una carta dedicada a una "amiguita".

En ninguno de los textos encontrados en el calabozo hablaba de pedir perdón o mostraba señales de arrepentimiento. "Hay algunos como el ministro del Interior que juran de guata que soy extranjero o extraterrestre, porque les conviene pensar eso a reconocer que soy el producto de las represiones", redactó.

Lo que sí parecía aterrarlo era la idea de pasar el resto de su vida en una cárcel. Había calculado y sabía perfectamente las penas a las que se exponía. "Tengo más que claro lo que será de mi futuro, no me quedo chupando candados 120 años o más. Es un consuelo saber que, al menos por una vez en mi vida, me merezco algo. Pero de ahí a que apechugue es otra cosa", decía en sus cartas.

Estos cálculos lo hacían pensar en una única solución: el suicidio. "Quizás en algún tiempo y también en su profundo significado fue sencillo vivir. Ahora, aquello es sólo un ideal que no se puede llevar a cabo entre tanta responsabilidad", escribió.

Martínez no estaba dispuesto a seguir en la cárcel, y en su mente ni siquiera figuraba la opción de escapar. Era un hombre tan inteligente como despiadado y sabía que una fuga era un plan difícil de ejecutar en su situación, al estar en el medio de un complejo caso judicial por el salvajismo de los ataques que había protagonizado. Incluso, lograr quitarse la vida lo veía como una hazaña compleja. Vigilado las 24 horas del día, con una cámara en su celda y medio Chile pendiente de él, aprovechó la primera y única oportunidad que se le presentó: un corte de luz.

"Me pesa la estupidez/ de seguir viviendo/ sin tener una razón/ pero ya no me asustan las sombras/ porque ya soy parte de la oscuridad/ tampoco mis viejos demonios/ porque en mi propio infierno se quemarán", escribió.