-¡Golazo!
Ese es el grito que se escucha desde un rincón del local cuando Neymar, el delantero del Santos de Brasil, empalma la pelota con su borde interno y coloca el balón a un costado del portero de Universidad de Chile, Johnny Herrera. No es un grito de gol cualquiera. Se trata de la final de la Recopa y transcurre el minuto 27 del partido. La "U" se juega un título internacional en Brasil. En el local, lleno por una veintena de seguidores azules, se acuerdan con el grito de que el mundo allá afuera está lleno de enemigos, que incluso en los momentos más importantes, cuando se sienten protegidos por el azul de su camiseta, hay alguien, incluso en este bar, que les recuerda que el fracaso está a tiro de puerta.
La mujer de 71 años que está justo en la mesa que da a la gran pantalla lo sabe. Se lleva las manos a la cara, como si se fuera a derrumbar. Frente a ella hay dos santitos, uno de San Expedito y otro de Mario Hiriart, un religioso laico de Schoenstatt al que se le han atribuido algunos milagros. La mujer se llama Gladys Muñoz.
Es la madre de Johnny Herrera.
El bar donde los hinchas de la "U" ven el partido, que alguna vez fue también un restorán, se llama Jano. Eso sí, no hay letrero que lo indique afuera. Aunque la gran casa de dos pisos donde está el local domina la esquina de las calles Rancagua con José Bunster, en el barrio angolino de Guacolda, no hay señales de que adentro se venda alcohol. Afuera sólo hay colgado un Viejo Pascuero de plástico con la leyenda "Feliz Navidad" y, al lado de la puerta, una animita de la Virgen del Carmen con las velas prendidas. Adentro del boliche, aún están puestas las guirnaldas dieciocheras.
Atrás del bar está la casa donde Johnny Herrera pasó los primeros 14 años de su vida. Esta es la cuna del futbolista más polémico de la escena chilena. Los orígenes de un hombre al que la vida le cambió completamente la madrugada del 20 de diciembre de 2009 cuando, manejando su auto por la Avenida Ossa de Santiago, impactó el cuerpo de Macarena Casassus, quien había cruzado a mitad de cuadra. La historia es sabida: según la Siat de Carabineros, la alcoholemia proyectada de Herrera fue de 0,46, que en ese tiempo se consideraba bajo la influencia del alcohol. La de Macarena Casassus marcó 0,84. La chica murió de inmediato.
Todos esos fantasmas reaparecieron hace 13 días atrás, durante el gran fin de semana largo de Fiestas Patrias. Esta vez, Johnny Herrera estaba en una fonda en Maitencillo. Saliendo del estacionamiento, a las 6.30 de la mañana del 17 de septiembre, fue obligado a detenerse por Carabineros. Marcó 1,06 gramos/litro de alcohol en la sangre.
- Johnny no andaba manejando -lo defiende su madre-. Andaba con Carlitos Alfaro, el tercer arquero de la "U", quien generalmente le maneja el auto. Como su jeep (un Wrangler) es grande y estaba en un lugar complicado de sacar, Johnny dijo que él se encargaba, pero los carabineros lo estaban esperando en el mismo estacionamiento. Ni siquiera había salido con el jeep del lugar. Digo yo: ¿A quién lo paran en el mismo estacionamiento?
Gonzalo Villarroel, amigo de Herrera y abogado de la Municipalidad de Angol, comparte la teoría: "Hace un par de meses viajé a Santiago y lo acompañé al 'Desafío Mapocho'. Y yo fui el que manejó el auto". Villarroel es el único gran amigo que le queda a Herrera en Angol. Aunque es tres años mayor que el arquero, se hicieron amigos por el fútbol, cuando Johnny ya había ido a probar suerte a Santiago. Villarroel cree que Herrera lo dejó dentro de su círculo de amigos porque nunca le pidió nada cuando empezó a ganar plata y ser portero de la "U".
-Es un tremendo tipo, quizás poco querido en Angol por su carácter -reconoce-. Pero yo nunca me voy a olvidar cuando, hace unos ocho años, me firmó un cheque en blanco para operar a mi madre de un tumor en una clínica en Santiago. Ese favor no lo hace cualquiera.
En el bar Jano, la "U" sigue batallando con Santos. Neymar, el crack del equipo brasileño, pone la pelota en el punto penal. Herrera da saltitos y se mueve de lado a lado para desconcentrarlo. Neymar remata hacia su derecha. El arquero angolino vuela a su izquierda. Y repele la pelota de su arco.
-¡Mi niño, mi niño! -grita Gladys.
Y cuando se calma, mira de reojo el lugar de donde provino el infame primer grito de gol.
Luis Venegas, un historiador deportivo vecino de la casa de Herrera, cuenta que, hace 30 años, decir que uno vivía en el barrio Guacolda era mal mirado en Angol. Las calles recién se pavimentaron hace 10 años y buena parte de las casas eran precarias. Todavía hay casas con grandes terrenos en los que se cría ganado, aunque la mayor parte del sector se compone de viviendas más pequeñas, como las de la población Los Lagos, un barrio más nuevo vecino a Guacolda. La casa-bar donde Herrera vivió su infancia queda donde ambos barrios se juntan.
Por un lado, Los Lagos y el nuevo Angol. Por otro, Guacolda, con aire antiguo.
Gladys Muñoz y sus hijos representan al viejo Angol, cuando a la derecha de su casa había pampa y chacras, y a la izquierda, las modestas casas de sus vecinos.
En el barrio pocos tienen ganas de hablar de Johnny Herrera. Ya sea porque son colocolinos y lo encuentran muy frontal, o porque no se olvidan de que Johnny, alguna vez, dijo que era de Temuco. Su hermano Julio lo niega: "Fue un móvil de TVN que puso que despachaban desde Temuco, cuando vinieron para la final de la Copa Sudamericana. Se equivocaron ellos, pero varios se lo cobran a Johnny".
A menos de 50 metros de la casa de Herrera se estaciona una camioneta con una banderita de la "U" en el parabrisas. El chofer del vehículo, hincha azul de toda la vida, no quiere entregar su nombre, porque no quiere tener problemas con la señora Gladys, pero dice que Herrera le es indiferente, como les ocurre a muchos de sus vecinos.
-A mí me importa la "U" -dice con fastidio-. No el arquero.
El mismo hincha cuenta la historia de Rodrigo Contreras, un muchacho de Angol que tuvo el mismo origen que Herrera, pero un destino diferente. Ambos -Herrera como arquero y Contreras como delantero- partieron a probarse a la "U". Ambos quedaron aceptados, pero Rodrigo Contreras no aguantó la presión y decidió devolverse a Angol.
-Ahora él es obrero de la construcción en Santiago y Herrera es el arquero titular de la "U" -cuenta el hincha y vecino.
Nadie sabe aquí si los dos hombres han vuelto a compartir alguna vez sus vidas.
Como sea, hace poco más de dos años que Herrera no viaja a Angol. Desde el accidente en Avenida Ossa. De angolino le queda poco. "Se fue muy chico", dice su hermano Julio. "Por lo general, vuelve para la Pascua".
Venegas, el historiador, lo defiende. "Es el angolino más importante desde el jinete del Ejército y récord mundial de salto Alberto Larraguibel. Eso para mí es suficiente". Juan García, el director de la escuela básica Diego Dublé Urrutia, donde Herrera completó octavo, lo recuerda por dos cosas: "Era gordito y se comía tres o cuatro sopaipillas por recreo. Pero también era bueno para los deportes: fútbol, básquetbol, atletismo e incluso natación".
La escuela municipal de Herrera tiene piscina y Johnny le sacaba toda la ventaja que podía en verano. Se le veía nadar con sus compañeros durante el tiempo que duraban las vacaciones.
Pese al desarraigo de Herrera con su ciudad natal, el portero manda todos sus trofeos a la casa materna en Angol, que está en la parte trasera del bar Jano. En el living de esta casa están varias de sus medallas en campeonatos nacionales, trofeos y la presea de la Copa Sudamericana. El bar mismo está decorado con camisetas enmarcadas del arquero y fotos de Herrera en los distintos clubes en los que jugó, principalmente la "U".
La devoción de la familia es total y su madre Gladys lo confirma.
-Me tiene tarjeta Visa y para la Pascua me regaló un jeep -cuenta-. Cuando empezó a ganar plata me dijo que parara de trabajar en el boliche. A Johnny nunca le gustó el negocio. A los 18 años me dijo que me fuera a Santiago con él. Ha pagado estudios de universidad de amigos, pero a él no le gusta que nadie sepa.
Por el lado de su hermano Julio, la gratitud es similar. Le compró un colectivo con el cupo para manejarlo incluido. El bar de Gladys se lo traspasó a él y construyó un segundo piso a la casa-bar, para que Julio y su esposa administren una pensión. "Hasta el 2004 yo era colocolino, pero con todo el apoyo de Johnny me tuve que hacer azul".
José Herrera, el papá de Johnny, vive en Nacimiento, a 20 minutos de Angol. Se fue de la casa cuando el niño tenía tres años. Crió a los hijos mayores de Gladys, Alejandro y Julio -que no eran hijos de él-, pero con Johnny fue un padre distante. Gladys recuerda la pensión alimenticia: 12 mil pesos de la época.
Pero si algo caracterizó a Johnny Herrera en Angol, fue su odio a los colocolinos, que en Guacolda son muchos. Su hermano mayor, Alejandro, era de la Católica, y un día Johnny le dijo a Gladys que él también era hincha cruzado.
-¿Pero cómo, Johnny, eres de la Católica? -le preguntó la madre.
-Sí po', mamá -le dijo el niño.
-¿Quieres que te compré ropa de la Católica?
-¿Me la comprarías, mamita?
Gladys le dijo que sí. "Johnny me pidió un sombrerito y una cuestión para amarrársela en la cabeza de la Católica. Todavía se los tengo guardados", recuerda.
De la misma UC lo vieron jugar en un torneo de fútbol en Temuco y lo pidieron para llevárselo, pero Gladys no se enteró. Nadie estaba de ánimo: recién había muerto su hermano Alejandro.
El bar Jano, que por casi 40 años tuvo de dueña a Gladys Muñoz, se llama así por su hijo mayor: Alejandro Marlon Klapp Muñoz.
-Cuando salía con Johnny decía que era su hijo -cuenta la señora Gladys-. Johnny llegaba enojado a la casa y me decía: "¿Cierto, mami, que yo tengo papá?". Es que era muy bonito Johnny cuando chico.
Alejandro trabajaba un colectivo en Angol, que es el medio de transporte de facto de esta ciudad de 60 mil habitantes. Una tarde de junio de 1991, Alejandro viajó junto al dueño del colectivo a buscar un motor a Los Ángeles. En la noche, a Gladys Muñoz le notificaron que su hijo de 25 años había muerto en un accidente, en el camino de regreso.
-Esa noche Johnny estaba en el hospital -recuerda Gladys-. Se había caído a una zanja frente a nuestra casa y no dejaba de sangrar. Lo tuve que ir a buscar al hospital al día siguiente. Llegué vestida de negro y él me preguntó altiro por Julio, que siempre andaba metido en líos. No pude decirle nada. Los doctores se lo llevaron a otra pieza y le contaron. Nunca voy a olvidar el grito que salió de ese cuarto cuando Johnny se enteró. Tenía 10 años.
En 1995 le llegó a Johnny Herrera la oportunidad de entrar a la "U". Oscar Zambrano, actual entrenador de Malleco Unido, equipo de la Tercera B, fue quien lo envió.
Zambrano fue arquero en su juventud y formó a Herrera como jugador y hombre. Ahora están algo distanciados. Zambrano dice que le envió un mail al portero este año aconsejándole que no hablara mal de sus compañeros de profesión en público. No recibió respuesta. "Lo estimo mucho y me duele no tener contacto con él".
Cuando Herrera finalmente viajó de Angol a Santiago a probarse en la "U", Gladys le dijo que si no quedaba, se tenía que quedar igual en la capital y estudiar. Fuera futbolista o no, Gladys lo iba a mantener con el dinero que hacía en el bar. Quería que su último hijo, el concho, le cumpliera el sueño de ser un profesional.
Segundo tiempo del partido de la "U" con Santos. En la televisión del bar Jano pasan el segundo gol que anota el equipo brasileño a Herrera. Gladys mira la repetición.
-¿Pero, cómo? -se pregunta la mujer-. ¿El Johnny no se tiró?
Terminado el partido, cuenta que es exigente con su hijo. Que le dice que no le gusta que juegue de blanco, que da mala suerte. La misma suerte que no fue generosa cuando Herrera sacaba su jeep del estacionamiento de la fonda en Maitencillo.
Dice Gladys: "Cuando lo vi, le dije: 'Esto pasó, ya te mandaste un condoro y esto enseña, porque eres una persona pública'. El me respondió, afectado: 'No vuelve a pasar, mamá, pero qué voy a hacer si ya me mandé el cagazo'".
La pantalla muestra a los jugadores del Santos celebrando. A Neymar dando la vuelta olímpica con la copa. Julio se va a la entrada del bar a despedir a los comensales azules, que vaciaron el bar en apenas tres minutos. En la televisión, Johnny Herrera se abraza con Neymar. Está contento, ambos sonríen.
Los santitos de San Expedito y Mario Hiriart quedan sobre la mesa, frente a las manos de Gladys. Ella observa por última vez a su hijo en la televisión. Luego se sienta con su hijo y sus nietas, y observan callados las imágenes del estadio.
El silencio se apodera del bar Jano.