CUANDO se habla de inclusión financiera, el concepto suele ir asociado al acceso al crédito y a medios de pago, y rara vez a cuentas de ahorro, porque la visión convencional es que esto último no es una opción posible para los grupos de bajos ingresos.
Pero esa no es la conclusión que arroja un estudio en terreno realizado por el economista y ex ministro de Desarrollo Social Felipe Kast y por Dina Pomeranz, académica de la Escuela de Negocios de Harvard. El acceso a cuentas de ahorro gratuitas en una institución formal, plantea el trabajo, se traduce en mejoras en la calidad de vida de las personas más vulnerables, en particular cuando se ven enfrentadas a un shock económico; es decir, a una caída importante en sus ingresos.
Kast y Pomeranz trabajaron con 3.500 clientes de Fondo Esperanza, una institución de microcrédito productivo, y con CrediChile, división del Banco de Chile que ofreció las cuentas de ahorro (la ley chilena impide que Fondo Esperanza capte depósitos).
Los clientes de Fondo Esperanza son en su mayoría independientes y microemprendedores (vendedores callejeros o de cosméticos), el 91% de ellos mujeres, y muchos en el sector informal.
La investigación mostró que si tienen la oportunidad de recurrir a una cuenta de ahorro formal, las personas depositan recursos ahí y hacen uso de esos fondos para mantener sus niveles de consumo de productos y servicios básicos, en lugar de pedir préstamos informales de corto plazo.
En los sectores más vulnerables, sostiene Kast, no hay un flujo constante de ingresos. Más bien, éstos tienden a concentrarse en algunos períodos o a asociarse a ciertos eventos. Los vendedores ambulantes, por ejemplo, tienen mayores ingresos cuando se instalan frente a un evento masivo y un microempresario, por su parte, cuando recibe un pedido excepcional. Eso obliga a las personas a "aplanar" sus ingresos, distribuyéndolos en el tiempo para mantener un nivel de consumo constante. Las cuentas de ahorro pueden jugar un rol importante en esta planificación, facilitando el ahorro "preventivo" y hasta cierto punto actuando como un seguro de cesantía ante la ausencia de un seguro formal.
Cuentas gratuitas
Las cuentas usadas en el estudio pagaban una tasa de interés real de 0,3%, aunque a un subgrupo se le asignó una tasa preferencial de 5%. El depósito mínimo inicial era de $ 1.000, sin cobros de mantención ni exigencias de saldo mínimo. A lo largo de un año, los participantes depositaron en promedio un total de $ 52 mil, y mantuvieron un saldo mensual en torno a $ 18.500.
No tenían tarjeta de débito y la participación era voluntaria. Un 38% de las personas a quienes se les propuso abrir la cuenta aceptó. Dina Pomeranz, que vino a presentar el paper en la Universidad Católica, cuenta que hubo mayor aceptación entre quienes prestaban más a familiares y amigos, no eran jefes de hogar y tenían conflictos con sus parejas. La razón parece ser que al no tener dinero en la casa disminuyen las posibilidades de prestarlo.
Pomeranz destaca que la tasa de interés no hizo una diferencia en la decisión de abrir o no la cuenta, aunque sí lo hizo el que fueran gratuitas y que no hubiera restricciones a los retiros, más allá de tener que ir a una sucursal a girar los fondos.
El nivel de liquidez de las cuentas, sostiene Pomeranz, es distinto según los objetivos que se persigan: mayores restricciones pueden funcionar como incentivo para el ahorro de largo plazo, pero impiden el uso discrecional en momentos de necesidad. Es lo que podría pasar con los microseguros, ya que hay que demostrar que se cumplen las condiciones para el pago, lo que no siempre es posible cuando se trabaja en el mercado informal. La experta separa también la liquidez de la velocidad de retiro, advirtiendo que la entrega de una tarjeta de débito, por ejemplo, puede reducir los beneficios de ahorrar fuera de casa e incentivar las compras por impulso.
Política pública
En un reflejo de la vulnerabilidad de los participantes en el estudio, 44% de ellos había sufrido la pérdida de su empleo u otra caída en sus ingresos en los tres meses previos. Según el paper, la mitad del shock fue absorbido por la cuenta; es decir, las personas no se vieron obligadas a dejar de consumir y no hubo un aumento forzado del endeudamiento. Asimismo, hubo desarrollo de mecanismos de autocontrol y de autonomía.
En términos de política pública. Kast cree que hay que empezar por dejar de pensar en la pobreza como algo estático y tomar conciencia de que promover el ahorro como mecanismo de seguro puede tener rentabilidades muy altas, rescatando que desde el Fosis se haya comenzado a incentivar el microahorro. Resalta también que depositar los subsidios y beneficios que entrega el Estado en estas cuentas favorece el ahorro.
En el estudio, además, hubo dos preguntas orientadas a medir bienestar, la primera en retrospectiva, sondeando qué tan difícil había sido la situación económica en los tres últimos meses, y la segunda mirando hacia adelante, donde se consultaba "¿Qué tan ansioso está usted respecto de su futuro financiero?". Ambos indicadores mejoraron de manera notable entre quienes habían abierto la cuenta. "Saber que contaban con esos fondos, aunque pocos, bajaba notablemente sus niveles de ansiedad", comenta Pomeranz.