EL DOMINGO pasado falleció a los 81 años Adolfo Suárez, una de las figuras más relevantes de la historia española de la segunda mitad del siglo XX. Como presidente de ese país entre 1976 y 1981, a éste le correspondió  liderar la transición a la democracia tras la dictadura de Francisco Franco. Si bien debió superar las desconfianzas que generaba su condición de funcionario de aquel gobierno, contó con la confianza del rey para encabezar ese complejo proceso.

En medio de un difícil panorama económico y social,  este político de origen castellano demostró tener una gran habilidad para generar acuerdos entre los distintos sectores, principalmente por su disposición al diálogo y a superar las heridas del pasado, jugando un papel fundamental en las reformas que permitieron restaurar la democracia en España. La ruptura pacífica con el régimen anterior, la legalización de los partidos y la convocatoria a elecciones universales para conformar un nuevo Parlamento, fueron parte de las medidas que con coraje adoptó para alcanzar ese propósito.

El triunfo en las elecciones generales de 1979 lo revalidó como mandatario, esta vez de un gobierno constitucional, tras haberse aprobado el año anterior la nueva Constitución. Pero su principal activo político -la credibilidad- se debilitó en 1980 debido a la severa crisis económica que afectó a esa nación y al recrudecimiento del terrorismo. Esto, sumado a las pugnas internas en su partido (la Unión de Centro Democrático), lo alejaron de su cargo a comienzos de 1981.

El legado político de Suárez es enorme y así ha sido posible constatarlo en las demostraciones de admiración a su figura desde distintos sectores en España y el resto del mundo. Su talento político contribuyó  al reencuentro de la sociedad española y a la reconstrucción de su democracia, superando ejemplarmente las fracturas del pasado reciente.