UN golpecito fuerte y luego dos de menor intensidad. Se repite el golpe firme y después vienen cuatro seguidos con un intervalo de un segundo. Así es el algoritmo del muñeco de la Fábrica Unida Americana de Sombreros, más conocida como Donde Golpea el Monito.
El maniquí nunca ha sido bautizado por sus dueños, pero ya es un ícono y punto de referencia dentro de los locales del Paseo 21 de Mayo. Lleva golpeando los ventanales de la sombrerería por más de 90 años. Sin embargo, esta crónica no es sobre las anécdotas del personaje mecánico. Tampoco sobre los celebridades que han visitado el lugar. Esta historia es sobre un "familiar" del muñeco. De uno que apareció por accidente.
"Es como un hijo perdido. No sé cuánto tiempo estuvo metido allá adentro", dice Maite Tamayo, hija de los dueños del local, cuando le preguntan por el clon del monito de la vitrina que está escondido detrás de tres espejos. Está ahí quieto, mirando al horizonte y con una mano apuntando hacia la derecha. Al igual que su "padre", también tiene la habilidad de golpear.
"Venía con un motor, pero no sabemos dónde estará metido", agrega Maite, quien mira el muñeco y sonríe. En 2015, la tienda cumplirá cien años y sus dueños quieren celebrarlo con una ceremonia íntima, pero que recuerde la evolución del local a través del tiempo, y qué mejor que hacerlo con la aparición del objeto.
El "hijo", como quedó bautizado, mide 70 centímetros. A diferencia de su "progenitor", está vestido de color rojo y permaneció guardado por más de 87 años dentro de una compuerta en el segundo piso del negocio.
Tras el terremoto del 27 de febrero de 2010, el local se dañó y las cornisas de los pisos superiores se trizaron. Ahí, entremedio de unos revisteros, aparecieron el muñeco y otros tesoros invaluables, como actas de finanzas de 1927, cuando el negocio apenas cumplía 12 años desde su fundación, en 1915. También se rescataron máquinas para confeccionar sombreros que en la actualidad ya no se fabrican.
Según cuenta Maite Tamayo, encargada actualmente de la empresa familiar junto a su hermana Marisol, el muñeco llegó en 1922 desde Francia en el mismo buque que su "padre", con el fin de servir de publicidad para una tabacalera. Tanto demoró el envío, que la tabacalera quebró y los muñecos fueron comprados por José González Noriega, primer dueño de la tienda, que los usó para promocionar el lugar y competir con otra sombrerería que tenía unos muñecos de una mujer que lanzaba sangre artificial al ser comida por un tigre.
"El monito chico estaba colocado en una vitrina que daba a la calle Esmeralda", recuerda Maite.
El muñeco fue sacado de las vitrinas por mandato de su abuela, quien no quería que hubiese dos maniquíes tocando los ventanales. Luego, se guardó y pasó al olvido.
Maite quiere repararlo, pero al igual que su abuela, no le ve mucho atractivo a la figura mecánica. "No tiene tanta mística como el otro, el histórico siempre será inigualable", sentencia.
Con la cercanía de los cien años, la familia Tamayo-Sordo comenzó las gestiones para publicar un libro recopilatorio de las historias y anécdotas más entrañables que han transcurrido en el lugar, como los únicos 15 días que el muñeco estuvo fuera de sus vitrinas y que generaron cartas, poemas, reclamos de clientes y una baja en las ventas de la tienda.
"Contaremos todo lo que vio pasar el mono por Santiago durante cien años de historia. Son muchos presidentes, personas importantes y anécdotas que tenemos que dejar registradas", señala Maite Tamayo.
La creación del texto, que ya está en proceso, está a cargo de la escritora Ximena Gautier Greve, quien está radicada en Suiza y recibe a distancia los testimonios de la familia. Ella construirá la trama centenaria, que narrará los cambios que ha sufrido la tienda y la ciudad en un siglo. "Es un negocio tradicional y la gente vuelve y trae a sus hijos, porque venir a la tienda es todo un panorama", agrega Maite.
"A través del tiempo ha cambiado la moda y la gente continúa comprando en la tienda. Estamos vigentes", remata.
El libro contará cómo el muñeco mecánico fue colocado en la vitrina del local, para que con el golpeteo de su puntero llamara la atención del público que pasara por la calle, y cómo los santiaguinos lo utilizaron como punto de referencia para encontrarse en el centro de la capital: "¡Juntémonos "donde golpea el monito!".