Hay mucha gente en esta calle angosta. Muchísima. Parece la entrada a un estadio, pero avanzamos hacia la Piazza del Campo, en el centro de Siena. Hombres, mujeres, niños, somos miles los que marchamos a la plaza con forma de abanico, una plaza medieval que dentro de un rato tendrá 60.000 personas. La diferencia con una hinchada de fútbol es que por ahora la circulación es apacible, como de vacas que van a un corral donde saben que habrá comida. No hay empujones ni cantos ni palabrotas. Adelante, la mujer lleva un bolso Louis Vuitton y su marido, sombrero tipo Panamá.
Después de una curva, la calle angosta desemboca en la plaza amplia, engalanada con emblemas de la ciudad. Rodeada de edificios con balcones y terrazas con gente que pagó varios cientos de euros por estar ahí. Acá abajo, en la plaza, el espectáculo es gratis.
La tarde cae sobre las casas color tierra, color Siena. Ya no hace tanto calor.
-Es un día perfecto para el Palio- me dice Gianluca Nannini, un senés vestido de traje, con cara de actor del cine en blanco y negro.
El 2 de julio y 16 de agosto (cada fecha, en honor a una Virgen) se celebra en esta plaza una de las fiestas más tradicionales de Italia. Visto de afuera, el Palio es una carrera de caballos que se practica, salvo contadas interrupciones (las dos guerras mundiales), desde la Edad Media. Visto de adentro, el Palio es confrontación, fanatismo, camaradería, furia y también un poco de locura.
En la carrera se enfrentan 10 caballos de los distintos barrios de la ciudad medieval. Cada barrio es una contrada (contrade, en plural). Hoy la palabra se usa como sinónimo de barrio, pero una contrada es mucho más. "Primero estaba la familia y después la contrada. Lo que necesitaras, desde trabajo hasta dinero, podías pedírselo. Era una contención, una segunda familia", me dice una mujer con su pañuelo al cuello. Ella pertenece a la contrada de la Oca (sí, la del juego de niños), de color verde, rojo y blanco. Hoy existen 17 contrade (llegó a haber 42) y cada una tiene un emblema y colores que la identifican: Aquila (águila), Bruco (oruga), Chiocciola (caracol), Istrice (puercoespín), Giraffa (jirafa), Onda (una ola de mar con un delfín), Lupa (loba), Civetta (lechuza), Drago (dragón), Lecorno (unicornio), Valdimontone (carnero), Nicchio (concha rodeada de corales), Pantera, Selva (con rinoceronte), Oca, Tartuca (tortuga) y Torre (un elefante con una torre).
Los jinetes o fantinos son famosos como las modelos, salen en las revistas y ganan buen dinero. Según su performance, pueden ser odiados o amados. Usan sobrenombre y casi siempre tienen menos de 30 años.
En el Palio no se gana dinero, se gana prestigio. El premio es un estandarte pintado a mano que se llama Palio, y la contrada ganadora lo exhibirá en su iglesia con orgullo, como un trofeo de guerra.
Balcones se arriendan
Gianluca Nannini trabaja en la parte administrativa de una universidad y nació en el barrio del Bruco, que tiene los colores de la bandera de Brasil y hoy no compite. Si no, me dice, no podría estar aquí contigo. Estaría con mis compañeros, cerca de las vallas. Su archirrival es la Giraffa y su segundo rival, la Oca. Me cuenta que esto es parecido al amor por la camiseta del club de fútbol, pero la contrada está más cerca del corazón. La contrada, me dirá después, es la patria para el senés. Hablamos cortado porque recibe llamados -lo escucho decir Palio, fantino, contrada, Lupa- y se encuentra con amigos. Antes de entrar a la plaza hablamos con uno de sus amigos de la Oca. Hace años que no entra a la plaza porque se pone muy nervioso y tiene miedo que le dé un ataque al corazón. Lo mira por la tele, como muchos seneses.
En las calles de Siena venden los pañuelos de cada contrada, cuestan siete euros. Pero los hinchas tienen uno de seda natural que cuesta 100 y les dura toda la vida.
La plaza está repleta. Es el espacio público más importante de Siena. Durante siglos se usó para ferias y mercados. Cuando no hay Palio, se cubre con las sillas y mesas de los bares, cervecerías, restaurantes donde los turistas comen con vista al Palacio Público y a la Torre del Mangia, una torre gótica de ladrillo que tengo enfrente.
Los vecinos que viven frente a la plaza arrendaron su balcón por 200, 300, 800 euros según la ubicación. También los bares alquilan balcones. Me imagino que estarán contentos porque no se ven espacios libres. En los balcones la gente está elegante como si fuera a una velada de gala en el teatro. Llevan binoculares y les sirven proseco (espumante). Hay turistas, sí, pero acá abajo veo más italianos. Hablan en voz baja, secretean sobre posibles ganadores. También se hacen apuestas ilegales, pero eso no se ve.
-El Palio es complejo, muy complejo- dice Gianluca en medio de sus propias explicaciones. La pista por donde corren los caballos se llama Anelo de Tufo (anillo de polvo). Tiene una curva muy peligrosa, la Curva de San Martín, donde los caballos suelen caerse. La Sociedad Protectora de Animales elevó informes y quejas. Los organizadores del Palio no se preocuparon demasiado, pero pusieron unos colchones para evitar que se lastimaran. Una curiosidad del Palio, entre muchas: si el jinete se cae y el caballo sigue corriendo y llega a la meta gana el caballo y la contrada. Todo vale en el Palio.
Los caballos se sortean el día anterior a la carrera y sólo ahí se sabe qué jinete los correrá. Y un dato insólito del Palio: antes de la carrera los caballos son bendecidos por el cura en la iglesia de su contrada. No, no en la entrada. Cruzan la puerta, ingresan como si fueran un fiel más y cerca del altar el cura los bendice y les pone una estampita en la frente.
Los días previos al Palio la ciudad late distinto. Está envuelta en banderas y se nota que hay gente de otras partes de Italia y del mundo. Las contrade desfilan por las calles angostas, entre las vitrinas de marcas de lujo, las gelaterías y el Duomo. Durante la semana del Palio, Siena brilla.
Antes de comenzar la carrera también hay desfile de cada contrada, incluso de las que ya no existen. Van los figurantes vestidos con trajes de pana y hasta armaduras a pesar de los 30°C. Llevan enormes banderas que revolean por el aire con toda distinción.
Cuando termina el desfile llega el momento de mayor tensión. En ese instante, ahora mismo, la plaza con 60.000 personas parece una iglesia vacía. No vuela una mosca y si dos turistas están hablando los seneses los miran torcido. Quieren que se respete su tensión.
Se está sorteando cómo será la formación de los 10 caballos para la largada. El Palio tiene un extenso vocabulario propio para referirse a cada lugar, momento y personaje de la carrera. Rincorsa se usa para el último jinete sorteado, que entra desde atrás y al galope, y da comienzo al Palio. Pero para que eso suceda los caballos tienen que estar perfectamente alineados, de lo contrario la carrera no empieza. Y no se alinean, porque están negociando. Es la parte más loca del Palio. Los jinetes se venden a la vista de todos. Si creen que tienen una posición poco ventajosa para la carrera, entorpecen la llegada de otros, se cambian de bando, negocian. Y esas negociaciones pueden durar mucho, horas.
-Si no se ponen de acuerdo y esto se estira mucho, dice Gianluca, se correrá mañana.
De repente, se pusieron de acuerdo y arranca el Palio. Diez guerreros montan a pelo 10 caballos árabes, largos, feroces. La carrera dura un minuto y medio. O quizás menos. Tengo a un lado dos chicas de la Loba que gritan desquiciadas. Alientan al jinete con rabia, le piden explicaciones en cada grito. Pero como todo es tan corto, enseguida se apaga el grito. Miro a Gianluca porque no entiendo qué pasó. Iba ganando la Lupa, pero en un momento la Oca lo pasó. Y en el medio la Pantera se cayó sobre los colchones.
-Momento, por favor, momento.
Gianluca no puede hablar, se lleva la mano a la frente, respira profundo. Acaba de ganar la Oca, su segundo rival y esto lo desencajó completamente. No se lo esperaba. Mira el suelo. No sé si se pondrá a llorar o tendrá un ataque. Unos metros más allá una niña rubia llora sobre los hombros de su padre y hacia el otro lado, dos simpatizantes de la Oca ríen y celebran el triunfo. Una metáfora de la vida.
Después se le pasa y a la salida volvemos a encontrar a su amigo de la Oca, el que no viene por miedo al infarto, y hablan, discuten y lo felicita aunque tenga un nudo en el pecho.
A la salida de la plaza hay algunos estampidos y gritos y peleas que la policía enseguida separa. Los ristorantes y las tabernas no dan abasto con tanta gente. Sacaron las mesas a la calle y tengo la sensación de que la ciudad entera es un solo barrio de fiesta. Pasan las tablas de queso Pecorino y los abundantes platos de pasta. La ciudad está iluminada a giorno y habrá fiesta hasta tarde. Antes de entrar a la Plaza del Campo, Gianluca me había prometido llevarme al barrio de la contrada ganadora porque exhiben el Palio y festejan. Pero mientras caminamos en la ciudad amurallada se pone serio, medio pálido y dice:
-No puedo ir al barrio de la Oca, no me haría bien. Si quieres te puedo llevar y dejarte en la entrada, pero no me pidas que vaya.
Me perdí los festejos en la Oca, pero comimos y nos reímos en una ostería pequeña, familiar, con los platos de la nona. En el fondo del salón, la pintura del rostro de un alazán recortado sobre el cielo celeste, con las banderas de cada contrada. En la mitad de la cena llegó un amigo de Gianluca para hablar de la carrera, lamentar el resultado, preguntarse ma per che? Come? (pero ¿por qué? ¿cómo?). Los días posteriores y durante meses el Palio, como el clima, salpica la mayoría de las conversaciones.