BRIANDA, LAURA y Aida son tres blogueras que hablan de moda. Son guapas, jóvenes, españolas y los nuevos rostros de la campaña de una tienda de retail que por estos días aparece en televisión. Afirman que, en la actualidad, la moda -ese gran "deber ser"- se nutre del pavimento y de la propia imaginación, y que esa mezcla, llevada a las redes sociales, permite legitimar las particulares lecturas del tema. Sus prendas lo confirman. Todo lo fashion, cool, trendy y palabras de ese orden se condensan en sus estéticas. Y al ser consultadas sobre sus lugares favoritos de Barcelona, las tres responden, al unísono, el barrio de El Borne. Y es precisamente donde nos dirigimos y donde se mueven con naturalidad, posando para las cámaras muy cerca del restaurante La Vinya del Senyor (recomendado para vino + queso, y ojo con la colindante pastelería Bubo) y frente a la que, dicen, es la iglesia más bella del mundo, Santa María del Mar. Las medievales calles del barrio hierven de turistas cámara-en-mano y todo calza. Los turistas, las chicas blogueras y Barcelona: ciudad que con el paso del tiempo se ha convertido en una especie de marca comercial, esa donde muchos chilenos van a vivir su esperada experiencia europea, ciudad-logotipo que, según el reconocido antropólogo catalán Manuel Delgado, se encuentra "cada vez más monitorizada, cada vez más convertida en puro escaparate. Barcelona es una ciudad en que todo está en venta, incluso ella misma como un objeto de consumo más".

Landry es un fotógrafo francés que lleva ocho años viviendo en Barcelona. "Esta ciudad ya no es lo que era", dice. Y coincide en que la urbe se convierte en un lugar para turistas y agrega que si existe un sitio en la ciudad que se resiste a este proceso de "iniciativas higienizadoras", es el barrio de El Raval. Cuando preguntas qué barrios hay que conocer en la ciudad, todos hablan del Gótico, El Borne, Gracia, Barceloneta, etc. Pero cuando llega el turno de El Raval, dicen sí, pero cuidado, no vaya a ser que. Landry vive en este lugar y con una sonrisa ofrece mostrarnos su barrio.

Aquí se hablan 46 lenguas, y de los cerca de 50 mil habitantes que se mueven por su laberinto de callejuelas, la mitad son extranjeros. Según datos de la organización Moviment Raval Viu, hay personas procedentes de más de 130 países y se practican más de 15 religiones. La inmigración es su sello de identidad y su mala fama -prostitución, drogas, robos- la acompaña desde sus orígenes. Landry cuenta que desde finales de los años 80, el Ayuntamiento de Barcelona inició una renovación de la "ciudad sin ley del Raval", mediante expropiaciones masivas y venta de inmuebles. Una de las mayores transformaciones fue donde precisamente nos encontramos ahora, la Rambla del Raval (específicamente en el café La Paciencia), lugar cuyos edificios habitacionales fueron demolidos para abrir ese "brutal hachazo", como se dijo en la prensa. Tomamos otro café en La Paciencia -ideal para el desayuno y no se olvide de su tortilla de patatas- y seguimos caminando.

Para el Raval Norte se ideó una especie de eje cultural con el fin de atraer turistas. En ese sitio se levantaron el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) -ojo con sus muy buenas exposiciones de fotografía y, al salir, compre un café, siéntese en una banca y disfrute de la fauna de skaters, jonkys e intelectuales que propone este sitio-, el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB) y la Filmoteca, que tras dos años de retraso, abrió sus puertas en febrero. La expectación entre los vecinos para que este centro se convierta en un importante dinamizador del barrio no se esconde. Durante la semana de su inauguración recibió 3.600 espectadores. Y el ir y venir de turistas y habitantes de Barcelona ya se deja ver. Pero El Raval se muestra tal cual y a unos pasos de este nuevo centro, las prostitutas siguen en lo suyo, los inmigrantes sin lugar dónde ir siguen en la plaza como cualquier lunes al sol y los policías hacen sus rondas. Y es esto lo que mejor describe al barrio, la mezcla, sus contradicciones y contrastes que ningún urbanista ha podido resolver. El antiguo barrio chino se resiste.

Y basta perderse por sus calles para comprobarlo. Ahí está el hotel Barceló de cinco estrellas, que permanece semivacío, con una patrulla de policía como conserje y aislado en medio del área musulmana del barrio; las peluquerías africanas, las más que recomendadas pastelerías árabes y sus tecitos de menta, los jóvenes marroquís jugando un improvisado partido de fútbol y soñando con ser el próximo Messi, los turistas ingleses que buscan hachís y aprovechan de comprar una cámara Lomo de lo más ondera en una tienda de súper diseño; las librerías que ofrecen todo tipo de literatura anarcosindicalistas, las tiendas veganas para que el vegetariano de fosforescente bicicleta fix pueda almorzar, los respetuosos filipinos que -y según cuenta Landry- son por lejos los mejores vecinos debido a sus silenciosas costumbres; las gaviotas que de vez en cuando pasan para recordarnos que un poco más allá está el Mediterráneo en esta ciudad que fue levantada de espaldas al mar; el jardín de los gatos en la calle L'Hospitalet y frente al teatro Roma, las tiendas de ropa vintage como Flamimgo's y Holala!, que además tiene sedes en Ibiza y París.

Landry camina como Tony Manero por las callecitas, saluda a todos y la vida de barrio es palpable. Nos metemos a una muy buena disquería, Luchador Records (al lado de otra llamada Paradiso), y al oír la pregunta respecto a qué es lo que más le gusta de este lugar, lo piensa y responde: "El Raval es súper humano, su diversidad y sensación de libertad". Y luego dice que vayamos al centro de operaciones para muchos jóvenes, y no tanto, de El Raval. Ya es de noche y caminamos por las callecitas y desde algunas terrazas cuelgan banderas que dicen "Volem un barri digne" (queremos un barrio digno) hasta llegar al bar Betty's Ford, con su estética de tattoos y gran ambiente, mientras afuera los "pakis" venden cervezas en lata a un euro.

Y mientras brindamos con una cerveza Voll-Damm doble malta, se vienen a la cabeza nuevamente las palabras de Manuel Delgado: "El Raval vive tremendas transformaciones y mutaciones vertiginosas (…) que le permiten continuar siendo lo que fue: el reducto desde el que resiste y triunfa lo inquieto, lo complejo y lo insumiso, todo aquello que constituye lo opaco de las ciudades, lo que no deberíamos dudar en definir como lo urbano por excelencia".