A los 22 años, muchos jóvenes viven con sus padres, estudian y no tienen mayores preocupaciones ni responsabilidades. Junior Fernandes, no. Hijo de padres brasileños, nacido en Tocopilla y criado en Calama desde los seis años, antes de convertirse en un hábil delantero debió aprender a hacerle fintas a la adversidad con una sola arma: la sonrisa.
Esa misma virtud fue su principal aliada cuando debió integrarse a la sociedad calameña, que rápidamente se encariñó con él. No obstante, tuvo una integración complicada, por su color de piel. "Al principio todos se reían y se burlaban de mí, pero uno se acostumbra. Después mis compañeros empezaron a conocerme bien y logré hacer hartos amigos. Luego, en Calama, la gente se acostumbró a verme y al final era uno más", recuerda.
Con esa misma alegría con la que se ganó a sus compañeros, también debió enfrentar los gritos que recibía en las canchas de fútbol, y que hasta hoy se repiten. "Me lo tomo con calma, con humor... Me han dicho tantas cosas: 'Mono', 'Esclavo'... Pero yo me río", confiesa. Y explica su postura argumentando que "siempre he sido así, nunca me he sentido mal, y hasta el día de hoy me río de las 'tallas'. No las tomo a mal ni tampoco las veo como racismo".
En diciembre de 2007, la felicidad de Junior se vio interrumpida abruptamente cuando su madre, Lindú, falleció debido a un derrame cerebral. Ella era todo para él, especialmente, luego de que su padre se fuera de la casa, cuando Junior tenía 10 años (tres años después de partir, moriría).
Luego de la pérdida de su madre, la vida del ariete cambió: ya no tuvo contacto con sus hermanos. Incluso, con Christian, quien al igual que él también se dedicó al fútbol. Además, su estatus de figura emergente terminó yéndose a la basura. De hecho, en 2008, el DT loíno Gustavo Benítez lo marginó por "falta de compromiso", aunque igualmente permaneció en el plantel. "No sé si se me subieron los humos, me dejé estar mucho tiempo y dejé pasar muchas oportunidades. No me preocupaba de entrenar bien. Pensaba que con lo que había hecho bastaba... Y estaba súper equivocado", rememora.
Repentinamente, se encontró en Tercera División. Allí, primero, regresó a Municipal Mejillones, y luego a Magallanes, donde fue la figura en el retorno al profesionalismo de los "carabeleros".
"Me sirvió harto volver a Tercera, porque ahí uno se da cuenta de todo. Se da cuenta de lo que tiene en Primera y de lo que hay que valorar y no dejar pasar, también", afirma el goleador, quien gracias a sus buenas actuaciones regresó a la máxima categoría de la mano de Benítez, quien volvió a creer en él, pese a su antigua percepción.
"(Benítez) me dio muchas oportunidades, pero yo ya andaba en otra. No era muy buena la imagen que tenía de mí en Calama, pero ahora con esfuerzo y trabajo he dado vueltas las cosas", asegura.
Y tiene razón, pues los cinco goles que suma en el torneo lo tienen con la ilusión a tope. "Tengo sueños muy altos. Me gustaría jugar en el Barcelona y en el Milan, pero ahora estoy enfocado en Palestino", confiesa el artillero, quien vive solo en San Bernardo, pero que cada día se levanta a ganarle a la vida con una gran sonrisa.