La mueca de sorpresa de la funcionaria de migraciones frente al computador era elocuente. Afuera de la caseta, Héctor Maturana Urzúa (47) no necesitó de palabras para entender que algo andaba mal. Había acudido a la embajada de Chile en Bruselas, donde le entregaron un nuevo carné de identidad y le dijeron que no se preocupara, que la restricción de pisar suelo chileno se había levantado meses antes, el 18 de marzo de 2014. Sus 20 años de exilio habían terminado, pero el computador de policía internacional parecía ignorarlo. Una detective le dijo a Maturana que esperara mientras solucionaban el problema.
Los antecedentes que Maturana tenía del retorno a Chile no eran los mejores. Su amigo Marco Paulsen, otro de los 29 presos que recibieron la conmutación de su pena de cárcel por la de extrañamiento al final del gobierno de Patricio Aylwin, había vuelto en diciembre de 2005 sin saber que todavía le quedaban 77 días de condena. Nadie le había avisado en la embajada que le habían agregado 100 días más por un motín carcelario en 1991. Quedó con arraigo. Por tener prohibido volver, su castigo era no poder salir.
La esposa de Maturana, Rosita Ubilla, sus hijos, Alejandro (17) y Antonia (20) y el novio belga de esta última, Alban Jeumont, fueron a saludar a los familiares que esperaban afuera. Ante la extraña situación, la PDI permitió excepcionalmente que su esposa volviera a entrar a migraciones para acompañarlo. Con ella entró Magdalena Urzúa (82), madre de Maturana, a quien no veía desde casi una década. Pese al nerviosismo inicial, el buen trato de los efectivos de policía internacional lo tranquilizó. “He esperado 20 años. ¿Qué me cuesta esperar un rato más?”, pensó el ex guerrillero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
Luego de cuatro horas, Maturana salió de Pudahuel junto a su familia. En la ruta a Santiago vio autopistas y edificios que no existían hace 25 años, cuando fue encarcelado en Talca, ni tampoco hace 20, cuando abordó un avión hacia un exilio incierto. También se dio cuenta que las distancias no eran tan grandes como las recordaba y sintió una picazón en la garganta, que atribuyó al esmog. Tal como suponía antes de viajar, Chile no era el mismo país en el cual había combatido desde la clandestinidad.
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En 1984, las primeras escaramuzas del FPMR coincidieron con el estreno en Chile de la película Un policía suelto en Beverly Hills, protagonizada por Eddie Murphy. Ambos hechos se entrelazarían en la vida de Héctor Maturana. Su filiación al movimiento subversivo estaría ligada para siempre a aquella comedia. Con apenas 17 años, había sido reclutado en El Salto por Sacha -Juan Moreno Avila- por recomendación de otro frentista, Ricardo Campos Urzúa, el mayor de los siete hermanos de Maturana. Pese a que también se le conoció por la chapa de "Patricio", en una conversación con un compañero le propusieron el alias de "Axel" en honor a Axel Foley, el personaje de Murphy en la cinta. "Como era moreno y me gustaba la película, me quedé con el nombre", recuerda.
Maturana estaba esperando dar el salto desde las JJ.CC. a la organización de su medio hermano desde hace tiempo. Su acercamiento al marxismo había ocurrido al alero de la parroquia de El Salto, que cobijaba a la disidencia política. Allá vio videos de la Revolución Sandinista de Nicaragua, que reconoce como inspiración y también fue adoctrinado con libros como Así se templó el acero de Nikolai Ostrovski y El Capital de Marx. Su madre no veía mayores problemas; como buena creyente, suponía que las actividades en torno a la iglesia eran inofensivas.
Todo cambió con su ingreso al FPMR. Maturana comenzó un entrenamiento paramilitar intensivo en distintos sectores de Santiago. Podían reunirse un día en un lujoso departamento de Las Condes y al siguiente en uno con piso de tierra ubicado en la periferia. También se realizaba un trabajo físico exhaustivo en el Parque O’Higgins. Muchos nunca habían manejado un arma de fuego. Los escogidos tenían trasfondos muy diversos.
“Eramos gallos súper normales. Había un gásfiter, un futbolista, un médico y un tipo medio religioso que quería ser detective. La gente pensaba que hablábamos todo el día de estrategia militar, pero no era así. Eramos una pila de cabros chicos que nos reíamos de cualquier cosa”, explica Maturana.
El gran llamado ocurrió en agosto de 1986, cuando el Comandante Ramiro -Mauricio Hernández Norambuena, actualmente preso en Brasil- le pidió a Sacha escoger tres hombres para la Operación Siglo XX, que tenía por objetivo asesinar al general Augusto Pinochet. La trama es conocida: el 7 de septiembre de ese año, un grupo de 21 frentistas emboscó a la caravana de Pinochet en la cuesta las Achupallas del Cajón del Maipo. Maturana participó vestido de mujer, escondiendo un fusil bajo la falda. Junto a “Milton” -Arnaldo Arenas- simularon ser una pareja que conducía una casa rodante, cuya función era cortar el avance de la comitiva presidencial. El mal funcionamiento de los cohetes LAW que debían impactar el auto de Pinochet salvó su vida. La trampa fracasó y dejó cinco escoltas muertos.
“Yo era un fusilero más, pero fue la acción de mayor envergadura en que participé. Pinochet era la piedra de tope, pensábamos que su muerte abriría un nuevo camino, pero fallamos”, recuerda “Axel”, quien alcanzó a despedirse de su familia antes de escapar a Argentina un par de semanas después, por decisión de los líderes del Frente. Se llevó un pequeño bolso pensando en que volvería pronto, cuando en realidad pasaría más de dos años viajando por lo quedaba de la órbita socialista. El destino final era Vietnam, donde recibió instrucción militar y adquirió el grado de jefe de pelotón. Luego pasó una temporada en Cuba antes de ser requerido de vuelta en Chile. Ya era marzo de 1989, el FPMR había sufrido un duro revés en la frustrada toma de Los Queñes, donde murieron los comandantes “José Miguel” -Raúl Pellegrin- y “Tamara” -Cecilia Magni- y al resto no le deparaba un futuro mejor.
El martes 11 de abril de ese año, Maturana viajó a Talca junto a otro de los fusileros, “Ismael” -Juan Ordenes Narváez-. Mientras jugaban en un local de flippers de calle Uno Sur, fueron controlados por un grupo de carabineros que iban de civiles. El encuentro terminó en una balacera. Maturana le arrebató su arma a uno de los policías e intentó escapar, disparando como le habían enseñado en Cuba: dos veces. Un tiro para herir; otro para rematar. El teniente Juan Carlos Amar murió de su mano, pero aún así, Maturana fue capturado. “No me arrepiento de nada. Yo elegí la resistencia y ellos eligieron la comodidad del régimen. Nosotros tomamos decisiones drásticas en su momento que implicaban dar muerte a alguien o morir en el intento. Espero que esas muertes no hayan sido en vano, que hayan servido para decir siempre habrá resistencia en dictadura”, comenta de aquel episodio.
Fue encarcelado en la Penitenciaría, donde pasó meses incomunicado, con una pequeña radio como única distracción. Cuando la prendió por primera vez, escuchó “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara. Entonces se dio cuenta que algo había cambiado en Chile.
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La tos no le da tregua a Maturana durante su estadía en Santiago. Ha sido la única complicación de un mes intenso, de bienvenidas durante los primeros días y despedidas en los más recientes. Viajó a Valparaíso, Rengo y Pichilemu, que a sus ojos no han cambiado tanto como la capital. Ha restablecido lazos con familiares, antiguos amigos y compañeros de armas, como “Rodrigo” y “Sacha”. Fue este último quien le dio su visión del dilema que le espera ahora que ha cumplido su condena y puede regresar a Chile.
-Ya está bueno que te hagas hombre y te vuelvas -dijo su ex líder.
La discusión de esta posibilidad es permanente para la familia Maturana-Ubilla. En Bélgica tienen ciudadanía, una vida cómoda, con educación gratuita para sus hijos y sueldos suficientes para mantener el hogar sin pasar zozobras. Chile, en cambio, no les ofrece las mismas garantías, pero sí el encuentro con sus raíces.
De los 29 extrañados por las “Leyes Cumplido” -la denominación viene del ministro de Justicia de Patricio Aylwin, Francisco Cumplido-, sólo tres viven en Chile actualmente. Dos de ellos prefieren mantenerse en el anonimato, pues saben las complicaciones laborales que les podría acarrear. El otro es el amigo de Maturana, Marco Paulsen (47), ex integrante del Mapu Lautaro, a quien conoció en la Ex Penitenciaría. Este se volvió a radicar en Chile en 2006. Pese a los problemas iniciales para reintegrarse con sus antecedentes, hoy trabaja en la ONG Educere de Puente Alto, dedicada a la capacitación de personas en riesgo social y situación de calle. “Creo que se nos castigó por rebelarnos como lo hicimos. Son de los casos más extremos entre los presos políticos. Se nos puso en una disyuntiva sin salida”, opina Paulsen. Su amigo Maturana ya no lo ve igual, entiende el contexto de los primeros años de transición. “Pero Chile es otro país y ya no se justifica”, acota.
Pese a la insistencia de los extrañados a lo largo de los años, ningún gobierno ha respondido sus solicitudes de indulto. Con los años, el tema ha perdido visibilidad, pues la mayoría ya ha cumplido sus condenas y se ha quedado en Europa. En lo que queda de este año podrían volver el ex frentista Héctor Figueroa, también refugiado en Bélgica, y el ex lautarista Jorge Escobar, que vive en Noruega.
Luego sólo quedarán los miristas Carlos Araneda, Hugo Marchant y Jorge Palma condenados a 25 años por el asesinato del intendente Carol Urzúa en 1983 (podrían volver en 2017) y el ex marino y mirista Carlos García, cuya pena es de 40 años -(cumple en 2032) por el asesinato del teniente coronel Roger Vergara en 1980.
Un caso especial es el de Marcela Rodríguez Valdivieso, la ex lautarista conocida como “Mujer Metralleta”, apodo ganado luego de su cinematográfico intento de rescate de Marcos Antonioletti del hospital Sótero del Río el 14 de noviembre de 1990. Ella recibió indulto durante el gobierno de Ricardo Lagos por razones humanitarias, pues quedó parapléjica producto de un disparo en la espalda en aquel fallido rescate. Su pena fue conmutada por un extrañamiento de 20 años, que duraría hasta 2019. Hoy vive en Italia, cerca de Milán.
Hace algunos años, el diputado Sergio Aguiló presentó un proyecto de ley para poner fin a esta figura legal, pero el documento jamás ha salido de la Comisión de Constitución. El parlamentario IC espera poder hacer un nuevo intento por revisarlo una vez más. “Habría que ver qué le parece a la DC”, dice. Su colega, el abogado Hugo Gutiérrez (PC), quien durante años defendiera a los presos políticos del FPMR y Mapu Lautaro, opina que la solución no va por el camino legislativo, sino ejecutivo, y que ya le planteó el tema al ministro de Justicia, José Antonio Gómez.
-Me parece poco lógico. Lamentablemente el Presidente Aylwin buscó un camino alambicado para conseguir la libertad de los presos -asegura el diputado PC-.
Por su parte, el abogado Cristián Letelier, ex militante UDI y querellante en el asesinato de Jaime Guzmán perpetrado por el FPMR, se abre a que se estudie cada caso. “En general me opongo a que se indulten a estos mal llamados presos políticos, pues son terroristas, pero habría que ver cada circunstancia. Así también se debería estudiar la situación de los militares condenados por delitos de DD.HH”, comenta.
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Héctor Maturana y Marco Paulsen trabaron amistad compartiendo huelgas de hambre en la Penitenciaría. En una de ellas duraron hasta 45 días a puro líquido, buscando presionar al gobierno de Patricio Aylwin, cuyas reformas judiciales estuvieron entrampadas en el Congreso durante más de un año. Ambos fueron trasladados a la Cárcel de Santo Domingo, donde compartieron celda y afianzaron su vínculo. También tuvieron en común que iniciaron relaciones de pareja con Rosita Ubilla y Patricia Irarrázaval en prisión y concibieron a sus primeros hijos estando allí. En 1993, Maturana recibiría un permiso especial para asistir al nacimiento de Antonia en la Clínica Vitacura.
Sus procesos judiciales se atrasaron tanto que recién en 1994 pudieron postular a la conmutación de pena por extrañamiento. La única condición era que los ilícitos hubieran sido cometidos antes del 11 de marzo de 1990, cuando Aylwin asumió el poder. “Tuve suerte de que me tomaran preso antes, porque seguramente hubiera seguido militando después del 90”, confiesa Paulsen, que salió de la cárcel en octubre de 1993 y tomó un avión a Bélgica con su pareja y su hijo recién nacido, Joaquín.
Maturana fue excarcelado en marzo de 1994, con Eduardo Frei como nuevo Presidente. También se dirigió a Bélgica, que tenía una robusta red de protección para los refugiados gracias al Colectivo de Ayuda a los Refugiados Chilenos (Colarch) y Solidaridad Socialista. Durante ese período inicial, el Estado belga les aseguraba la misma pensión de cesantía que recibían los integrantes de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, suficiente como para arrendar un lugar adecuado para vivir. Paulsen acogió a Maturana en su casa los primeros meses y le ayudó a sumarse a su trabajo en la construcción. Ambos trabajaron juntos en ese rubro hasta 1997. Entonces, Maturana se dedicó a la reinserción de personas con discapacidad intelectual, mientras que Paulsen consiguió trabajo en una ONG antidiscriminación.
Al año siguiente, Pinochet fue tomado preso en Londres. Ambos organizaron marchas diarias desde la embajada británica hasta la chilena, que se llevaron a cabo pese a la lluvia y la nieve. Después incluso viajaron a Londres a protestar afuera de The London Clinic. Casi 12 años después de tenerlo en la mira, Maturana estaba nuevamente cerca de su objetivo. Esta vez sólo disparó insultos.
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El equipaje más pesado ya está embarcado. Una vez más, Maturana está en Pudahuel, pero ahora la decisión de partir a Bélgica es suya, no ha sido impuesta por nadie. Todos se preguntan si volverán pronto y si volverán para quedarse.
-No creo, porque allá tienen toda su vida arreglada -dice Manuel Ubilla Palma, de 82 años, suegro del ex frentista.
-Yo no quiero marchar por educación gratuita si en Bélgica ya la tengo. Allá tenemos becas, ayudas sociales, salud, todo es muy relajado -agrega Alejandro, hijo menor de Maturana-.
Todavía queda mucho por discutir de vuelta en Willebroek, la ciudad al norte de Bruselas donde los Maturana-Ubilla viven desde hace años. Antonia comenzará a estudiar biotecnología y sus padres no quieren dejarla sola tan pronto. Pero en el avión de regreso, el viejo fusilero sintió un vacío. Después de 20 años, 30 días de visita no le bastan. Una vez en casa, envía por correo electrónico el siguiente mensaje:
-Creo que llegó el momento del retorno.