Ya lo sabemos: lo primero que usted quiere para sus hijos es que sean sanos. Luego, que sean felices. Y en tercer lugar, aunque quizás preferiría no confesarlo, que sean exitosos. Pero a esa edad, el éxito se traduce en algunas simples cosas: que se destaquen en clases, que sean participativos, que tengan muchos buenos amigos y que desarrollen su potencial en múltiples actividades extraprogramáticas, desde el tenis a las clases de ballet. Quizás es por eso en estas vacaciones usted ha mirado con preocupación que su hijo prefiera jugar solo antes que sumarse al grupo que se divierte construyendo castillos en la arena. ¿Es un antisocial? ¿Le traerá problemas? ¿Lo pasará mal cuando sea grande?
Nada de eso. Si su hijo disfruta estar solo o se concentra más cuando aprende algo por su cuenta que estando con otros, lo más probable es que sea un introvertido. Y no está solo. Según algunas investigaciones, son cerca del 30% de la población: personas que disfrutan de actividades más calmadas y evitan acaparar la atención de los demás. Porque no la necesitan para sentirse aceptados. Nada que ver con los tímidos (aunque a veces se confundan), que sienten miedo y ansiedad de enfrentar las situaciones sociales, aun cuando quieran participar (ver recuadro).
Hasta ahora, se pensaba que los introvertidos estaban perdidos. En un mundo que, desde que son muy chicos, privilegia a los más locuaces y que en la adultez prefiere a los capaces de trabajar en equipo y hacer escuchar su voz, los extrovertidos llevaban todas las de ganar. Nada de raro que los padres trataran de "corregir" este rasgo, por el bien de sus hijos. Olvídese de todo eso. Una serie de libros y nuevos estudios sugieren que los introvertidos se desempeñan tan bien como cualquiera en todas las dimensiones de la vida y que, incluso, en muchas pueden superar a los notorios extrovertidos, como en liderazgo, la capacidad de enfrentar oportunamente las crisis y de mantener relaciones de amistad más profundas y duraderas.
Déjelos, serán expertos
Hoy, la forma de aprendizaje en distintas partes del mundo privilegia lo colectivo, o sea, el trabajo en equipo. En las salas, los niños se dividen en pequeños grupos que discuten sus avances o la forma en que deben enfrentar determinado problema. Esto ha probado ser muy eficaz a la hora de entregarles seguridad y ciertas herramientas sociales, como la habilidad de enfrentarse a otros y argumentar. De acuerdo a una encuesta realizada en Estados Unidos a más de 1.200 profesores de cuarto y octavo básico, el 55% de los educadores de cuarto prefiere el aprendizaje cooperativo, comparado con sólo el 26% de los que prefiere un método más tradicional. Según la misma encuesta, 42% de los profesores de cuarto y 41% de los de octavo básico declara pasar al menos 25% del tiempo de clases haciendo trabajo de equipo.
Es ciero. Los niños se benefician del trabajo colectivo en las aulas. Pero también está comprobado que largos períodos de trabajo en solitario son imprescindibles para desarrollar un talento. Y éstos son, precisamente, los momentos preferidos del temperamento introvertido.
En su libro Tranquilo: el poder de los introvertidos en un mundo que no puede parar de hablar, la especialista estadounidense Susan Cain relata los estudios realizados por el sicólogo de la Universidad Florida State, K. Anders Ericcson. En éstos comparó a tres grupos de violinistas expertos de la Academia de Música de Berlín: uno compuesto por los "mejores violinistas", otro por los "buenos violinistas" y un tercero por aquellos que estaban preparándose para ser profesores de violín, no intérpretes. Le pidió a cada grupo que detallara diariamente su vida y analizó las diferencias.
Todos pasaban la misma cantidad de tiempo (más de 50 horas a la semana) participando en actividades relacionadas con la música. Sin embargo, los dos grupos de nivel más alto dedicaban la mayor parte de este tiempo a practicar en solitario (24,3 horas a la semana en el caso del mejor grupo y sólo 9,3 en el peor). Esto dio cuenta de un fenómeno que estudios posteriores comprobaron con ajedrecistas, atletas e, incluso, universitarios. Lo que lleva a la maestría en una determinada disciplina es la "práctica deliberada", esa que se hace en solitario, siguiendo los propios ritmos y tratando de superar, reflexivamente, los propios errores. Una capacidad que los introvertidos tienen casi por naturaleza, porque -además, según muestran las investigaciones- ellos son más propensos a asumir este comportamiento como un compromiso personal.
Sobresalientes, aunque no lo crea
Las investigaciones han demostrado que este tipo de temperamento tiene un umbral mucho más bajo que el resto en su capacidad para soportar los estímulos. No se trata de que huyan de la gente, porque teman a las personas. Simplemente, que cada persona es un estímulo y muchas personas juntas son demasiados estímulos. Una hipersensiblidad que responde, fundamentalmente, a ciertas características de su cerebro. La siquiatra estadounidense Marti Olsen Laney explica estas diferencias en su libro La ventaja introvertida. El cerebro de extrovertidos e introvertidos, dice, opera con mecanismos totalmente distintos. Los primeros se apoyan principalmente en su memoria a corto plazo y zonas cerebrales marcadas fuertemente por las impresiones sensoriales; los introvertidos, en cambio, se valen de la memoria a largo plazo y zonas enfocadas en resolver problemas y planificar.
El circuito cerebral de los extrovertidos opera con la dopamina, neurotransmisor ligado al estado de alerta, la atención y el movimiento, por lo que estas personas requieren exponerse a numerosas actividades para mantener a la dopamina en un nivel alto. Los introvertidos usan un circuito neuronal llamado sistema nervioso parasimpático, regulado por la acetilcolina, que opera en la memoria a largo plazo y en la habilidad para estar calmados, lo que les produce una sensación de bienestar mientras piensan y los hace más propensos a la contemplación. Y por lo mismo, altamente sensibles y reactivos a todo aquello que afecte dicho estado, desde los cambios de temperatura a los olores intensos o sonidos fuertes. Según Laney, esto hace que los introvertidos suelan evitar el contacto visual mientras hablan. Porque tienden a procesar sus pensamientos y palabras de forma más cuidadosa, pero cuando escuchan no apartan la mirada para asegurarse de recolectar la mayor información posible.
Este mismo carácter contemplativo, que no busca impresionar a los demás, es el que, según Susan Cain, hace que los introvertidos suelan enfrentar mejor las crisis: no intentan llamar la atención con las soluciones que plantean. Y, al ser más pausados, generalmente se dan más tiempo para reflexionar los pros y los contras de una situación. No es todo. Esta especialista de Harvard también asegura que, de acuerdo a las investigaciones, son mejores jefes.
Ser el líder implica relacionarse con mucha gente, tener voz de mando y hacer sentir la opinión propia. Por eso, siempre se ha atribuido a los extrovertidos la cualidad de convertise en jefes hábiles, dejando a los introvertidos en un lugar subordinado. Pero, a pesar de que un líder extrovertido puede funcionar muy bien en algunos escenarios, hay otros en que lo que se necesita es alguien de más bajo perfil.
Sí, porque son mucho más abiertos a las opiniones de los demás y a compartir el crédito de un acierto, algo que puede funcionar muy bien con equipos de trabajo que se caracterizan por su proactividad. Lo comprobó un estudio del doctor y profesor de la Escuela Wharton de Negocios, Adam Grant, y Francesca Gino y David Hofman, de la Escuela de Negocios de Harvard y la Universidad de Carolina del Norte, respectivamente. El equipo dividió a 163 estudiantes universitarios en grupos, que debían competir entre sí para probar cuál era capaz de doblar la mayor cantidad de poleras en 10 minutos. Cada equipo incluía dos actores. En uno, el actor interpretaba un rol pasivo, siguiendo las instrucciones del líder. En el otro, el actor se mostraba extrovertido y señalaba que en Japón había aprendido una forma diferente de doblar las poleras, que al equipo le tomaría sólo dos minutos aprender y que le permitiría realizar el trabajo mucho más rápido. Los líderes introvertidos se mostraron 20% más abiertos a acoger esta propuesta, lo que hizo que sus equipos obtuvieran una supremacía de 24% por sobre los equipos liderados por extrovertidos.
Los introvertidos, además, tienden a evaluar mejor los riesgos. Un estudio de la Universidad de Northwestern descubrió que la propensión a tomar riesgos financieros está asociado a una variante genética vinculada a un mayor nivel de dopamina en el cerebro. Y también que esta variantes está 28% menos presente en los introvertidos.
Por naturaleza
Y si todos estos beneficios no son suficientes para que usted deje de esclavizar a sus hijos para que compartan con los hijos de las visitas cuando no quieren, aquí va un dato más: los niños nacen así y en el camino sólo pueden ir atenuando su temperamento, pero no cambiarlo. Basta recordar el clásico estudio del sicólogo estadounidense. En éste, reunió a 500 guaguas de cuatro meses en su Laboratorio del Desarrollo de los Niños, en Harvard, y las enfrentó a una serie de experiencias novedosas. Estallido de globos, objetos con diferentes texturas y colores, y olores desconocidos fueron algunos de los estímulos. El 20% lloró estruendosamente, levantó los brazos y pataleó. Kagan los denominó de "alta reacción". Cerca del 40% se mantuvo tranquilo, moviendo piernas y brazos ocasionalmente. Fueron reconocidos como de "baja reacción". El 40% restante permaneció en un punto intermedio entre los dos comportamientos. Con estos resultados, levantó una tesis: los de alta reacción se convertirían en jóvenes introvertidos, mientras que sus opuestos serían extrovertidos. Los niños volvieron a ser evaluados a los dos, cuatro, siete y 11 años, y su teoría probó ser acertada. ¿Cómo pudo saberlo?
Cuando las guaguas tenían cuatro meses de vida y tras enfrentar los estímulos nuevos, Kagan midió sus ritmos cardíacos, presión sanguínea, temperatura y otros indicadores del trabajo del sistema nervioso. Sabía que esas reacciones estaban controladas por una potente estructura del cerebro, la amígdala, que está detrás de muchos de los instintos básicos que compartimos con los animales, como el apetito, la respuesta sexual o el miedo.
Una de sus principales funciones es detectar amenazas ( desde el calor del fuego que puede quemarnos hasta una araña que viene bajando por la pared) y preparar al organismo para reaccionar. Kagan dedujo que los niños que sobrerreaccionaban frente a los estímulos tenían amígdalas particularmente sensibles y en el futuro, cualquier ambiente no conocido los haría sentir incómodos.