La memoria del agua es una película sobre la pérdida y el duelo. El quinto largo del director y guionista chileno Matías Bize (En la cama, La vida de los peces) se despliega como un ejercicio de inmersión en el dolor que nace después de que un chico de 4 años, a quien el espectador no alcanza a conocer, muere tras caer a una piscina. La atendible devastación de sus padres, Amanda y Javier (Elena Anaya y Benjamín Vicuña), es el inicio de un trayecto físico y emocional tendiente a establecer qué resulta de una experiencia así de extrema y arrasadora. Si mirar hacia adelante será posible para esta pareja, que podría no seguir siéndolo según se van revelando las cosas al espectador.

Estilizado y atmosférico, el nuevo filme de Bize desembarca la próxima semana en Sanfic y en la cartelera comercial. Es coproducido por Televisión Española (TVE), lo que explica la presencia de la actriz Elena Anaya. La intérprete llamó internacionalmente la atención en 2001 por su rol en Lucía y el sexo (2001) y ha tenido experiencia hollywoodense en cintas como Van Helsing (2004). Aunque acaso localmente resulte más familiar por sus colaboraciones con Pedro Almodóvar en Hable con ella (2002) y La piel que habito (2011).

Su rol en La memoria del agua da cuenta de una paleta interpretativa signada por la necesidad de sobreponerse, sea encarando las cosas o huyendo de ellas. Reenganchando con un viejo amor encarnado por Néstor Cantillana, o bien muy presa de su pasado mientras trabaja como intérprete en conferencias internacionales, con la película contemplándola en medio de sus intentos de salir a flote.

¿Qué le atrajo del proyecto?

La historia misma. Leí el guión y me atravesó una sensación que no me soltó durante muchos meses. Me parecía interesante ver, a través de la pareja protagonista, el dolor incalculable de una pérdida así y cómo esto afecta de maneras tan diferentes a cada uno. Y quizás más que eso, me interesaba lo que no estaba escrito: esa sensación de cobardía que a veces nos invade a los adultos.

Todo el cine de Matías Bize tiene que ver con relaciones de pareja. ¿Experimentó algo singular a este respecto en el rodaje?

Matías llevaba un par de años trabajando con este guión y con los más mínimos detalles de la historia. Es un apasionado de este tema y pone todo su conocimiento y experiencia al servicio de la película. Para ver con detalle qué quería contar, dedicamos muchas horas a charlar sobre los personajes, sobre su mundo, sobre sus miedos.

Al servicio de la historia

En cierto momento del filme, hay una escena nocturna en que un grupo de jóvenes bulliciosos y enfiestados llegan a una cabaña contigua a la que ocupan los personajes protagónicos, en un lugar no precisado, fuera de Santiago. Contra lo que el espectador podría esperar en un contexto de dolor y pérdida, Amanda y Javier no van a reclamar ni a quejarse, sino que participan de la fiesta que se arma en ese instante. Es un momento más bien excepcional de la película, pero además fue un momento especial del rodaje. O Anaya lo recuerda así:

"Estábamos todos entusiasmados de rodar algo así, tan diferente al resto, pudiendo sacar la parte más luminosa y amorosa de nuestros personajes. Benja y yo nos mirábamos y sólo teníamos ganas de seguir bailando y de dejarnos ir así, en el disfrute máximo de la vida".

¿Qué hay de común entre Almodóvar y Bize?

Pedro es un director que convive con sus trabajos de manera única. Conoce a cada uno de sus personajes como si fuese ellos y es maravilloso escucharlo cuando va descubriendo por qué actúan así o tienen esa manera de agarrase a la vida. Cada tarde de ensayos en su casa son de lo mas estimulante. Tiene un sentido del humor incomparable. Y por su puesto una mirada única y de ver el mundo. Matías, por su parte, también prepara sus películas como si se le fuese la vida en ello.

¿Es optimista con respecto al futuro del cine hispanoamericano?

Cada vez se hacen mejores películas. Propuestas como Cinema 23 y sus premios Fénix, para el cine iberoamericano, ayudan a difundirlo y hacerlo mas accesible.