El auditorio estaba repleto. Entre las butacas había escritores, editores, diputados y ex ministros: desde Patricio Fernández y Ramón Díaz Eterovic a Gabriel Boric y Eduardo Aninat. Emmanuel Carrère (1957), uno de los mejores escritores franceses actuales, ya lo había experimentado en Buenos Aires: pasó por Argentina antes de aterrizar en Santiago y allá firmó libros como si fuera estrella de rock. De traje gris y camisa blanca, el autor llegó a la Facultad de Arquitectura de la UC precedido por el éxito de sus libros Limónov y El Reino.
Autor de novelas sin ficción, Carrère llegó al país como el último invitado del año del ciclo La Ciudad y las Palabras, del Doctorado en Arquitectura de la UC, apoyado por La Tercera. Ayer por la tarde sostuvo una conversación con el escritor Cristian Warnken.
El escritor estaba en París cuando el pasado 13 de noviembre ocurrieron los atentados en Saint-Denis y el teatro Bataclan. Muy cerca de su hogar. Ayer por la mañana, horas antes de su presentación, reflexionó sobre ello durante un desayuno en el campus Lo Contador: "La sociedad francesa creía que los temas religiosos ya eran parte del pasado, pero no es así, los enterraron demasiado rápido", dijo.
Por la tarde, en la conversación con Warnken, profundizó sobre su obra y volvió sobre la catástrofe de París. Desde hace 15 años y a excepción de El Reino, donde habla de su experiencia con la religión, Carrère se ha interesado en la vida de otros. "Escribimos de otros porque estamos hacinados en nosotros mismos. Así la experiencia humana se vuelve muy limitada y la literatura permite indagar en otro". Sin embargo, precisó: "No podría escribir una historia sobre los asesinatos y la masacre de París; mi tarea es comprender los hechos".
Repasó la historia de El adversario (2000), su primera novela de no ficción, protagonizada por Jean-Claude Romand, supuesto médico de la OMS que no era tal y que, al descubrirse el fraude, asesinó a toda su familia. "Hay algo extraordinario en alguien que miente durante 18 años".
Su más reciente libro, El Reino, ocupó buena parte de la conversación. "El Nuevo Testamento, al contar la historia del inicio del cristianismo, representa finalmente el triunfo de la literatura", dijo. "No soy creyente, pero la fe me inspira, no es lo que me moviliza, pero me interesa estudiarla".
Reflexionando sobre cristianismo e Islam, planteó una teoría: "Podemos temer a la forma en que el Islam podría devorar nuestra sociedad, pero en los primeros siglos los romanos temían a las religiones orientales. Para ellos el judaísmo y el cristianismo era religiones orientales, conquistadoras. A los romanos, que toleraban todas las religiones mientras no se rebelaran políticamente, les parecía el colmo. Pero esas religiones se mezclaron con el mundo grecorromano y surgió esta civilización, es decir, que las civilizaciones también hacen cruces extraños que se pueden sentir peligrosos en algún momento. Una islamización del mundo europeo no es una catástrofe completa".
Luego abordó su novela más exitosa, Limónov (2011). Con el retrato de Eduard Limónov, un excéntrico poeta ruso, soldado, fundador del Partido Nacional Bolchevique, un canalla disfrazado de héroe, se adjudicó los Premio Renaudot, el de la Lengua Francesa y el Prix des Prix. Las traducciones se reprodujeron como la popularidad de Carrère.
"Lo conocí en los 80 en París; me gustaban sus libros. Cuando estuve 15 días con este personaje, aventurero, lleno de energía, seductor y a la vez deplorable, decidí hacer este libro", contó.
Pero la novela fue algo más que la historia de un personaje: "Limónov también fue un pretexto para escribir sobre el mundo poscomunista en Rusia".
¿Cómo es su relación hoy con él? "Mi relación con él es perfecta, pero me dijo la última vez que nos vimos que si llegaba al poder me iba a matar", dijo entre risas.
Por la mañana, también se había referido al fenómeno de crítica y público de ese libro: "Me sorprendió el éxito de esta novela. En ella la perplejidad es el punto de partida y espero compartir esa sensación con el lector".
Hilos de la trama
En el desayuno, vestido de camisa de lino negra sobre una polera oscura, Carrère habló también de su proceso de escritura: "Creo que mis novelas son realistas, no autobiográficas, con la excepción de Una novela rusa. En las otras novelas soy más un investigador, un observador, soy el que pregunta. Si mis libros fueran películas serían clasificadas como documentales", señaló. "Intento no introducir la ficción para así conservar la coherencia interna", agregó.
"En general busco a personajes que no tengan relación con mi mundo o solo ecos de mi mundo", agregó y comentó que de sus novelas de ficción se siente conforme con El bigote (1986) y Una semana en la nieve (1995). "Creo que son mis mejores novelas de ficción y las escribí muy rápido. Ahora hay dos tipos de libros: los que hay que armar y los que son como pelotas de lana, de los que solo hay que tirar de un hilo y ya! Aunque a veces la lana también se rompe", señaló.