La clave era el boca a boca. La indicación ordenaba llegar al número 257 de la calle Purísima, en Recoleta, y golpear la puerta. Afuera no había ningún aviso ni cartel que señalara la naturaleza del lugar. Vicente Gómez, su dueño, abría la puerta y conducía a los comensales hacia el interior. Después de atravesar un estacionamiento, entraban a una casona de comienzos del siglo XX, que tenía sus paredes rayadas con lápiz y plumón. Casi todos iban por lo mismo: el famoso osobuco al vino blanco.

El Caramaño no era un restaurante clandestino, pero durante 24 años fue uno de los secretos mejor guardados del barrio Bellavista. El sistema de golpear la puerta funcionó hasta que murió su dueño en 2005. Desde entonces, el local quedó a cargo sus hijos y comenzó a ser promocionado.

En Recoleta hay varios otros lugares escondidos en cada barrio. Por eso, el municipio lanzó una ruta gastronómica con seis picadas de la comuna y en ésta los sabores tradiciones y los buenos precios se mezclan con secretos e historias poco conocidas.

Donde más abundan las leyendas es en El Quitapenas, que está frente al Cementerio General. Se vienen acumulando desde hace más de 90 años, cuando fue inaugurado por un matrimonio italiano. En ese lugar, un tarde de 1925, David Arellano y Clemente Acuña decidieron crean un club deportivo, mientras disfrutaban de un arrollado huaso, uno de los favoritos de sus clientes. Le llamaron Colo Colo.

Al Quitapenas acuden, sobre, todo santiaguinos que visitan a sus familiares muertos. Su dueña, María Salomé Rojas, cuenta que en los 60, un grupo de personas venía de lejos a enterrar a un familiar. "Pero llegaron tan tarde que el cementerio estaba cerrado y lo terminaron de velar aquí", relata.

De Lota a la Vega

Ruth Contreras tenía 12 años cuando llegó a Santiago, desde Lota. Apenas se instaló empezó a trabajar en el Mercado Central desconchando mariscos y fileteando pescado. Ahí aprendió todo lo que aplicó, años después, en un pequeño local de comida que abrió en la Vega Central. Hoy, es dueña de la cocinería más grande del patio de comidas de este mercado.

¿Su secreto? Cocinar a la antigua, como lo hacía su mamá en el sur. "La gente echa las machas al horno, ¡pero eso no se debe hacer nunca, porque quedan duras y secas! Se tienen que cocer con puro vapor", confidencia la "Tía Ruth", como la conoce todo el mundo, al igual que a su picada. Cuenta que llega gente de toda la ciudad a probar su cazuela de vacuno.

Lo mismo ocurre en Don Gaviota, un restaurante especializado en pescados y mariscos, que está rodeado de fábricas de maquinarias y plástico. "Pese a que cuesta encontrarlo, la gente cruza la ciudad para comer aquí. Tenemos clientes del barrio, pero también de Lo Barnechea y La Reina", asegura su dueña, Patricia Vargas.

"Yo prefiero un pastel de jaiba contundente de Don Gaviota en vez de los platos pequeños de BordeRío. Con mi marido salimos de Vitacura, nos vamos por El Salto y en unos minutos estamos allá", cuenta Olga Collao, una de sus clientes habituales.

Más al oriente, en Pío Nono, funciona desde hace 80 años el Venezia, que fue la picada favorita de las familias que iban al zoológico del Parque Metropolitano. También de Pablo Neruda, vecino del barrio. El Nobel acostumbraba a sentarse en una mesa en el centro del local, donde hay una placa que lo recuerda y con la que se fotografían todos los extranjeros que llegan al lugar.