CUANDO tenemos un libro en las manos todo parece reducirse a un tema de concentración. Mejor dicho, a cuánta atención ponemos. En el colegio, si nos torturaban con unos mamotretos ininteligibles, sabíamos en qué consistiría el reto del profesor si fracasábamos: "¡Es que seguramente estaba pajareando y no puso atención!". Acto seguido, nuestra mamá nos consolaría: "Pero concéntrese más y se saca un siete porque usted es muy inteligente, pero se distrae". Y claro, nosotros nos frustrábamos porque habíamos subrayado y garabateado esquemas en una servilleta para entender mejor la historia.

Pues bien, ahora sabemos que estos malentendidos escolares podrían deberse a un enfoque errado sobre cómo nuestro cerebro pone atención. Hasta ahora se creía que el tema de la concentración era todo o nada. Que se colocaba atención o no, sin medias tintas. Pero lo que un experimento a partir de los textos de Jane Austen demuestra es que existen diferentes tipos de concentración.

Jane, placer y juicio

La doctora Natalie Phillips quiso dilucidar el misterio. Esta especialista en Literatura Inglesa de la Universidad Estatal de Michigan intuía que nuestras mentes se concentran de diferentes formas, según se realice una "lectura por placer" o una "lectura enfocada o crítica".

Para llevar a cabo su experimento, lideró un equipo interdisciplinario del Stanford Center for Cognitive and Neurobiological Imaging que tomó imágenes cerebrales a estudiantes de letras de posgrado mientras pasaban de un tipo de lectura a otra.

La autora elegida fue Jane Austen, debido a que las novelas de esta escritora de la Inglaterra victoriana pueden leerse en diferentes niveles: es a la vez entretenida y compleja; y uno de sus libros puede terminarse de un tirón en la playa, como también ser el objeto de estudio de un análisis literario.

¿Y por qué se eligió su novela Mansfield Park y no un título más popular como Orgullo y Prejuicio o Persuasión?

Phillips pensó en realizar el estudio sobre Persuasión, pero finalmente optó por Mansfield Park porque resultaba más fresca para los alumnos, quienes no verían contaminadas sus reacciones por la publicidad y los medios. Además, fue en la época de Jane Austen cuando algunos intelectuales comenzaron a poner el grito en el cielo debido a la gran cantidad de libros ahora disponibles que, decían, estaban provocando una nueva generación de lectores más distraídos.

Pero vamos al experimento.

Leer o no leer

La hipótesis inicial de Phillips fue que la lectura recreativa encendería las áreas del cerebro ligadas a la obtención de placer. La lectura enfocada, en cambio, activaría la corteza prefrontal dorsolateral, relacionada con las funciones ejecutivas.

Con esa tesis en mente, pidió a un grupo de alumnos que leyera un capítulo de Mansfield Park proyectado por espejos al interior de un escáner de resonancia magnética. Después, por medio de una serie de pistas verbales y visuales, se les instruyó para que pasaran de un tipo relajado de lectura a otro con énfasis en aspectos literarios formales.

En el modo normal, los estudiantes tenían que dejar fluir su placer por la lectura. Se les dijo que debían relajarse y leer como lo harían si estuvieran en la playa. Del otro modo, debían realizar una lectura crítica, fijarse en cosas como la estructura formal, los temas literarios y los patrones identificables. Incluso se les dijo que después tendrían que escribir un ensayo literario a partir de su análisis.

Pues bien, las imágenes mostraron que cuando los estudiantes pasaban de leer relajadamente a un modo más exigente, no sólo se disparaban las neuronas de las áreas encargadas de las funciones ejecutivas, como son la memoria a corto plazo, la planificación y la obtención de metas. Además de la corteza prefrontal, también se encendían circuitos relacionados con las habilidades espaciales y motoras. Incluso, se registraron cambios en el flujo sanguíneo. Es decir, en nuestro cerebro ocurría una transformación a un nivel mucho más profundo y transversal.

Y no es que los sujetos estuvieran distraídos en una condición y no en la otra. En ambas situaciones estaban igualmente atentos, igualmente sumergidos en la lectura, igualmente sensibles al texto.

"Esto fue un shock, porque pensamos que las modificaciones serían de menor importancia (después de todo, se trataba de la misma novela de Jane Austen) y sólo en las regiones asociadas con "jugar" o "trabajar", explica Phillips a Tendencias, quien aclara que se trata de una investigación todavía en curso.

En efecto, Phillips constató que los cambios entre leer por placer y leer críticamente son incluso más dramáticos que entre leer por placer y simplemente no leer. En otras palabras, cuando nuestra mente lee por gusto se parece más a cuando no lee que a cuando se esfuerza por comprender contenidos.

Este descubrimiento traería consecuencias insospechadas para la educación y para las terapias cognitivas. Para empezar, ya nadie podría a priori reprochar a un niño por no estar leyendo con mucha atención. Puede que sí lo estaba, pero no usó las partes del cerebro adecuadas debido, por ejemplo, a instrucciones poco claras o a una inmadurez en su desarrollo cognitivo. Además, los estudios literarios podrían usarse para mejorar nuestro rendimiento intelectual: pasar de un tipo de atención recreativa a una demandante mientras leemos nuestra novela favorita sería una excelente terapia para ganar flexibilidad cognitiva.

"Lea esto que le va a servir", nos decía el profesor mientras nos pasaba un mamotreto que de seguro estrujaría nuestras neuronas. Seguramente el "viejo de Castellano" no tenía idea de imágenes cerebrales, pero sí una convicción a toda prueba de que estaba haciendo lo correcto. El tiempo y la ciencia terminarían por darle la razón.