Hace un año, el entonces cardenal Jorge Bergoglio concedió esta entrevista al periodista Andrea Tornielli del diario La Stampa, con ocasión del último consistorio. El periódico italiano publicó ayer nuevamente esa conversación.

¿Cómo considera la decisión del Papa Benedicto XVI de instituir el año de la Fe y de insistir sobre la nueva evangelización?

Benedicto XVI indica como prioritaria la renovación de la fe, y presenta la fe como un regalo que transmitir, un don que ofrecer, que compartir como acto gratuito. No una posesión, sino una misión.

¿Qué significa evangelizar, en un contexto como el de América Latina?

El contexto es el que salió de la quinta conferencia de los obispos latinoamericanos que convocamos en Aparecida en 2007. Nos convocó una misión continental: todo el continente está en misión. Toda la actividad de la Iglesia se programó de cara a la misión. Esto conlleva una tensión muy fuerte entre centro y periferia, entre parroquia y barrio. Hay que salir de uno mismo, acercarse a la periferia. Hay que esquivar la enfermedad espiritual de una Iglesia auto-rreferencial: cuando llega a serlo, la Iglesia se enferma. Es verdad que al salir a la calle, como le pasa a cada hombre y cada mujer, pueden ocurrir accidentes. Sin embargo, si se encierra en sí misma, envejece. Y entre una Iglesia lesionada porque ha salido a la calle y una enferma de autorreferencialidad, no tengo ninguna duda en preferir la primera.

¿Cuál es su experiencia en Argentina y en particular en Buenos Aires?

Buscamos el contacto con familias que no frecuentan la parroquia. En lugar de ser sólo una Iglesia que acoge y recibe, intentamos ser una Iglesia que sale de su recinto y va hacia los hombres y mujeres que no la frecuentan, que no la conocen, que se han alejado o son indiferentes. Organizamos misiones en las plazas, las mismas donde se reúne mucha gente: rezamos, celebramos la misa, proponemos el bautizo que administramos tras una breve preparación. Intentamos también utilizar medios digitales, la red.

En el discurso al Consistorio, Benedicto XVI insistió en el hecho de que ser cardenal es un servicio y de que la Iglesia no se hace sola. ¿Qué comentario tiene ante eso?

Me llamó la atención la imagen evocada por el Papa, que habló de Santiago y Juan y de las tensiones entre los primeros seguidores de Jesús sobre quién debiera de ser el primero. Esto nos dice que ciertas actitudes, ciertas discusiones, siempre las hubo en la Iglesia, desde sus principios. No nos debemos escandalizar. Ser cardenal es un servicio, no un título de honor del que presumir. La vanidad, el alardeo, son una actitud de espiritualidad mundana, que es el peor pecado de la Iglesia. Es una afirmación que se encuentra en las páginas finales del libro Méditation sur l'Église de Henri de Lubac. Lo espiritualidad mundana es un antropocentrismo religioso que tiene algunos aspectos gnósticos. El arribismo, la búsqueda del éxito, pertenecen plenamente a esta espiritualidad mundana. Para explicarlo, suelo recurrir a un ejemplo: "Miren el pavo real, qué hermoso es si lo ves de frente. Pero si das unos pasos y le ves desde atrás, pillas la realidad. Quien ceda a la vanidad autorreferencial en el fondo esconde una miseria muy grande.

¿En qué consiste entonces el auténtico servicio de un cardenal?

Los cardenales no son agentes de una ONG, sino que son servidores del Señor, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que es el que marca la diferencia entre los carismas y que los conduce a la unidad en la Iglesia. El cardenal debe entrar en la dinámica de la diferencia entre los carismas y a la vez mirar hacia la unidad. Sabiendo que el autor, tanto de la diferencia como de la unidad, siempre es el Espíritu Santo. Un cardenal que no entra en esta dinámica no me parece un cardenal en línea con lo que dijo Benedicto XVI.

Este Consistorio cayó en un momento difícil, de tensión debido a la fuga de documentos del Vaticano. ¿Las palabras del Papa ayudan en esta realidad?

Las palabras del Papa ayudan a vivir esta realidad en la óptica de la conversión. Me gustó que el último consistorio se fijó en la víspera de la Cuaresma. Es una invitación a mirar la Iglesia santa y pecadora, a ver algunos fallos y ciertos pecados sin perder de vista la santidad de muchos hombres y muchas mujeres que obran hoy en la Iglesia. No tengo que escandalizarme porque la Iglesia es mi madre: tengo que considerar sus pecados y fallos como miraría los de mi propia madre. Y yo, cuando la recuerdo, recuerdo antes que todo las cosas bonitas y buenas que hizo, no tanto sus defectos. Una madre se defiende con el corazón lleno de amor, antes que de palabras. Me pregunto si en el corazón de muchos de los que entran en estas polémicas existe el amor hacia la Iglesia.

¿Cómo se percibe la Curia romana desde afuera?

Yo la vivo como un organismo de servicio, que me ayuda y sirve. A veces nos llegan noticias no buenas y a veces manipuladas en escándalos. Los periódicos a veces corren el riesgo de enfermarse de coprofilia y de alimentar de paso la coprofagia. Es el pecado que marca a todos los hombres y mujeres: ver sólo las cosas malas. La Curia tiene defectos, pero creo que se subraya demasiado el mal y demasiado poco la santidad de muchísimas personas consagradas y laicas que trabajan en ella.