PARA NADIE es un secreto que Alejandro Guillier está bien encaminado en la carrera presidencial. Sin embargo, para muchos votantes, su personalidad permanece en el misterio, su talante sonriente es equívoco, y sus frases de los últimos días resultan enigmáticas, ya sea por lo pedestres ("Cada uno sabe lo que dice") o por lo intencionadamente vagas: "El siglo XXI está allá y no acá atrás".
Una primera aproximación a la personalidad de Guillier tiene que ver con su desempeño profesional: en noviembre de 2003, siendo jefe de prensa de Chilevisión, Guillier fue responsable de una de las mayores canalladas que recuerde la historia del periodismo nacional. El mismo personaje melifluo que dirigía el noticiario, orquestó la celada repugnante que violó de manera brutal la intimidad del juez Daniel Calvo (la famosa sesión de cámara oculta protagonizada por el administrador de un sauna gay al que concurría el magistrado).
Parte de lo grotesco del episodio fue que muy poca gente reparó en la gravedad de tan oscura maquinación, que aún permanece inexplicada (la Justicia claramente no operó). De hecho, hasta ahora casi nadie se ha referido al asunto. Mientras tanto, nuestro hombre lleva años escalando en las encuestas.
Días atrás, sin embargo, el lúcido columnista Matías Rivas se preguntaba, en relación a este mismo tema, cuánta homofobia hubo realmente en el actuar de Guillier. "Es raro -concluía Rivas- que el Movilh y la Fundación Iguales todavía no muestren su rechazo hacia Guillier, más ahora que es un senador con expectativas presidenciales". Bien raro, la verdad.
Tres años más tarde, y con la inverosímil medallita de hombre más creíble de Chile ya colgada en la solapa de la chaqueta, Guillier nuevamente nos permitió catar su estofa, esta vez por medio de un desliz profesional: mientras era presidente del Colegio de Periodistas, asesoró a varios ministros y subsecretarios del primer gobierno de Michelle Bachelet. La prudencia -o la decencia, si se quiere- aconsejaba distancia del poder, no contubernio.
Pero nada de esto afectó la credibilidad de Guillier. Tampoco el acto de hipocresía flagrante que detallo a continuación: durante el mismo año 2006, un grupo de periodistas fue apaleado por Carabineros. Como correspondía, el presidente del gremio se reunió con el superior de los agresores para manifestar su molestia. Al salir de la junta, Guillier denunció indignado que los uniformados habían grabado el encuentro. Sin que se le moviera un solo pelo, era él, él antes que nadie, quien ahora ponía el grito en el cielo a raíz de una grabación oculta.
Y hay más: Guillier insiste en hacernos creer que es el arquetipo del profesional de clase media, pese a los sueldos estratosféricos que mes a mes recibió en calidad de figura televisiva, y pese a la nada despreciable dieta parlamentaria del último tiempo. Bajo cualquier medición socioeconómica, Guillier se ubica en el quintil de ingresos más alto del país.
Hace 10 años publiqué una columna sobre Alejandro Guillier en Las Últimas Noticias. Y hoy creo que vale la pena rescatar una frase del pasado, sobre todo ahora que el senador juega a ser el único y verdadero outsider: "Lo que quiero decir, al parecer sin éxito, es que desde hace rato que no me extrañaría ver a Alejandro Guillier ejerciendo las más encumbradas actividades palaciegas que sea posible imaginar, ya que es tal la cercanía del hombre con el poder, que, al igual que cualquier televidente medianamente avispado, yo ya lo identifico como miembro de la camarilla encargada de administrar este país".
Versión extendida de esta columna en www2.latercera.com