"Antes de llegar a Chile por primera vez, no sabía mucho del país. Sabía donde quedaba, por suerte. No conocía toda la riqueza del mar, pero sí había escuchado de la Patagonia, Atacama y Santiago. Conocía poco de la historia del país: que Chile había sufrido por lo de Pinochet. No sabía mucho más.
La primera vez que pisé este país fue en un encuentro de buzos en Punta de Choros, en 2008. Ahí conocí al productor Patricio Polanco. El quería hacer el programa Océanos, Chile frente al mar y que yo fuera la coanimadora. Nos llevamos bien, él tenía buenas ideas. Quería que yo lo guiara en la parte ambiental y en la relación del ser humano con el medioambiente. Cuando el proyecto se concretó, tres años después, pasé cinco meses viajando desde el norte hasta la Antártica. Buceé en Juan Fernández, Valparaíso, Concepción.
Mientras viajaba, un amigo me dijo que tenía que conocer a Warren Adams, CEO de Patagonia Sur, porque teníamos en común la pasión por la naturaleza. Era 2011. Con Warren tomamos desayuno. En ese momento no tenía un plan, sólo quería conocer a alguien parecido a mí. Me dijo que algún día haríamos un proyecto. Han pasado dos años de esa conversación. Siempre supe que iba a volver al mar de Chile, una y otra vez.
Mi abuelo, Jacques Cousteau, me enseñó a bucear a los nueve años. Para mí fue sencillo, porque era como si tu abuelo te llevara al parque al lado de tu casa. Me enseñó a bucear en 10 minutos: '¿Te queda bien tu máscara? Bueno, así es como respiras, este es tu tanque, vamos'. Fue sencillo, porque no me lo enseñó como si fuera una gran expedición, era natural.
Mi infancia, por un lado, fue como la de los demás: iba al colegio y tenía una mamá que me hacía desayuno y, por otra parte, toda mi familia estaba viajando por el mundo. Se sabe que mi abuelo y mi papá estaban en las expediciones, pero mi abuela estuvo a bordo del Calypso más que cualquier otra persona y mi mamá era fotógrafa. Ella pasó afuera de mi casa tres meses por cada año, viajando, tomando fotos. De vez en cuando llamaba, porque era muy difícil comunicarnos.
Yo estaba embarazada de mi primer hijo cuando Warren Adams me invitó a conocer el proyecto Meri (Instituto de Investigación de Ecosistemas de Melimoyu), en el sur de Chile. A pesar de que tenía muchas ganas de ir, tuve que decir que no. Este año la invitación se extendió a mi hijo Félix, que ahora tiene 13 meses, y a mi esposo. Antes de que el avión aterrizara en Melimoyu, miré para abajo y pensé cómo puedo hacer para volver a ese lugar".
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"No pensé que iba a pasar mi vida como exploradora. Estudié sicología, me quería enfocar en relaciones interculturales. Me importaba la parte del ser humano: por qué hacemos lo que hacemos, cómo actuamos, por qué tomamos decisiones. Después, todo eso se tradujo en la relación de las personas con el medioambiente. Crecí con eso gracias a mi familia: me interesan las relaciones, ya sea bajo el mar o arriba.
Trabajé por un año y medio en un hospital siquiátrico en Santa Fe, Nuevo México. Fue súper difícil porque mi labor se enfocó mayormente en jóvenes. Es complejo ver que a un niño le han robado su niñez y no poder explicarle por qué. Dejé la sicología porque pongo toda mi energía y pasión en un proyecto y no sé separarlo del resto. No es bueno para el paciente ni para mí que yo esté tan involucrada.
Todavía me es difícil entender por qué hacemos las cosas mal y por qué seguimos en ese camino. Tenemos una enfermedad de desconexión con nosotros mismos, con el medioambiente, con nuestro espacio en el mundo y el planeta. Pensamos que estamos solos, que lo que hacemos no importa. Cuando tiramos basura decimos no nos preocupamos, pero esa basura llega al mar y tú comes un pescado del mar.
Quiero cambiar la conciencia del ser humano. Intento lograrlo con charlas a jóvenes en universidades. Aunque sólo una persona de cada 50 me diga que nunca se había dado cuenta de las cosas que yo le dije, mi charla tiene un sentido".
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"El trabajo en Melimoyu me gustó mucho porque tiene que ver con descubrir y explorar lo que casi nadie ha visto. El Centro Meri está empezando con investigaciones sobre ballenas y animales únicos, como la rana de Darwin. Las 14 personas con las que compartí en Melimoyu tienen tanto entusiasmo que es contagioso. Ahora la necesidad del centro es recaudar fondos para traer científicos internacionales y ampliar las investigaciones. Este año yo viajé a Melimoyu, porque iba a ser la guía en la expedición en el buceo, pero por el mal clima, el avión donde viajarían los cuatro turistas invitados desde California, no despegó.
De los 10 días que estuve en el Centro Meri, pasamos tres buceando. Vi una medusa de tres metros de largo, corales de agua fría, cosas que nunca había visto. Para mí, como extranjera, ver a un buzo chileno que se asombra con especies nuevas es fascinante. Y eso pasó: el fotógrafo que nos acompañaba, que tiene mucha experiencia bajo el mar, siempre salía del agua asombrado.
Buscamos a la rana de Darwin en el musgo, era pequeña y fue genial. Pasamos horas mirándola, grabándola. Estábamos felices, porque la rana nos posaba. Algo pasa cuando las personas estamos en terreno, somos muy unidos y creamos una familia. La naturaleza crea unidad. Este viaje no fue de sobrevivencia, no voy a mentir diciendo que estábamos en el medio de la selva sin comida, pero estábamos ahí por la misma razón: compartir Melimoyu con los demás, mostrar todo lo que nos puede dar la naturaleza".
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"Una vez me dijeron que los chilenos tienen la espalda al mar, porque siempre miran a la cordillera. Pero nunca he visto eso. Los chilenos que conozco miran al mar y entran a él.
El mar chileno es más verde, más frío que otros que conozco. En Melimoyu estuve 40 minutos bajo el agua, con un traje semiseco y debajo de él solo con traje de baño. Tenía los labios azules, pero valió la pena. En el agua fría hay mucha vida, pero nunca me llamó la atención bucear en ese tipo de mar. Si puedo hacerlo en otro lado, como el Caribe, mejor. El mar en Chile es helado, turbio, tiene corriente. A veces no se ve nada. La gente piensa que lo que más me puede dar miedo en el mar son los tiburones, pero es la corriente. A pesar de eso, en Chile hay una riqueza única. Por el programa Océanos viajé cinco meses por la costa, pero siento que me falta mucho por recorrer. Este país siempre me asombra.
Una de las cosas que me impactó en este viaje fue el descubrimiento de Melimoyu con mi hijo. Lo vi feliz tocando el pasto, mirando una flor, con picaflores por todos lados, sonriendo frente a una estufa de leña y vuelto loco con las libélulas. Comenzó a bailar en Melimoyu, se movía como un pingüino. Salía afuera cada vez que podía. Ahí me di cuenta que lo estoy haciendo bien como mamá. Esta enseñanza no puedo hacerla de otra manera que llevándolo al exterior. Esa es la educación que quiero darle a mi hijo.
Cuando me ofrecieron viajar a Melimoyu dije inmediatamente que me gustaría grabar el lugar. Hago documentales a mi nombre y con el nombre de mi ONG. Las personas somos seres muy visuales, si podemos ver algo reaccionamos más que si lo leemos. Por eso hay que poner fotos, para que la gente vea lo lindo que son las cosas. Así cuento mis historias.
En Chile estoy haciendo dos documentales sobre Melimoyu, luego me voy a Brasil por dos a cuatro años y registraré el estado de salud de un sector del Amazonas. En un momento quise hacer un documental sobre los Kawéskar, pero no resultó por el tema de los auspicios, el tiempo, la dificultad en acercarse a la historia por dentro y por fuera. Los pueblos indígenas tienen su historia guardada, muy cercana a la naturaleza. Quería ayudar grabando, porque perdemos mucho cuando una cultura muere.
Quiero volver a Melimoyu, por la conservación del medioambiente y por el gran proyecto de investigación que están creando. Estoy tranquila, sé que voy a volver al frío mar".