CONOCIDA ES la expresión volteriana -desapruebo lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo-; sin embargo, ¿no será que hay límites a este principio? De partida, Voltaire no profirió la frase. Es apócrifa, más un paráfrasis de su pensamiento que cita textual. “Écrasez l´infâme” (“Aplastad al infame”), no precisamente poniendo la otra mejilla: eso sí lo dijo y repetidas veces. Afirmó también: “es preciso que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia” (cap. XVIII de su tratado al respecto). Es decir, esto de que se le deba tolerancia a cualquiera, como si de un imperativo kantiano universal se tratase, no es tal; puede, debe, condicionarse. Desde luego, al intolerante, al jesuita que se siente santo y puro persiguiendo a otros (el ejemplo que da), no cabe tolerarlo; el infame aquél no se lo merece.

Locke, que también escribió un opúsculo sobre tolerancia, es de la misma idea. Es bueno, favorece la libertad, que existan grupos religiosos diversos en una sociedad; con todo, ni a ateos o a católicos -sostiene- corresponde tolerarlos; a los primeros porque no valen sus juramentos, a los segundos porque están bajo la férula de un príncipe absolutista extranjero. En épocas de Locke y Voltaire no era necesario referirse a hábitos sexuales no convencionales, humanos, demasiado humanos además, para poner a curas sectarios en su justo lugar; fue así, sin escándalos, con criterios puramente políticos, como avanzó el liberalismo la secularización en su momento. Entonces, un progresista auténtico (no un confuso, un medias tintas, de hoy día) podía ser anti-inquisitorial y tolerante, y sin morirse de susto de criticar porque puede “ofender”; esto de “el amor es más fuerte” les habría parecido una pontifica estupidez.

Karl Popper también tenía clarísima la película. “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia”. Esto no significa impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes mientras se las pueda contrarrestar mediante argumentos racionales. “Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas”, especialmente si en vez de razonar se enseña a responder a argumentos con puñetazos y pistolas. “Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”. Para los ultristas, en cambio, la violencia es “la partera de la historia”; por tanto, reprocharles a ellos por ser violentos es injusto; ellos hacen lo que hace el “sistema”. El rector de la Universidad de Chile, ante tamaña falacia, responde: “Puedo entender sus argumentos”, pero rechazo su acción (la toma por enésima vez de la Casa Central).

¿Cómo que puede “entender” argumentos si no hay tales, no resisten análisis? Aunque no tiene nada de raro que se tomen la “simbólica” Casa Central. Desde Rectoría se han apoyado tomas (Derecho 2009), se ha incentivado el activismo callejero, y a Pérez lo que de veras importa es la Torre 15 (“Servicios Centrales”). ¿Cuándo fue la última vez que rectores o decanos aplicaron medidas disciplinarias por desmanes? ¿Es que no se puede exonerar a un estudiante violentista? Antiguamente se rajaba por no pensar o pensar mal; antiguamente la Universidad, sin miramientos, mantenía sus estándares.

Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador