Todo partió con Bielsa. Eso advierte Pedro Felipe Ramírez (72), con una mano en la barra metálica para mantener el equilibrio dentro del vagón. Viajar en Metro es parte de su rutina desde hace 34 años. Entonces decidió nunca volver a manejar un auto para evitarse problemas como el estacionamiento, las infracciones o el tráfico.

-Marcelo Bielsa fue el primero en remover la conciencia social, cuando no le dio la mano a Piñera -continúa-. Luego vinieron las protestas por HidroAysén y los estudiantes. Este país cambió y los movimientos sociales se empoderaron -explica Ramírez, recién designado embajador chileno en Venezuela, en un argumento que evidencia dos de sus principales intereses: el fútbol y la política.

El trayecto termina en Estación Central. Allí lo espera Nicolás Dubó, el joven militante de Izquierda Ciudadana que gestionó su asistencia al foro. Juntos entran en la Universidad de Santiago y se dirigen hacia las salas de Ingeniería Comercial. El camino está rodeado de murales inspirados en el arte de la Unidad Popular. Su actividad durante esa etapa es la que le otorga valor a su visita. "A mí nadie me reconoce, nadie sabe quién soy, pero cuando dicen que fui ministro de Salvador Allende, el estadio se viene abajo. El pasó a ser una figura histórica para los más jóvenes, no el foco de una situación polarizante", asegura.

Su ingreso al aula igualmente pasa desapercibido al lado de Giorgio Jackson, un personaje más reconocible para los estudiantes, pero cuando llega el turno de Ramírez, los ojos se posan en él desde su primera frase.

-En mi vida he visto tres procesos de cambio: el de 1970, el de 1988 y el de ahora (...) El programa de la Presidenta Bachelet no es todo lo que uno quisiera, pero son transformaciones importantes y ella tiene un liderazgo casi mágico. La gente le asigna poderes sobrehumanos.

Ramírez se despide pidiéndoles a los estudiantes que no dejen de marchar por las calles, que sólo así podrán lograr cambios fundamentales. Al escucharlo, un estudiante levanta la mano derecha y hace el maloik, aquel gesto con el índice y el meñique extendidos, popularizado por el heavy metal. Ramírez abandona la sala sin saber si esta será su última exposición en Chile antes de viajar a Caracas, para asumir su nuevo cargo. Allá deberá enfrentar un escenario que ve muy similar al que vivió acá, hace poco más de 40 años, cuando murales como los de la Usach estaban por todos lados y su carrera política prometía. Entonces era imposible prever que un escándalo lo retiraría antes de tiempo.

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La política interesó a Ramírez recién cuando entró a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Pese a que Jorge, su padre, era militante radical, su formación católica en los Sagrados Corazones de Alameda lo acercó a la Democracia Cristiana poco antes de la llegada de Eduardo Frei Montalva a La Moneda. Rápidamente destacó como presidente de su facultad en 1963 y luego como vicepresidente de la Fech entre el 64 y 65, escoltando a su camarada Luis Maira. "Siempre ha tenido un instinto político innato y ha buscado el diálogo. El era uno de los tres estudiantes que asistían al Consejo Universitario y su papel ahí era impresionante. Tenía el respeto de todos los decanos. Su presencia fue muy importante para construir la reforma universitaria", cuenta el ex ministro de Planificación.

Luego de encabezar su propio proceso en la Fech, Ramírez fue nombrado gerente general de Sercotec (Servicio de Cooperación Técnica) en 1966 por el Presidente Frei. Tenía apenas 24 años y el aspecto de un quinceañero. "Muchos consideraban un agravio que un cabro chico fuera su jefe. Hubo un amago de paro, pero hablamos y se acabó", recuerda. Como dependía del Ministerio de Economía, tuvo que tratar con Domingo Santa María y luego con Edmundo Pérez Zujovic. Con este último, la relación comenzó siendo áspera, pues Ramírez ya se había inclinado hacia la izquierda dentro de la DC (en el grupo de los "terceristas") y el ministro era leal a la línea moderada de Frei. Eventualmente, Ramírez se ganó su amistad e, incluso, logró que apoyara su campaña a diputado por Osorno y Río Negro en 1969. Allí obtuvo un cupo en la Cámara hasta 1973.

A diferencia de los "rebeldes" de Rafael Gumucio, que decidieron dejar el partido para apoyar a Allende, los "terceristas" se quedaron en la DC para apoyar a Radomiro Tomic en la elección presidencial de 1969. Durante ese proceso, Ramírez conoció a la hija menor del líder falangista, Olaya Tomic, quien se transformó poco tiempo después en su polola y esposa. La renuncia de los "terceristas" para fundar la Izquierda Cristiana (IC), en 1971, no afectó la relación con su suegro. "Yo creo que él se hubiera ido con nosotros, pero era una figura demasiado importante. En la IC hubiera sido como una palmera en un macetero", reflexiona Ramírez.

El final de su mandato parlamentario ocurrió en mayo de 1973, cuando la tensión interna se hacía insostenible. La IC se había incorporado a la Unidad Popular y tenía a Sergio Bitar en el Ministerio de Minería, pero una acusación constitucional en su contra le valió a Ramírez el llamado de Allende para reemplazarlo, en julio. Ambos se conocían de hace años, pues el líder socialista era cercano a una tía de Ramírez que vivía en Viña del Mar.

Apenas un mes y medio después, la renuncia del general Carlos Prats obligó a un nuevo reacomodo ministerial, que llevó a Ramírez a Vivienda. Unos días antes de asumir, Allende lo invitó a su casa para conversar. Allí le dijo que estaba dispuesto a someterse a un plebiscito para evitar la guerra civil.

El 10 de septiembre de 1973, Ramírez estuvo presente en el último consejo de gabinete del gobierno de la UP, donde Allende defendió su proyecto por 45 minutos. Les hablaba a los militares que algunas horas después lo derrocarían. "Recuerdo que dijo: 'Si intentan sacarme de aquí, me defenderé hasta la penúltima bala. Yo veré qué hago con la última'", cuenta el entonces ministro.

Cuando supo del Golpe de Estado, a primera hora del 11, Ramírez fue a refugiarse en la fábrica de Fensa en Maipú. El general Oscar Bonilla llegó hasta allá en su búsqueda, pero los cabecillas de la IC ya habían huido. Ramírez vagó por distintas casas hasta que fue detenido el 10 de octubre. Su carrera política nunca volvería a alcanzar la trascendencia de esos días. Comenzaba un largo cautiverio de tres años que lo llevaría por varias prisiones, incluidas Escuela Militar, Tres Alamos, Isla Dawson y Ritoque, donde fue bautizada su hija María José, gracias a una gestión del capellán. Los 42 presos políticos que compartían prisión con Ramírez oficiaron de padrinos.

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Además de Pedro Felipe Ramírez, en su departamento de calle Merced viven dos jóvenes a los que da alojamiento gratuito y tres gatos que se asoman constantemente por el living. Hay poca decoración en las paredes y estanterías: una foto de Sebastián, el único de sus cinco hermanos que ya murió; una imagen del día de su matrimonio con Olaya Tomic y retratos con sus hijas. También hay un crucifijo, que da cuenta de una contradicción vital entre su fe y su mentalidad científica.

Mientras termina una taza de café, el embajador explica que tiene muchos trámites pendientes antes de regresar a Caracas, una ciudad que siente como propia. Vivió exiliado allí entre 1976 y 1979, aunque durante los últimos dos años tenía un pie en Chile gracias a un error en su pasaporte y debido a la separación que en 1977 llevó a su ex esposa y dos hijas de vuelta al país. En ese tiempo trabajó para el Cendes (Centro de Estudios del Desarrollo), una institución dependiente de la Universidad Central de Venezuela. Allí se reencontró con el economista Carlos Matus, antiguo ministro de Allende, con el que también había coincidido en Isla Dawson y Ritoque, y se hizo amigo de Jorge Giordani, ex asesor de Hugo Chávez y actual ministro de Planificación de Nicolás Maduro.

-Pedro Felipe quiere mucho a Venezuela y desea que la democracia se afirme en ese país. Va a seguir lo que la Presidenta Bachelet ha dicho para ayudar al diálogo y a que se cumplan todas las normas constitucionales. También sabe de economía y puede ayudar a que se hagan las reformas necesarias para poder sostener la democracia -opina Sergio Bitar, uno de sus mejores amigos, quien conoce a Ramírez desde la infancia y con quien compartió el exilio en Venezuela.

Los contactos adquiridos en esos años, tanto en el gobierno como en la oposición moderada (Acción Democrática y Copei), fueron cruciales para que Bachelet y el canciller Heraldo Muñoz se inclinaran por Ramírez para el cargo. Su misión no es otra que seguir la línea de Unasur y colaborar para el diálogo, en lo que él llama "proceso de pacificación".

A su juicio, ¿cuál es la problemática actual de Venezuela?

El problema consiste en que se llevó adelante un proceso de cambio muy importante a partir de Chávez, con la nacionalización del petróleo, y ha sido resistido por sectores conservadores en lo económico y político. A su vez, el gobierno se ha creado en el país situaciones difíciles de manejar que nadie puede obviar, como el desabastecimiento. Lo importante es que, en el diálogo, las partes coinciden en que la Constitución es la base para buscar la salida.

¿No cree que se parece al panorama de Chile entre 1970 y 1973?

Hay semejanzas con el Chile de la UP, pero también hay diferencias. Es por eso que, también como un hombre de izquierda, deseo que Venezuela no tenga el destino que tuvimos nosotros. Hay una polarización evidente, como la que hubo acá.

¿Comparte que hay violaciones a los derechos humanos en Venezuela?

No me consta, eso lo tendrá que determinar el comité de investigación.

Hay opositores, como Leopoldo López, que aseguran haber sido encarcelados ilegalmente.

Yo no quisiera emitir juicios personales, mi rol será otro, favorable al diálogo. Hay que ser muy prudente. La solución la encontrarán ellos, para bien o para mal.

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El renovado protagonismo político que hoy vive Ramírez parecía imposible 30 años atrás. Aunque al volver del exilio se había posicionado como uno de los primeros detractores públicos del régimen de Pinochet, sus constantes encarcelamientos se transformaron en un problema de seguridad para la directiva de la IC. Durante 1981 pasó seis meses en clandestinidad con la ayuda del vicario Cristián Precht y los padres franceses, en una casa en Providencia; luego, en 1983, fue enviado a prisión por llamar a la desobediencia civil en una entrevista.

Finalmente, en 1984, un oscuro episodio terminó por sepultar su promisoria carrera como dirigente político. Según cuentan hoy ex dirigentes de la Izquierda Cristiana y el propio Ramírez, la CNI amenazó con hacer públicas unas imágenes que revelarían su homosexualidad. Nunca se supo realmente si el material existió, pero nadie estuvo dispuesto a correr el riesgo de que fuera divulgado. Toda la situación es recordada por los más cercanos al dirigente como una "amenaza homofóbica".

De inmediato, la Comisión Política de la IC llamó a una reunión urgente. La situación de Ramírez era el único tema en la tabla. "Ese incidente fue un elemento que repercutió en su voluntad de continuar en tareas protagónicas. Todo era muy complejo en esa época, nada era público, pero él tuvo mucho coraje", confidencia un integrante de la directiva. Al final, su amigo Luis Maira lo sucedió en la secretaría general.

El golpe fue duro para Ramírez. Su amigo Bitar lo acompañó en el proceso: "En un país que a esas alturas no tenía el grado de amplitud de hoy, naturalmente era una dificultad y hubo gente que se aprovechó de eso para atacarlo. Debió haber tenido cargos más altos en los tiempos de la democracia. La Presidenta Bachelet ha hecho ahora un acto de inteligente justicia al nombrarlo embajador".

Ramírez no elude el capítulo que marcó su retiro de la primera línea política, aunque prefiere no profundizar. "Junto con la dirección, todos acordamos que lo más importante en ese momento era la seguridad del partido", manifiesta.

Su aislamiento político se acrecentó a medida que se acercaba el plebiscito del 88. Ramírez dejó la militancia activa en la IC y participó de la fundación del PPD, junto con su amigo Sergio Bitar. Se aburrió rápidamente. "Me di cuenta de que era el partido de los oportunistas, un concurso de codazos. Ahí me retiré de la política. Después me dijeron que volviera, pero nunca me llamaron en serio", comenta.

-Fue una pena que no haya seguido activamente. Tratamos de incluirlo en varias listas, pero no era considerado -agrega Maira.

Pasaron 20 años de inactividad pública. Ramírez se dedicó por primera vez a ejercer como ingeniero constructor, participando en innumerables proyectos, entre los que él destaca la remodelación de discotheques como la Fausto y Punta Brown. Aunque mantuvo el contacto con sus amigos políticos, guardó su capacidad de debatir para la sobremesa familiar. Su evaluación del bloque concertacionista se hizo más dura.

-Los partidos, incluso el PS, renunciaron a utilizar la fuerza del movimiento social. Y todos se han convertido en partidos de funcionarios. Yo estoy admirado de cómo efectivamente dominan los funcionarios y es por eso que ahora, para ellos, acceder al gobierno pasa a ser una cuestión muy importante, porque vuelven a vivir. Es gente que perdió la práctica -asegura Ramírez.

El regreso ocurrió en 2010. Movido por el triunfo de Sebastián Piñera, se unió a Sergio Aguiló y Jorge Arrate en un proyecto fallido llamado Maiz (Movimiento Amplio de Izquierda), que buscaba aglutinar a pequeños grupos progresistas fuera de la órbita de la Concertación.

A poco andar, se dieron cuenta de que debían integrarse al bloque mayoritario de oposición y cambiaron el nombre de "Izquierda Cristiana" a "Izquierda Ciudadana", para ampliar las bases. Tras el triunfo de Bachelet, el ex presidente de la colectividad Víctor Osorio fue nombrado ministro de Bienes Nacionales, y otros tantos militantes quedaron repartidos en subsecretarías y gobernaciones.

Por su parte, Ramírez tendrá una inesperada nueva oportunidad en las esferas del poder, 50 años después de haber participado de la Fech. No lo ve necesariamente como un desquite, sino como algo que era inevitable.

-No es una revancha volver a la política. Era una necesidad.