Nunca más fue lo mismo. A pesar de que el escenario del restaurante francés Le Trianon sigue intacto en Santo Domingo 2096, el edificio afrancesado donde la transformista Candy Dubois encendió las noches santiaguinas de los 80, hoy está mudo, como si con la muerte de la diva, ocurrida el 21 de mayo de 1995, la ciudad hubiera perdido su brillo.

Abierto de lunes a jueves desde las 19 horas, hoy es un pub al que llegan, con suerte, 15 vecinos del barrio, que se beben una cerveza antes de dormir. Despistados algunos, no todos saben que las lámparas de lágrimas que cuelgan del techo, los espejos y el telón rojo brillante, son vestigios del que fue el último baluarte del género revisteril. "Podría tener este lugar atestado de universitarios consumiendo, pero no me gusta que llegue cualquiera. Se perdería la mística", dice Fito, el actual administrador de Le Trianon.

El negocio, que lleva el nombre de un palacio de Versalles y que significa "el paraíso", fue comprado en ruinas por Candy Dubois y su colega Monique a comienzos de los 80, cuando el sector comercial de Santiago no bajaba de la Plaza Italia. Con dos departamentos en el segundo piso, arriba, todavía su amiga Monique (65) la echa de menos. "Cuando Candy murió, se me hizo muy pesado seguir con el negocio, así que se cambió el decorado para adaptarse a los nuevos tiempos. Aun así, algo queda", revela la socia de "La Divina", como le decían cariñosamente a la Dubois.

En manos de Fito, Le Trianon se alquila hoy como sala de eventos, lo que mantiene económicamente en pie al local.

Candy Dubois no siempre fue la rubia despampanante que Germán Bobe (el hermano del fallecido integrante de La Ley, Andrés Bobe) fotografió a torso desnudo dentro de un traje de sirena. La imagen de la vedette todavía cuelga al costado de la barra del Le Trianon como recordatorio de lo trágica que fue su leyenda.

"Deben saber algo por mi propia boca. A raíz de un quiste en un brazo fui al médico, y me dijo que tengo cáncer linfático. A lo mejor por un tiempo voy a desaparecer", anunció la propia Dubois a fines de 1994 en el "Versalles" de Santo Domingo y los asistentes rompieron en llanto.

Desde ministros de la época hasta los creadores de las vanguardistas fiestas Spandex, todos quedaban prendados a esta especie de Marilyn Monroe que jugaba a la ambigüedad sexual. "Me da lo mismo lo que la gente piense. Si revelara aquello, mi personalidad perdería todo el encanto", solía responder cuando le preguntaban si era hombre o mujer. La discriminación social fue una de las tantas barreras que superó la diva durante su vida.

Nacida en Santiago el 24 de agosto de 1934, Candelaria Manso Seguel (según ella, ese era su nombre verdadero) fue fruto de un affaire que su padre tuvo con una mujer a la que Candy nunca conoció. Criada por sus abuelos paternos en Cartagena, a los 10 años se fugó a la Caleta El Membrillo en Valparaíso, donde durmió bajo los botes que descansaban boca abajo en la arena.

Sus dotes de bailarina no tardaron en aparecer. Maquillada con la tiza de los tacos de pool, Candy bailaba y cantaba los temas de Brenda Lee para los pescadores en el restorán San Pedro, donde la bautizaron como la Sara Montiel chilena. "La dueña le hizo un bikini con un mantel de croché con el que bailó su primer mambo. Fue tal el impacto que causó, que al poco tiempo bajaban de los cerros a verla", revela Monique.

"Nunca me prostituí. Esa vida en la calle no me dejó secuelas y me enseñó mucho. Yo no partí del primer piso en la vida, sino del subterráneo y cada peldaño me costó lágrimas de sangre", confesó Candy en una entrevista.

El vagabundaje de la bailarina terminó cuando conoció al coreógrafo Paco Mairena, al que la Dubois llamó "padre". Guiada por él en Santiago, entró al Picaresque y luego al cabaret Bossa Nova de la Tía Carlina, donde conoció a Monique. "En esa época no había sitios para el transformismo. Trabajábamos de noche y de día vivíamos encerradas. Era como un internado", revela su colega.

Una noche, un empresario de Arica (Tino Ortiz), entró al cabaret y tras ver a ambas transformistas sobre el escenario, no vaciló en llevárselas al norte. Quería formar el Blue Ballet. "Nos tuvimos que arrancar y la Carlina nunca nos perdonó", ríe la socia de Candy. Las fugitivas se hicieron inseparables y participaron también del Bim Bam Bum.

Luego de ahorrar el dinero de sus shows, tomaron un barco a principios de los 70 para cumplir el sueño de "La Divina": bailar en el Lido de París.

Después de estar 20 años girando por Europa, tanto Monique como Candy decidieron volver a Santiago para poner su propio negocio en 1984. "Decidimos invertir en esta casa que amoblamos con decorado francés. Así nació Le Trianon", revela Monique.

Lectora de Proust, "La Divina" regresó a Chile más hermosa que nunca, ya que según desclasifica su socia, se habían operado juntas en Casablanca. "Ella nunca lo reconoció, porque temía que la estigmatizaran, pero el cambio de sexo fue una de las experiencias más fuertes que vivimos. Corríamos un riesgo tremendo, pero era tanto el deseo de ser mujeres que ya era una obsesión", dice Monique.

"Hasta mañana o hasta nunca". Así se despidieron las amigas antes de entrar al quirófano. Cuando la socia de Candy despertó, La Divina estaba con una fiebre muy alta. "Era tanto lo que transpiraba, que se le llegó a desteñir el pelo. Era pelirroja en ese tiempo y dejó la almohada carmesí", afirma su compañera.

Dirigida por Mairena, Candy decidió que el show debía continuar y protagonizó performances que provocaban tanta ovación que el productor Willy Geisse la llevó al Hotel Hyatt. Dentro de un traje de odalisca, dejó a toda la socialité boca abierta un año nuevo. "Ella se ganó a los ricos, a los pobres y a los artistas con su carisma y clase. En el Trianon, recibía a la gente con un vestido espectacular, como si los invitase a viajar a otro país", recuerda el bailarín Alex Gauna sobre la época en que el palacio tenía alfombras de terciopelo azul en lugar de cerámicas.

Las sopas de cebolla y el pato a la naranja eran la especialidad del restorán francés que por las noches abría el telón. A través de una escalera, el escenario estaba a su vez conectado con los camarines y los aposentos de Candy, hoy clausurados. "A las ocho y media de la noche, ella se daba un baño de espuma del que salía convertida en una reina", expresa Monique.

Todo cambió cuando le detectaron cáncer. Candy entraba y salía desgastada de la Clínica Indisa.

Consagrada como artista, fue musa del grupo La Ley, que le escribió la canción "Fausto" y llevó a Candy al Festival de Viña del 95 para que bailase. "Esa que vez es él/ esa que vez es ella", dice el tema, y su círculo cercano la coreó completa pegada al televisor de Le Trianon.

Su último destello fue el papel de diabla que interpretó en el video "Guachperry" de Chancho en Piedra. Calva por la quimioterapia, "La Divina" emanaba una fuerza que el director del clip, Germán Bobe, no olvida. "Tenía que descansar cada cierto rato durante las grabaciones, pero estaba feliz", señala quien prepara un disco con algunas canciones e imágenes inéditas de la artista.

"Tengo sueño padre", confesó Candy a Paco Mairena antes de morir. Despedida con flautas traversas, su último deseo fue cumplido por Monique. "No quería que la enterraran", dice la amiga sobre su puesta en escena final. Sus cenizas se diseminaron en las aguas de la Caleta El Membrillo, donde hoy una placa la recuerda.