Películas como la protagonizada por Elizabeth Taylor, varias obras de teatro y decenas de pinturas convirtieron a Cleopatra en la faraona casi por excelencia. Su estatus como la última exponente de la línea de monarcas en Egipto, su famosa belleza y el romance con el general romano Marco Antonio la hicieron una leyenda. Sin embargo, para los egiptólogos hay otra mujer aún más relevante en la larga dinastía egipcia y cuya muerte grafica la sofisticación que dicha civilización alcanzó en materia de estética y preocupación por la belleza: Hatshepsut.
No sólo reinó más que ninguna otra mujer de la nobleza egipcia (su dominio se extendió 21 años entre el 1479 a.C. y el 1458 a.C.), sino que su régimen estuvo marcado por la prosperidad: restableció el comercio suspendido debido a una invasión extranjera y fue una de la mayores impulsoras de la arquitectura egipcia, ordenando la construcción de cientos de edificios, como su templo mortuorio en Deir el-Bahri, que serviría de inspiración para obras clásicas como el Partenón griego.
Un legado que interrumpió su muerte, la que comenzó a ser descifrada en 2007 gracias a exámenes realizados a la momia de la faraona descubierta en 1903 por el arqueólogo británico Howard Carter, el mismo que halló la tumba del faraón Tutankamón. Los tests de la U. de El Cairo revelaron el pobre estado de salud de Hatshepsut al fallecer: no sólo tenía obesidad y deterioro de su dentadura (factores que sugieren diabetes, cuadro que al descontrolarse reseca la boca y hace que los dientes sean más propensos a infecciones), sino también serios problemas a la piel en el cuello y rostro, y un cáncer en la pelvis.
Según dijo en aquella ocasión a Discovery News el radiólogo Ashraf Selim, de la U. de El Cairo, este cáncer en estado de metástasis se propagó desde pulmones o mamas y terminó por matar a la reina. Pero aún quedaba un enigma: ¿Qué provocó este mal? La respuesta está en una pequeña botella tallada con el nombre de Hapshetsut y que se encontró en el sepulcro de la faraona. El recipiente fue analizado recientemente por expertos de la U. de Bonn (Alemania), quienes revelaron la presencia de una crema facial de tipo cosmético que no sólo es un perfecto ejemplo de la atención al cuidado personal que prestaban los egipcios, sino que también contiene al culpable del cáncer de Hatshepsut: alquitrán de hulla, un líquido viscoso con olor a naftalina y que contiene un agente cancerígeno llamado benzopireno (también presente en el humo del tabaco).
"Si consideramos la dermatitis crónica que la afectaba y que la crema tenía un componente que permitía combatirla, tal vez ella se expuso al benzopireno durante años. Ya sabíamos que murió de cáncer. Ahora tenemos la causa", dice Michael Höveler-Müller, curador del museo egipcio de la U. de Bonn, en un reporte de su universidad. Al respecto, el doctor Helmut Wiedenfeld -coautor del reporte- explica en el mismo informe que los "doctores egipcios eran buenos médicos generales y cirujanos, pero no eran muy buenos internistas y quizás por eso no se dieron cuenta de lo que ocurría".
Una belleza religiosa
Según explican egiptólogos como Höveler-Müller, el uso de cremas, perfumes y ungüentos como el encontrado en el recipiente de Hapshetsut no obedecía sólo a una vanidad desbordada. Tal como consta en pinturas y papiros descifrados en el último siglo, el uso diario de estos compuestos tenía un fuerte significado mágico e incluso religioso, por lo que hombres y mujeres los usaban.
Un ejemplo es el famoso delineador de ojos de color negro que hasta hoy se ocupa en Egipto. Llamado kohl, en aquella época se fabricaba con galena, una roca con apariencia de cristal con un componente de plomo cuya presencia hoy es restringida en la industria cosmética por su toxicidad y que era molida y mezclada con aceites de grasa animal para generar la tonalidad oscura. Su uso imitaba el ojo de halcón del dios Horus, como forma de protegerse de los malos espíritus (mientras los nobles guardaban cosméticos como el kohl en frascos adornados con joyas y marfil, e incluso tenían un maquillador profesional, lo más pobres usaban envases de cerámica).
El uso de este maquillaje incluso se extendía a la otra vida, ya que debían estar presentables para el juicio ante Osiris, el dios del inframundo. Pero no sólo eso: un análisis con rayos X y microscopía de electrones realizado en 2010 por la École Normale Supérieure al contenido de varios frascos almacenados en el Museo del Louvre (Francia) indica la presencia de galena y otras sustancias con presencia de plomo que, más allá de su toxicidad, estimulan hasta en 240% la producción a nivel de piel de óxido nítrico, compuesto que activa el sistema inmune contra la acción de parásitos que habrían sido vitales, creen los expertos, contra las infecciones oculares e inflamaciones que surgían con las partículas propagadas por las crecidas del río Nilo.
Otra prueba de la sofisticación de la industria de la belleza egipcia fue establecida en un análisis de la empresa L'Oreal y los Museos de Francia, luego que expertos analizaran el contenido de varias botellas del Louvre, determinando que el porcentaje de grasa y otros componentes es casi idéntico al que hoy se usa en el maquillaje de ojos. En el caso de la botella de Hatshepsut, las muestras tomadas con un endoscopio mostraron la presencia de una alta concentración de aceite de palma y aceite de nuez moscada, dos sustancias fragantes, y grasas no saturadas que servían para aliviar problemas de piel.
Wiedenfeld explica que males inflamatorios como la psoriasis tienen un gran componente genético y "sabemos que había casos de enfermedades a la piel en la familia de Hathsepsut". El frasco también contenía hidrocarburos derivados del asfalto y el alquitrán de hulla, compuesto que aún hoy se usa en ciertas medicinas para tratar males crónicos de piel, aunque en cantidades controladas debido al efecto carcinógeno de sus ingredientes (en la industria cosmética se prohibió completamente).
Neal Langerman, químico de la empresa Advanced Chemical Safety, afirmó a New York Times que el "plomo y otros metales generan hermosos pigmentos. Debido a que se pueden crear polvos con ellos, tiene sentido su uso como alguna especie de colorante de la piel o una crema". El experto agrega que "es la dosis la que hace al veneno. Una baja dosis puede matar bacterias; una cantidad alta es demasiado".