Cuando baje el sol. Valeria Sarmiento (64) quiere escapar del calor de París, por eso fija la entrevista a las seis de la tarde, cuando la brisa hace el verano un poco más soportable. Es tiempo de vacaciones. Las calles que circundan la Place de la République, escenario histórico de las manifestaciones de la izquierda francesa, están saturadas de turistas y parisinos que disfrutan del descanso estival. Pero la mente de la cineasta, sentada en el café de un hotel contiguo, está en otra parte. Está en el invierno chileno, pues en pocos días volverá al país para presentar la película Las líneas de Wellington, en el Santiago Festival Internacional de Cine (Sanfic). Pero también está en el caos de los trabajos que tiene en su departamento de París.

"La casa era demasiado grande. La estoy reduciendo a la mitad", cuenta. Allí vivió junto a Raúl Ruiz tres décadas y media, en el barrio de Belleville, al norte de París y a pocos pasos del lugar donde tiene lugar esta conversación. Han pasado casi dos años desde la muerte de su esposo, pero hace apenas unos meses, desde que terminó la gira del filme por los festivales del mundo, que ha tenido tiempo para repensar su día a día y reorganizar el espacio que ambos compartían.

"Tengo dos estantes de DVD, que debo reducir a uno. Los libros están ordenados. Regalé cajas y cajas de ellos. Y ahora debo sacar los muebles que estaban en esa parte de la casa que pronto voy a entregar. Tengo que terminar de organizar mi espacio. También es una forma de organizar la vida".

Por eso, en parte, Valeria prefiere no alejarse demasiado de su departamento, que está a pocos metros del hotel, entre la calle Oberkampf y el boulevard Belleville, uno de los sectores más cosmopolitas de la ciudad y donde apenas se reconoce el París turístico de las postales. Aunque tiene varios proyectos en marcha, a Valeria Sarmiento todavía le queda trabajo antes de dedicarse por completo a su carrera de cineasta. El legado de Ruiz es enorme: 130 filmes y una cantidad impensable de textos que cedió al IMEC, un organismo francés especializado en la conservación de archivos.

"Entregaré las películas a la Cinemateca Francesa, con la que llegamos a un acuerdo para hacer la gran retrospectiva de Raúl en 2015. Eso toma tiempo. Hay que hacer la lista de las cintas, ver dónde están los negativos y las copias. Este período ha sido como un vértigo que me ha llevado de una cosa a otra. Arreglar la casa, ordenar las cosas de Raúl. También espero tener de aquí a fin de año un proyecto para hacer en enero", comenta un poco agobiada.

El español-chileno de Valeria suena pulcro, neutro, descontaminado de modismos. El acento chileno era un tema del que Raúl Ruiz le gustaba reírse. Según el cineasta colombiano Luis Ospina, Ruiz decía que los chilenos y los portugueses, un pueblo al que se sentía cercano, debían unirse en un solo idioma: "Los unos no pronuncian las vocales y los otros no pronuncian las consonantes".

-Creo que todavía guardo cierta forma de hablar que no corresponde al Chile actual. Los taxistas se dan cuenta. Son pillos, siempre tratan de llevarme por otro camino -dice Valeria.

Valeria Sarmiento es una marca conocida en las últimas décadas del cine chileno. "Es la más importante cineasta chilena, aunque el grueso de su producción está hecha en el extranjero", escribe la historiadora del cine Jacqueline Mouesca. En su filmografía hay más de una veintena de películas, y aunque debió convivir con el peso del éxito de su esposo -"como si yo no existiera sin él", afirmó en la prensa francesa-, cuenta que la relación entre ambos siempre fue de colaboración, pero también de independencia.

Ella montó cerca de dos tercios de las películas de Ruiz y él escribió una buena parte de los guiones que ella filmó. "Lo bonito era que ninguno impidió que el otro hiciera cosas. Todo lo contrario. Cada vez que uno hacía algo, nos decíamos, 'mira, me conseguí tal plata, tal actor, tal productor'. Nunca hubo rivalidades", recuerda.

Sobre la mesa del café, Valeria tiene un diario Le Monde. En la portada se lee el titular "Los misterios del estómago de Napoleón I", una serie de artículos sobre autopsias célebres. ¿Tuberculosis, sífilis del estómago, epilepsia, úlcera, cáncer gástrico o envenenamiento? Bonaparte sigue obsesionando a los franceses hasta el morbo, pero más allá de Waterloo, poco se recuerdan sus derrotas. Las líneas de Wellington se encarga de eso: el emperador francés es el gran personaje invisible de la película de la cineasta, el hombre que ordenó la invasión de Portugal en 1810 y fue derrotado en Buçaco por las tropas portuguesas e inglesas.

Ruiz sólo alcanzó a hacer un par de anotaciones en el guión antes de que el cáncer hepático le quitara la poca salud que le quedaba. Dos meses después de su muerte y a petición del productor Paulo Branco, Valeria Sarmiento se hizo cargo de Las líneas de Wellington.

¿Cómo enfrentó un proyecto tan colosal en un momento tan difícil?

Tuve que enfrentarlo, más bien. No tenía posibilidad de decir que no, porque sentí que tenía la misión de terminar el trabajo que comenzó Raúl. El había preparado el filme durante 15 días y había dejado algunas líneas. Después volvió a París a preparar las maletas para partir a Portugal. Ahí se enfermó y no pudo continuar. Todo el mundo que trabajó en la película lo tomó como un homenaje. Todos sintieron que terminar el filme era una especie de deber.

Valeria y Raúl se conocieron en Valparaíso y se casaron en 1969. Emigraron juntos tras el golpe militar y llegaron a Belleville en 1977, cuando el barrio parecía una tierra de nadie: inmigrantes de todo el mundo, sobre todo judíos y árabes, convivían en un lugar donde el francés con acento extranjero era el idioma oficial. "Gente de todas partes, gente de ninguna parte", tal como la cineasta tituló uno de los primeros documentales que filmó en Francia. Para dos exiliados chilenos, Belleville era el lugar ideal.

Con ese escenario de fondo, casi cuatro décadas después, Valeria recuerda los días en que decidió hacerse cargo de Las líneas de Wellington: "Raúl murió en agosto y lo llevamos a Chile. Volví en septiembre y empecé a trabajar en octubre. Estuve 15 días en París y fue bueno no quedarme en la casa, porque habría sido terrible. En octubre me fui a Portugal. Y de ahí no volví hasta abril del año siguiente, después del montaje. Era una vida dedicada sólo a la película".

¿Fue este proyecto una forma de enfrentar el duelo?

Creo que me fue útil, en el sentido de que me obligó a entrar en la vida inmediatamente de nuevo. No quedarme encerrada llorando, sino pensar que tenía que salir adelante. Y ese esfuerzo grande era necesario, para que el duelo no fuera tan doloroso.

Es el rodaje más extenso y ambicioso al que se ha enfrentado. Pero el ánimo del equipo fue una motivación. "Eran más de 59 actores, muchos protagonistas. Hubo momentos en que teníamos 400 extras. Pero todo el mundo trabajó con muchas ganas y eso ayudó", recuerda. Poco a poco se fueron sumando los actores más grandes que alguna vez trabajaron con Ruiz: Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Michel Piccoli, John Malkovich, Matthieu Amalric. Fueron escritas secuencias nuevas para ellos y así, rápidamente, la directora hizo suyo el proyecto.

Así también nació el momento más memorable de la película. Piccoli, junto a Deneuve y Huppert, las dos divas del cine francés, se sacan el sombrero ante el maestro en una cena de diálogos delirantes y actuaciones sublimes. "Se portaron fantástico. En la mañana se probaron el vestuario, a las dos de la tarde empezamos a filmar y a las ocho de la noche habíamos terminado. Todos estaban un poquito nerviosos, porque tener a los tres juntos no es fácil. Creo que siempre ha habido rivalidades entre Isabelle Huppert y Catherine Deneuve, a pesar de que se dice que son amigas. Huppert decía '¡yo quiero la misma cantidad de líneas que Catherine!'", recuerda Valeria, entre risas. "Pero no hubo ningún problema. Todos querían trabajar por Raúl".

En esa secuencia, Piccoli recita un monólogo en que menciona la que es, quizás, la palabra más propia del portugués, pero también la que mejor resume la vida del matrimonio Ruiz-Sarmiento: saudade, esa melancolía por lo que pudo haber sucedido; la añoranza de una vida que, de un momento a otro, los alejó a miles de kilómetros de sus raíces. La mención de la palabra hace sonreír a Valeria. Saudade es también el motivo de la pasión de su esposo por el país donde filmó su penúltimo trabajo, Misterios de Lisboa (2010).

"Portugal tiene mucho de Chile y Chile tiene mucho de Portugal. El hecho de que sea un país delgadito, pequeñito, junto al mar, con un monstruo grande al lado como es España, y nosotros con un monstruo grande como Argentina, hace que haya una especie de espíritu similar. Incluso los paisajes. Lisboa se parece mucho a Valparaíso", dice la directora, nacida en la ciudad porteña en 1948.

Las calles del Belleville que conoció Valeria cuando llegó a París, en los años 70, han cambiado mucho. Aunque sigue siendo una especie de Chinatown, lleno de restaurantes asiáticos, el barrio se ha vuelto cada vez más bobo, la palabra que usan los franceses para la expresión bourgeois-bohème. "Lo que nos gustó cuando llegamos acá fue que era un lugar tranquilo. Ahora el problema es que se ha convertido en un barrio de la moda, de jóvenes, estudiantes, actores, artistas", dice la cineasta, quien se queja de que esa invasión ha aumentado los precios. "Todo París se está encareciendo", reclama.

Volver a Belleville tras el fin de Las líneas de Wellington la hizo retomar su carrera profesional en el nuevo escenario de la ausencia de Ruiz. Tiene dos proyectos de ficción en marcha: una serie para Chile, con las hermanas María José y Angela Prieto en los papeles protagónicos, y un largometraje que espera financiamiento en Portugal. También está terminando de montar la versión cinematográfica de Diario de mi residencia en Chile: María Graham, serie que fue transmitida por Chilevisión el año pasado. Pero su próxima visita al país le ha impedido desligarse de la cinta que hizo en nombre de Ruiz.

La prensa francesa aplaudió la película, pero no faltó quién se preguntara cómo sería el filme en manos de Raúl Ruiz...

Hubiese sido otra película. Tenía que hacerla a mi manera. Estaba obligada a enfrentarla yo, porque no podía preguntarle nada a Raúl. Hay cosas que él había preparado, pero todo fue cambiando. Raúl no había podido hacer la búsqueda de decorados en exteriores, porque estaba muy frágil. Habría sido un filme fantástico, pero con muchos menos espacios. Yo pude partir a la montaña, cosa que para Raúl no habría sido posible.

La comparación entre su estilo y el de su esposo ha resultado inevitable, pero las huellas de la dirección de Valeria son evidentes, por ejemplo, en el desarrollo de personajes femeninos que rompen el estereotipo de la mujer débil y subyugada al hombre. Cuando terminó de estudiar en la Escuela de Cine de Valparaíso, en los 60, el ambiente cinematográfico era hostil hacia las cineastas. Mientras todo el mundo debatía sobre lucha de clases, a nadie le importaba demasiado la igualdad de género, una preocupación que ha cruzado toda su filmografía.

¿Qué le parece que hoy dos mujeres estén compitiendo por el sillón presidencial en Chile?

Me parece un detalle anecdótico. Lo importante es que Michelle Bachelet continúe el trabajo que hizo en Naciones Unidas por la lucha contra la violencia a las mujeres y niñas del mundo. Como dijo Najat Vallaud-Belkacem, ministra de los derechos de la mujer en Francia, su trabajo para poner de acuerdo a países con culturas tan diferentes fue ejemplar.

Aunque sabe a grandes rasgos lo que pasa en Chile, Valeria no suele leer la prensa nacional. Se informa por amistades y parientes. "Me contaron lo que pasó en las primarias. También que se retiró Longueira", comenta. Después de 40 años en Francia, su realidad política cotidiana es otra. "Hay millones de cadáveres debajo de Europa. En Las líneas de Wellington era importante recordar eso, mostrar que este continente está hecho de guerras".

Guerras que incluso se libraron en su barrio. Por las calles de Belleville miles de judíos fueron arrestados durante la Francia de Vichy, hace más de 70 años. "Te paseas por el boulevard y encuentras placas que dicen 'mil niños fueron llevados desde este lugar a un campo de concentración'. Nuestro departamento era de familia judía, de gente que llevaron a los campos. Algunos volvieron y lo ocuparon otra vez. Nuestra casa está con fantasmas", dice la cineasta.

No es extraño que Valeria Sarmiento hable en plural después de cuatro décadas junto a Ruiz. Durante el rodaje de Las líneas de Wellington solía mantener diálogos silenciosos con su marido, tal como si supiera de antemano lo que él le respondería. "Sigo manteniendo esos diálogos hasta ahora", dice, con una sonrisa. "Eso no se va nunca. También sigo soñando con Raúl. Todo el tiempo. Y son sueños agradables. Compartir 40 años de la vida es mucho".