En la madrugada del 31 de enero de 1943 la batalla más sangrienta de la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin para el principal comandante alemán en Stalingrado. Los soldados rusos estaban apostados a la entrada del sótano de la tienda de deparmentos Univermag, en la que los oficiales alemanes de mayor rango, incluyendo al comandante en jefe Friedrich Paulus, se habían refugiado. Un día antes, Adolf Hitler había promovido al líder de las tropas alemanas en Stalingrado al rango de mariscal de campo, no tanto como un signo de reconocimiento, sino más bien como una orden implícita de acabar con su vida antes que ser capturado.
El teniente coronel ruso Leonid Vinokur fue el primero en divisar a Paulus: "Estaba recostado en una cama cuando entré. Llevaba su abrigo y su gorra. Tenía una barba de tres días y parecía haber perdido el coraje". El último escondite del comandante del 6º Ejército alemán parecía una letrina. Poco después los alemanes fueron obligados a entregar sus armas. "Podrían haberse disparado fácilmente", dice el mayor general Ivan Burmakov. Pero Paulus y sus hombres optaron por no hacerlo. "No tenían la intención de morir -eran cobardes. No tuvieron el coraje para morir", dice el testigo presencial Burmakov.
La batalla de Stalingrado marcó un momento decisivo para Alemania en la guerra, desde el punto de vista psicológico. "Las noticias que llegaban de Stalingrado tuvieron un efecto impactante en el pueblo alemán", admitió el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, el 4 de febrero de 1943. "A partir de Stalingrado, todos sabían que la derrota de Alemania sólo era cuestión de tiempo", resumió la situación el ya fallecido historiador británico Eric Hobsbawm. Miles de personas perdieron sus vidas en el duelo de honor entre los dos dictadores, Hitler y Stalin. Unos 60 mil soldados alemanes murieron en el sitio (y más de 700 mil en los cinco meses que duró la batalla). De los 110 mil prisioneros alemanes capturados en Stalingrado, sólo unos 5 mil regresaron a su hogar. Por el lado soviético, murieron entre medio millón y un millón de soldados del Ejército Rojo.
Ahora, 70 años después, es posible comprender con una claridad sin precedentes cómo vivieron los vencedores esta fatídica batalla en el río Volga. Esta nueva información fue originalmente trabajo del historiador moscovita Isaak Izrailevich Mints. En 1941, fundó la comisión para la historia de la guerra patriótica. La idea era que todos en las fuerzas armadas expresaran sus pensamientos, sentimientos y experiencias como modelo para otros, pero sin adornos. Así, en 1943, tres historiadores entrevistaron a más de 20 soldados soviéticos que estuvieron presentes cuando Paulus y sus hombres fueron capturados. En total, los investigadores realizaron entrevistas a 215 combatientes en Stalingrado, algunas durante la batalla y otras poco después. Algunas declaraciones reflejan el carácter formal del evento, pero los soldados también hablan sobre sus temores, e incluso critican las decisiones de sus superiores. Los testimonios son tan honestos que más tarde los comunistas sólo publicaron una pequeña parte de ellos. Los aproximadamente 5 mil protocolos compilados por la comisión de historiadores desaparecieron en los archivos del departamento de historia en la Academia Soviética de Ciencias. En 2001, el historiador alemán Jochen Hellbeck, que enseña en la Universidad de Rutgers en New Jersey, escuchó hablar de este tesoro. Siete años después pudo conseguir más de 10 mil páginas en Moscú.
Una nueva versión
Hellbeck publica ahora Die Stalingrad-Protokolle (o Los protocolos de Stalingrado), que consiste en entrevistas, incluyendo en algunos casos fotos de los soldados entrevistados, junto a la descripción del ambiente en que se hicieron las entrevistas. Estos últimos hallazgos relativizan el argumento -de los nazis y repetido por Occidente durante la guerra fría- de que los soldados del Ejército Rojo lucharon tan fieramente sólo porque de otra forma miembros de la policía secreta les hubieran disparado.
Sin duda, hubo ejecuciones en el frente. El teniente general Vasily Chuikov, comandante supremo del 62º Ejército, contó personalmente a los historiadores cómo trató a los "cobardes": "El 14 de septiembre le disparé al comandante y comisario de un regimiento, y poco después le di a dos comandantes de brigada y comisarios. Estaban todos impresionados". Pero, aparentemente, la extensión de las ejecuciones fue sobrestimada. Los " Protocolos de Stalingrado" revelan que la disposición de los soldados soviéticos a hacer sacrificios podría no haber sido sólo efecto de las medidas de represión. Los llamados "oficiales políticos" jugaron un rol clave, al asegurar repetidamente a los hombres enrolados que estaban arriesgando sus vidas por la libertad de su pueblo. Las entrevistas demuestran que los comunistas devotos sintieron que debían jugar un rol de liderazgo en todos lados.
El comisario de brigada Vasilyev dice: "Se veía como una vergüenza si un comunista no era el primero en dirigir a los soldados en la batalla". En el frente en Stalingrado, el número de miembros del partido que llevaban su tarjeta se elevó entre agosto y octubre de 1942 de 28.500 a 53.500. Los oficiales políticos distribuían volantes en la zona de batalla con el retrato del "héroe del día", incluyendo grandes fotos de los soldados destacados. Les enviaban retratos de los distinguidos a sus orgullosas familias. El concepto era que se trataba de una guerra del pueblo. "El Ejército Rojo era un ejército político", dice Hellbeck.
Pero además de la agitación y la propaganda, fue principalmente el odio de los soldados soviéticos hacia los invasores lo que elevó su moral para luchar contra el 6º Ejército alemán, inicialmente superior. Es más, los alemanes encendieron el odio con su brutal ocupación. Los civiles estaban aterrorizados. "Uno ve a las muchachas jóvenes, a los niños, colgando de los árboles en el parque", dice el francotirador Vasily Zaytsev, y añade: "eso tiene un tremendo impacto". Antes de la guerra, muchos rusos habían admirado a los alemanes como una nación de cultura, y los respetaban por el talento de su ingeniería. Algunos entrevistadores dicen que quedaron impactados por los alemanes que encontraron durante la guerra. El mayor Pyotr Zayonchovsky describe la naturaleza de "los alemanes" de la siguiente manera: "La mentalidad de ladrón se ha vuelto como una segunda naturaleza para ellos, tienen que robar, lo vayan a usar o no".
El francotirador Anatoly Chechov recuerda en su entrevista cómo mató al primer alemán. "Me sentí terrible. Había matado a un ser humano. Pero entonces pensé en nuestra gente y comencé a dispararles sin piedad. Me volví un bárbaro, los mato. Los odio". Al momento de la entrevista, él había matado a 40 alemanes , la mayor parte de ellos con un tiro en la cabeza. Es de público conocimiento que Stalingrado fue un infierno para los soldados de ambos lados. Pero gracias a estos testimonios, ahora tenemos una idea clara de cómo era estar en el combate para el cual los soldados no habían sido entrenados. "En estos combates callejeros se usan las granadas de mano, las ametralladoras, las bayonetas, los cuchillos y las espadas", dice el teniente general Chuikov. "Ellos se enfrentan el uno al otro y se golpean. Los alemanes no pueden contra eso". Sin embargo, la Wehrmacht se las arregló al principio para tomarse la ciudad, con excepción de una delgada franja junto al Volga.
Entonces, el Ejército Rojo rodeó a los alemanes, quienes sólo eran capaces de recibir exiguas provisiones desde el aire. Los soldados alemanes sufrían de hambre y no tenían uniformes abrigados para el frío del invierno. El comandante Paulus exhortó a sus tropas a no rendirse: "Resistan, el Führer nos hará mierda", era el eslogan del día. La Operación tormenta de invierno, que buscaba romper el cerco, terminó en un fracaso. El 6 de enero, el general soviético Konstantin Rokossovsky ofreció a Paulus una rendición honrosa. A las órdenes de Hitler, el comandante alemán rechazó la oferta. Cuatro días más tarde, el Ejército Rojo comenzó a avanzar y apretar el cerco sobre la ciudad. Después de 10 días, los alemanes escasamente tenían algo de comida y municiones. Cuando Paulus y sus hombres dejaron ser tomados prisioneros a fines de enero, en vez de cometer suicidio o luchar hasta morir, Hitler se enfureció.
El precio también fue alto para los ganadores de la batalla. Vasily Zaytsev -sin duda el mejor francotirador del Ejército Rojo en Stalingrado (cuya historia inspiró el filme Enemigo al Acecho)- se adjudicó haber matado a 242 alemanes, pero hizo el siguiente comentario aleccionador: "Siempre lo recuerdas, y la memoria tiene un impacto poderoso", dijo un año después de la batalla. "Ahora, tengo los nervios de punta y constantemente tiemblo". Su camarada Aksyonov añade: "Esos cinco meses en Stalingrado fueron el equivalente a cinco años de nuestras vidas". Le parecía que "la tierra en Stalingrado respiró fuego por días".