"Sólo soy divertido cuando estoy trabajando. En la vida real soy un fantasma, alguien irreal", era una de las frases que le gustaba decir a Peter Sellers cuando hablaba de sí mismo. Inseguro y depresivo, el actor de La pantera rosa vivía por y para sus personajes, dejando casi nada de espacio para el hombre.

De forma parecida, otro cómico británico, Sacha Baron Cohen, también vive para sus personajes. Tanto, que son poquísimas las imágenes que lo muestran como un común hijo de vecino. Pero lo que lo diferencia de Sellers, que se llevaba sus personajes a la casa por razones patológicas, es que Baron Cohen lo hace como un calculado juego de marketing, que busca extremar las posibilidades de la ficción.

Lo hizo en Borat, un documental falso con el que indignó hasta a la propia República de Kazajistán, con un periodista de incorrección extrema: fue un atentado a las convenciones sociales de todo tipo. Y lo reitera con El dictador, su nuevo filme, que se estrena el 16 de mayo en EE.UU. y donde interpreta al general Aladeen, mandatario de un imaginario país de Medio Oriente, Wadiya, con todos los clichés asociados al caso: un déspota cruel, extravagante, de riqueza obscena y para quien la vida humana vale menos que la de una rata.

En la cinta, Aladeen, quien es rechazado por la comunidad internacional, da un discurso en la ONU reafirmando su mensaje antidemocracia, pero es secuestrado y confundido con un activista opositor.

Con este dictador de barba musulmana y traje de militar, el comediante mezcló tiranos reconocidos mundialmente, como Gaddafi, Saddam Hussein y el fallecido jerarca de Corea del Norte, Kim Jong Il, con el toque de incorrección política propia de Baron Cohen: chistes sexuales subidos de tono, ironías políticas sin pudor y un humor kamikaze que puede desestabilizar a su interlocutor.

El dictador, que en Chile se estrena el 19 de julio, comenzó su marcha a fines del año pasado, cuando se subieron a internet los primeros avances que mostraban las extravagancias del general Aladeen, pero todo tomó cuerpo cuando en la mismísima alfombra roja de los Premios Oscar, Baron Cohen apareció como Aladeen llevando la urna con las supuestas cenizas de Kim Jong Il, las que lanzó a la cara del animador Ryan Seacrest. Y este domingo fue uno de los primeros en saludar a François Hollande como nuevo Presidente de Francia, donde trató a Nicolas Sarkozy de "enano" y confesó que el verdadero presidente galo debió ser Dominique Strauss-Kahn.

La operación es habitual en Baron Cohen. Lo hizo en Borat y Brüno (su filme de 2009 sobre un periodista de modas austríaco gay), pero en El dictador asumió directamente el formato de ficción, a diferencia del documental falso de las anteriores, con la participación de actores como Ben Kingsley, John C. Reilly y Megan Fox.

Y pese a que ya no apela al factor sorpresa como en Borat, el delirante recorrido de Baron Cohen por los medios lo hizo "secuestrar" a Martin Scorsese este sábado, en Saturday night live, donde lo exhibió encapuchado y esposado, obligándolo a decir, mediante la amenaza de descargas eléctricas, que su cinta era mejor que Toro salvaje. El lunes dio una conferencia de prensa donde trató a los periodistas como "demonios de los medios judíos".

El director de los tres filmes de Baron Cohen, Larry Charles, así lo definió: "El dictador es mucho más tradicional, pero estamos acostumbrados a conducir en dos camionetas sin identificación, saltar, disparar y filmar en una toma. Y estamos tratando de mantener el entusiasmo, la espontaneidad, la urgencia de las otras películas", remató.