La Listeriosis ha sido una de las principales preocupaciones de la salud pública en Chile en las últimas semanas. No sólo porque, según el Instituto de Salud Pública, los casos han aumentado 300% desde el año pasado, sino también porque, al cierre de esta edición, cinco personas han fallecido a causa de la enfermedad.
La infección, producida por una bacteria llamada Listeria monocytogenes, responde relativamente bien al tratamiento con antibióticos, sobre todo porque en humanos sigue siendo poco frecuente. Esto ha permitido no extremar la medicación contra esta patología que, gracias a lo mismo, no ha tenido la posibilidad de volverse resistente.
Otra sería la historia si con ella ocurriera lo mismo que con el brote de Escherichia coli enterohemorrágica que azotó Europa en 2011. La cepa, inmune a los antibióticos y que contagió a más de tres mil personas en 14 países, se convirtió en un asunto de preocupación mundial, pues sugería una peligrosa pregunta: ¿Cómo tratar una enfermedad que no responde al más efectivo de los tratamientos conocidos?
Es, precisamente, en esto en lo que piensan científicos en todo el mundo. En diferentes países, investigadores expertos en microbiología intentan hoy desarrollar terapias alternativas a los antibióticos para hacer frente a un escenario de potencial crisis. Pero curiosamente, no son los últimos hallazgos los que dirigen sus esfuerzos, sino terapias tan antiguas que probablemente resulten más conocidas para sus abuelos que para usted.
La droga soñada
En 1928, Alexander Fleming descubrió la penicilina y cambió la historia de la medicina. Con la aparición de un tipo de tratamiento capaz de combatir eficazmente las enfermedades infecciosas, como la neumonía, se acababa el peregrinar por el que debían pasar quienes sufrían estas patologías. Si bien los tratamientos existían, no eran completamente eficaces y muchas veces producían peligrosos efectos colaterales. Dos eran los más populares en distintas partes del mundo.
En Estados Unidos, la terapia de suero era la más practicada. El experto en el tema y profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de California, Brad Spellberg, relata a Tendencias que ésta empleaba un mecanismo muy simple: "Las bacterias (causantes de una infección) eran inyectadas en grandes animales, como caballos o cabras, quienes producían anticuerpos. Luego, el suero portador de estos anticuerpos era extraído e inyectado en los pacientes, que podían generar así inmunidad". A pesar de que esta terapia, creada alrededor de 1890, le valió a Emil von Behring un premio Nobel, Spellberg señala que el procedimiento era difícil de practicar. "Podía ser tóxico y no era tan efectivo como los actuales antibióticos", explica.
Von Behring logró probar la eficacia de esta técnica con el tétanos y la difteria. Esta última cobraba, por entonces, la vida de cerca de 50 mil niños anualmente, sólo en Alemania. Desde ese momento, cada vez que los médicos reconocían los síntomas de estas enfermedades, usaban los cultivos de laboratorio para inyectar animales y obtener el suero que sanaría a las personas.
Algo semejante ocurría con los bacteriófagos, un tipo de virus capaz de destruir a las bacterias y que fue muy popular hasta entrado el siglo XX en Europa del Este, debido a que, en un contexto de Guerra Fría, en esos países no contaban con suministros estables de antibióticos, ni tampoco acceso a investigación altamente especializada sobre este tema.
Frente a estas terapias, los antibióticos aparecieron como una opción todopoderosa que, limpiamente y sin recurrir a transfusiones con otras especies, permitía poner fin a mortales enfermedades. Por eso, durante más de 80 años se convirtieron en los mejores aliados de los médicos, que ya no tenían que esperar a saber qué tipo de infección padecía una persona para comenzar a tratarla, como ocurría cuando se empleaban anticuerpos altamente específicos. Bastaba con recetar antibióticos de amplio espectro, que liquidan todo a su paso, para acabar con cualquier rastro de infección.
Pero este regalo tenía un precio. La respuesta adaptativa de las bacterias es siempre ir acomodándose para sobrevivir a las presiones del entorno. Y el uso indiscrIminado de los antibióticos por muchos años generó que estos medicamentos se volvieran cada vez menos efectivos en muchas infecciones.
Ante la dificultad de crear antibióticos completamente nuevos, capaces de responder a la actual demanda, el camino parece ser sólo uno para los científicos. Después de todo, ¿por qué no volver a lo que alguna vez fue la única opción efectiva de la medicina?
El regreso del botiquín de la abuela
Si bien Spellberg señala que "nada es tan eficiente como los antibióticos", ya que éstos son, probablemente, las drogas más efectivas de cualquier clase en la medicina", volver a usar recursos como la terapia con anticuerpos en casos en que los medicamentos modernos no sean estrictamente necesarios, disminuiría el uso y ayudaría a frenar el avance de la resistencia antibiótica. Además, permitiría subsanar uno de los principales problemas de los antibióticos actuales: su poca especificidad, que hace que ataquen a la bacteria causante de la enfermedad, pero también a otras que nada tienen que ver.
Arturo Casdevall, experto en enfermedades infecciosas del Albert Einstein College of Medicine de la Universidad Yeshiva, en Nueva York, explica a Tendencias: "Los anticuerpos, por ejemplo, tienen como objetivo un solo organismo y no tienen efecto sobre el resto de la flora bacteriana" (que contiene microorganismos inofensivos e indispensables para la vida). El uso de los anticuerpos podría reducir el uso de los antibióticos y podría bajar la aparición de la resistencia", dice.
Además, no se trata de replicar exactamente los mismos antiguos mecanismos. Andrey Anisimov, subdirector del Centro Estatal de Investigación en Microbiología Aplicada y Biotecnología de Rusia, dice a Tendencias que "las biotecnologías modernas (ingeniería genética y tecnologías postgenoma) entregan una posibilidad de construir fármacos con propiedades controladas. Además, los estándares de calidad internacional garantizan que tales remedios no sólo serán efectivos, sino que también seguros para los pacientes". De muestra, un botón: hoy son anticuerpos humanos los que se usan en investigaciones que aún están en etapa de ensayo clínico y que buscan atacar el cáncer y la artritis. No de animales, como en el pasado.
Son precisamente estas ventajas las que hacen ver el futuro con optimismo a científicos como Anisimov. El cree que el verdadero potencial de los antibacteriales, por ejemplo, aún está por aparecer, debido a que todavía no conocemos todos los secretos de sus mecanismos de acción. "Los antibióticos son sólo un grupo de antimicrobiales que muestra una actividad similar. ¿Podrías tú responder por qué toxinas de diferentes orígenes (cianuro de potasio, ácido cianhídrico, ricina) tienen una efectividad similar contra los seres humanos?". Es la misma pregunta que se hace frente a la acción de distintos tipos de antibacteriales.