ES MUY positivo para la libertad de expresión y la transparencia que se haya aclarado que la reforma al Código Procesal Penal sobre filtraciones en investigaciones judiciales no incluye al ejercicio del periodismo. La indicación que ya fue presentada y votada favorablemente en el Senado, excluirá de la norma a los periodistas, lo cual reduce la amenaza para el acceso ciudadano a la información.
Superado el riesgo de que garantías básicas fueran conculcadas, se abre ahora la oportunidad para que los medios de comunicación hagan una autocrítica respecto del tratamiento que han entregado a los escándalos recientes y la manera en que cubren los acontecimientos de alto impacto. Los medios, que a menudo exigen al resto de las instituciones que mejoren sus procesos y operen con transparencia, en general actúan con opacidad y son lentos para hacerse una autocrítica correctora de vicios que a veces se encuentran muy arraigados en sus rutinas.
La labor de los medios informativos es crucial para el buen funcionamiento del sistema democrático y para que las personas tomen decisiones, pero eso no debe conducir a pensar que todo lo que hacen va en beneficio de la democracia y la convivencia. En el caso de las filtraciones, parece obvio que algunos medios se han dejado llevar por el entusiasmo de contar con una primicia y no siempre han considerado en toda su extensión las consecuencias que supone publicar ciertas informaciones para las personas afectadas y el tejido social en su conjunto.
Todo periodista sabe que su relación con las fuentes está mediada por un interés mutuo: el reportero busca información; la fuente, que su versión de los hechos sea la que prevalezca en el espacio público. En el caso de un juicio, abogados y fiscales filtran información con el propósito de litigar por los medios, para generar un clima de opinión que favorezca sus intereses y condicione a los jueces encargados de impartir justicia. No siempre los medios informativos han sido suficientemente precavidos para evitar esta manipulación y en ocasiones han terminado convirtiéndose en una herramienta involuntaria de ella, dañando a personas concretas y al clima social en general.
Por fortuna, los periodistas saben cuál es el antídoto contra esta mala práctica: el reporteo exhaustivo y la diversificación de fuentes. Aunque muchos periodistas quieren hacer creer lo contrario, la mayoría de las "filtraciones" no son producto de un reporteo profundo, sino que tienen origen en la iniciativa de una fuente que aspira a inclinar la balanza de la opinión pública en su favor. El buen periodista sabe que una historia que proviene de una sola fuente -a menudo anónima, más encima- no pasa un test mínimo de calidad y equidad. Por ello, sería digno de aplauso que, tras quedar atrás la polémica causada por el equivocado intento de amordazar a la prensa, surgiera en ésta un afán autocrítico que ayude a mejorar el servicio que el periodismo presta a la sociedad.